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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Entrevista Suárez. Callaghan: orden del día, Gibraltar

El 19 de octubre de 1977, Adolfo Suárez, cree llegado el momento de afrontar, en igualdad de condiciones, el único contencioso histórico que nos separa de un país miembro de la CEE, Gibraltar. El autor del artículo, que intervino como intérprete en un primer encuentro m ano a mano entre Suárez y Callaghan, cuenta detalles de aquella entrevista que resultó negativa.

En octubre de 1977, la democracia española había superado los obstáculos de su credibilidad en Europa. Las capitales europeas acogían al presidente del Gobierno de España con un respeto no carente de admiración y con la simpatía del que ve llegar al hijo pródigo de las democracias europeas. El club europeo se completaba, aunque sólo fuera en la forma, las siempre débiles formas que ocasionan tanto espectáculo hueco cuando se inicia una negociación para casar intereses contrapuestos.Londres era, sin embargo, la capital más escueta en sus gestos hacia nosotros. No porque los británicos pretendan ser, según los clichés de toda la vida, menos expresivos, ni porque los laboristas estuvieran en el poder en Londres y Felipe González en la derrotada oposición socialista en Madrid. Con Londres había contencioso, y contencioso histórico, una especie de tabú que la democracia y la dictadura, la Monarquía y la República utilizan siempre que conviene, y no pocas veces para ocultar problemas de diversa índole. Por este motivo, el tema de Gibraltar ha tenido connotaciones falsas en su pasado, y por ello se confundió, mal confudido, en toda una doctrina reivindicacionista patrocinada por Castiella y, por qué no decirlo, por Areilza en sus mozos y disparatados años de posguerra.

El sistema político franquista restaba, además, toda credibilidad a la, política española sobre Gibraltar. Paradójicamente, la política de Castiella era, democráticamente hablando, menos exquisita con los habitantes de la Roca, a los que, de prosperar sus reivindicaciones, ofrecíamos vivir en dictadura, que con los futuros ciudadanos libres de nuestra Guinea, a quienes ofrecía una forma democrática de vida que para los españoles hubiéramos querido si se hubiera impuesto el criterio de Castiella en lugar del de la Administración Militar de Castellana, con el almirante Carrero a su frente.

Está claro que el sistema democrático en España iba a permitir hacer los planteamientos sobre Gibraltar, cuando menos, con una autoridad y credibilidad inexistentes hasta ese momento. En lo que se conoce en tertulia política como ronda europea, como si de un forfait se tratara, había que incluir entonces la visita a Londres.

El lenguaje diplomático -es tan sutil como, a veces, inútil- se vio en dificultades para bautizar aquella visita del primer presidente de la democracia española.

Pasaron los términos clásicos de oficial, escala, de trabajo, oficial de trabajo y alguno más que hoy se me olvida, sin que varíe para nada el tema principal.

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En otras ocasiones, las conversaciones en otras capitales solían celebrarse siguiendo un modelo único. El plato fuerte de las visitas solía ser la entrevista a solas -o con sus ministros de Asuntos Exteriores- de los dos jefes del Ejecutivo. Las reuniones a nivel de delegaciones quedaban relegadas a una formalidad con la que se pretendía tranquilizar el honorcillo vejado de los altos funcionarios de departamentos especialmente movilizados por sus jefes para actuar en sesiones de trabajo. Muchas veces, las delegaciones intercambiaban puntos de vista profesionales, casi siempre desprovistos de un trasfondo político, que siempre predominaba en las entrevistas con Adolfo Suárez.

En la mañana de aquel 19 de octubre, la comitiva española pasó directamente desde el aeropuerto londinense al famoso número 10 de Downing Street. Detrás de aquella mítica y modesta entrada se abren muy amplios espacios dedicados a residencia oficial y oficinas del primer ministro británico. En su despacho entraron Callaghan y Adolfo Suárez. Tomé parte como intérprete. Nadie más entró en las dos horas que, duraron las conversaciones entre. los dos políticos. De aquellas conversaciones no hay notas escritas, salvo las que tomó.el presidente Su'árez en una tarjeta, para tenerlas como recordatorio de los argumentos de su interlocutor. Las que yo pude tomar como intérprete no han servido para reconstruir aquellas horas. Nos queda confiar, para la historia, en que los servicios ingleses hayan tomado, por vía ele¿trónica, buena nota.

