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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La bolsa o la vida

Los SECUESTROS de José Lipperheide y del doctor Iglesias plantean, una vez más, la cuestión de la licitud -jurídica y política- de la negociación entre los familiares y amigos del rehén y los crimínales,que exigen una suma de dinero a cambio de respetar su vida y devolverle la libertad. La pregunta es tanto más complicada cuanto que, en la mayoría de los casos, los poderes públicos no son aje nos a los acontecimientos, bien porque participen en las negociaciones (baste con recordar el secuestro de Javier Rupérez) a través de interlocutores oficiosos, bien porque hagan la vista gorda ante operaciones en - sí mismas ilegales. La respuesta a ese interrogante no resulta, en cambio, dificil de contestar para quien se coloque en el lugar de las personas que soportan el chantaje de los secues tradores y piensan que la vida de un ser querido puede ser salvada mediante el pago de una suma determinada de dinero.Ahora bien: el secuestro de Lipperheide, perpetrado por ETA Militar, plantea problemas de índole moral y política que escapan del terreno dé los sentimientos humanitarios y del comprensible esfuerzo de los parientes y amigos de la víctima para liberarlo. El industrial vizcaíno ha sido presumiblemente apresado por los terroristas no sólo para conseguir un botín, sino también para producir un efecto intimidatorio sobre los empresarios y profesionales vascos que comenzaban a resistirse al pago de esas mafiosas extorsiones. No parece posible calcular, sin grandes márgenes de error, los frutos de esa criminal recaudación, pero es seguro que la hacienda de ETA obtie ne muchos cientos de millones de pesetas al año a través de sus chantajes. Con ese dinero, los terroristas mantie nen en la ociosidad a sus comandos del sur de Francia entre golpe y golpe, pagan susjubilaciones a los activistas quemados o retirados, completan los ingresos de quienes les sirven de cobertura legal en nuestro territorio, com pran o alquilan pisos francos, adquieren armamento y municiones, ayudan a los familiares de los presos y ha cen frente a los restantes gastos de su infraestructura. Resulta así que los forzados y amedrentados contribuyentes de ETA Militar, que probablemente ascienden a cen tenares, están abonando de su propio bolsillo la manu tención de sus eventuales asesinos, la adquisición del armamento con el que se les intimida y la cobertura de esa actividad criminal. Es un siniestro círculo vicioso que desde los tiempos de Al Capone conocen bien las víctimas de este sucio negocio.

Los servicios de información y la policía están desarticulando la infraestructura material de apoyo a los terroristas en España. Aunque la vigilancia francesa parece haberse rela ado durante las últimas semanas, la colaboj ración del Gobierno de París ha obstaculizado, desde el pasado verano, la libertad de movimientos de ETA en el departamento de los Pirineos atlánticos. La actitud del PNV y de Euskadiko Ezkerra y las declaraciones del Gobierno de Vitoria han contribuido decisivamente a recortar los apoyos sociales a los terroristas. Pero es preciso, además, que las fuentes de financiación de esa banda criminal se agoten y que el flujo de dinero procedente de las, extorsiones contra los industriales, empresarios y profesionales vascos sea cortado.

No han faltado ciudadanos vascos que han predicado con el ejemplo y han arriesgado -y siguen arriesgando- la vida por negarse a ceder a ese infame chantaje del impuesto revolucionario. Para ese rearme moral de la sociedad vasca es preciso que la actitud de firmeza mostrada en este terreno por el lendakari Garaiccietxea se prolongue en una activa campaña del Gobierno de Vitoria, del Parlamento vasco, de los partidos y sindicatos democráticos y de las demás instituciones para poner fin, de una vez por todas, a esa práctica chantajista. La recuperación económica de Euskadi será una utopía mientras los capitales sigan huyendo, junto con sus propietarios, de un territorio donde una sangrienta hacienda paralela hace imposible que nadie en su sano juicio piense en invertir o en montar negocios cuyos frutos serán requisados, pistola en mano, por los terroristas.

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