_
_
_
_

Escritores, poetas y críticos hablan de la verdadera herencia de Blas de Otero

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

La honda, dramática y frágil figura de un poeta muerto ha sido agredida. Blas de Otero descansa para siempre desde hace tres años, pero hay quienes están removiendo sus despojos, con el pretexto de su humilde herencia material, sobre la que sólo los jueces tienen palabra. Un turbio escándalo prefabricado perturba la memoria de un hombre que fue silencioso y empleó su elocuencia sólo para ir, palabra a palabra, atesorando otra herencia que, esta si, hay que remover incesantemente, su herencia moral y poética. Quienes le conocieron y amaron nos hablan de ella.

Detrás de todo gran poeta hay siempre un enigma. El de Blas de Otero es, paradójicamente, un enigma a flor de piel: ¿Qué hacía un hombre enfermizo, antítesis de la acción, de temperamento místico y atormentado, en la brecha del antifranquismo?. "Era un hombre sometido a una tensión y a un rigor moral extremos", nos dice Gabriel Celaya. Sabina de la Cruz, la compañera del poeta, habla de "cómo desde la soledad, como siempre estuvo, solitario y atormentado, miraba hacia fuera, exp onia su verso y su vida en un juego peligroso, el de la paz y la libertad".Y sigue Celaya: "Pasé mucho tiempo, muchos días, con él; en San Sebastián, sobre todo. Más que dos poetas éramos dos hermanos. Como poeta y como hombre procedía de la angustia, tal vez de origen religioso, y desde ella desembocó en la lucha activa de una manera natural, porque era libre como respiraba, uno de los hombres más libres que he conocido. Uno se le imaginaba siempre viviendo en las nubes, en contínuo descuido, sin sentido práctico, sin saber cómo poner orden en sus cosas. Pero luego se le veía en el exilio, inquieto, sorbiendo lo que veía, de Francia a Checoslovaquia, de allí a Rusia, China y Cuba, sin parar un momento. Era sorprendente".

Había nacido el poeta en Bilbao, en 1916, y fue en 1951 cuando viajó a París. Tuvo que vender su biblioteca para pagarse el billete. Allí comenzó a militar en el PCE, que encargó a Jorge Semprún el cuidado del poeta. "Pensaba Blas de Otero escribir un libro de poesía política que significaba su ruptura con España", dice Jorge Semprún, "pero cuando la publicación estaba ya a punto le entró el pánico de la ruptura. Planteé a los dirigentes del partido que era mejor un poeta vivo en España, aunque publicando con dificultad sus versos, que un poeta de un único y grande libro viviendo el dolor del exilio". Y volvió a España.

Procedía de la angustia

Siguió inmerso en la lucha política, repartiendo su escasa energía entre ella y otra lucha más sorda contra sus enfermedades. Y un hombre destinado a vivir en las nubes, bajó frenéticamente a las contingencias a ras de suelo. "Sin embargo", dice Jose Hierro, el otro gran poeta de su generación, "su poesía sobrevivió, porque, como poeta, sabía, como Mallarmé, que la poesía no se hace con ideas, sino con palabras; es decir, trasciende lo circunstancial y logra que sobreviva la poesía cuando los hechos que en ella se narran han dejado de ser actuales. Aunque también lo que nos cuenta, no sólo el cómo nos lo cuenta, sigue siendo, en la mayoría de los casos, de dolorosa actualidad"."Procedía de la angustia", dice Celaya, que le conoció bien. En 1942 publicó su primer libro, Cántico espiritual. El eco de San Juan de la Cruz estaba allí y seguía estándolo en Angel fieramente humano, y ya era el año 1950. ¿Dejó alguna vez de existir esa resonancia, incluso cuando Otero bajó a los abismos cotidianos?. "No, nunca", dice Jose Antonio Gabriel y Galán, que le conoció ya en la recta final de su vida. "Lo que va a quedar de Blas de Otero es su poesía total. Me explico: no hay ninguna incompatibilidad entre su poesía metafísica y su poesía testimonial. Son la misma cosa. Y es que Blas de Otero es sobre todo un poeta lírico. La épica y el compromiso quedan subordinados en él a una visión lírica radical de la existencia. Indudablemente Otero lleva a fray Luis de León en la sangre y ni siquiera sus versos más comprometidos o coyunturales se olvidan de esta herencia".Fue Redoble de conciencia, en 1951, el punto de la encrucijada que llevó al poeta contemplativo hacia el poeta de combate de Pido la paz y la palabra, dirigido hacia esa inmensa mayoría que Blas de Otero acuñó frente a la inmensa minoría del poeta de la forma, Juan Ramón Jiménez. ¿Es que Blas de Otero menospreciaba los aspectos formales de la poesía? "No; todo lo contrario", dice Carlos Bousoño, académico, poeta y crítico. "La perspectiva de Blas de Otero como poeta es, junto con la de José Hierro, la más eminente de su generación. Sus valores esenciales, desde el punto de vista estético, no derivan de sus temas, sino que, al revés, casi podríamos decir que se hallan como al margen y hasta en oposición de ellos: se trata, en lo esencial, de una gran capacidad de invención linguística, de una poderosa energía expresiva, de que da muestras sobre todo en Ancia".

El poeta entra con este libro en la plenitud. José Luis Cano, poeta y uno de los grandes analistas de la poesía española contemporánea, nos habla de esta plenitud. "Pienso que Blas de Otero es uno de los tres o cuatro grandes poetas que surgieron en la posguerra. La evolución de su obra desde la aventra existencial a la poesía comprometida no supuso nunca un descenso en la calidad de su verso. Al contrario, Otero supo unir el compromiso con la más alta calidad lírica y enriquecer un proceso de depu ración formal, de acendramiento en la exigencia y el rigor de la palabra poética, que él estimaba imprescindible. Otero es uno de los mejores sonetistas de nuestro siglo y supo hacer compatible la herencia clásica con la aventura informalista."

Esta es la auténtica herencia del poeta, muerto en 1979.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_