Amplia autonomía

Las tradicionales frases de salutación fueron escuetas en aquella ocasión. Suárez entró directamente en el tema afirmando casi textualmente que las relaciones hispano-británicas eran excelentes, pero contaban con un obstáculo fundamental, que era Gibraltar.

Este obstáculo podía condicionar las relaciones bilaterales y era imprescindible encontrar una solución, solución que pasaba naturalmente por un reconocimiento de soberanía sobre Gibraltar.

Callaghan se mostró incómodo, de entrada, y pareció tomar una posicion defensiva desde un primer momento.

Suárez ofreció las posibilidades de una autonomía tan amplia como los gibraltareños desearan, al amparo de la nueva Constitución. Ofreció. estudiar cualquier fórmula para regir la base británica de Gibraltar. Ofreció todo el tiempo que fuera necesario. Ofreció abrir el diálogo con los habitantes de la Roca por cualquier procedimiento, y ofreció estudiar la.mejora de las condiciones de las comunicaciones entre la colonia y el resto de la Península. Sólo hubo una exigencia terminante: el reconocimiento de la soberanía española.

No había en el planteamiento ningún deseo de lucimiento personal. Por ello no se hablaba de plazos. Había gran compren sión para no pedir lo imposible a los ingleses. Y había gran fe en las oportunidades que la vida democrática española iba a ofrecer a todo el país, haciéndolo suficientemente atractivo también para los gibraltareños. El discutido Título VIII de la Constitución abrió así las puertas a un posible fenómeno integrador, llevando la contraria a cuantos han visto en él germen de disolución.

Hay pocas cosas que se recuerdan cuando se realiza una interpretación -en este caso doble, es decir los dos idiornas-. Pero, a pesar de todas las dificultades, me quedó grabada la primera frase del premier británico y su brevedad ha facilitado la memoria. Lo comprobrá el lector por sí mismo:

- "La respuesta es no".

A partir de ese momento se había terminado el. diálogo positivo. Todo el resto *fue un cúmulo de reíteraciones de argumentos para convencer al inglés de la viabilidad del proyecto español. La impresión que se sacaba de aquella conversación era también clara: los ingleses se encontraban prisioneros de los gibraltareños y no era. viable salida alguna al problema sin que éstos tomaran parte en las futuras conversaciones. Esto fue lo que se acordó.

En aquel ambiente se celebró un almuerzo en la residencia del primer ministro británico. En el aperitivo aparecieron Oreja y Owen, que habían mantenido conversaciones separadas, y venían muy satisfechos del ambiente en que se habían desarrollado sus discusiones. La sorpresa de Oreja -y de Owen más tarde- fue morrocotuda cuando, sonriente -como de costumbre-, se acercó a Adolfo Suárez para preguntarle cómo habían ido las conversaciones con Callaghan y obtuvo como contestación que habían ido fatal. Como buenos ministros de Exteriores, quisieron mediar en el entendimiento entre sus respectivos jefes de Gobierno.

Por insistencia de uno y otro, se produjo una nueva reunión en el despacho de Callaghan después del almuerzo. Los primeros ministros manifestaron su escepticismo sobre la conveniencia de tal reunión, y tuvieron razón. El clima de después del almuerzo se enrareció, y el mantenimiento de la posición inglesa y la decisión española de mantener restricciones sin contrapartida provocaron una exhibición de malas formas en Owen, infrecuente en ocasiones de este género. Allí se pidió indiscriminación para los trabajadores españoles tras la apertura de la verja. Allí se acordaron facilidades telefónicas. Y se acordó seguir hablando e incorporar la voz de los gibraltareños.

El resto de la jornada de trabajo, con una reunión de las delegaciones, sirvió para hablar del tema pesquero y comunitario en los términos ya habituales de estos encuentros.

Alberto Aza abogado y diplomático, fue jefe del Gabinete y hombre de confianza del expresidente Suárez.

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