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Tribuna
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Otras eternidades

Si mal no recuerdo, y desde que inicié mi particular educación literaria, Juan Ramón Jiménez casi nunca ha dejado de decirme cosas inolvidables. Es quizá el poeta español que más cosas inolvidables me ha dicho durante un mayor número de veces. Aunque en alguna ocasión me las haya dicho con escasa ecuanimidad o con excesiva retórica, que eso importa menos. Entre otras cosas, porque cada vez estoy más convencido que muchas de mis trastiendas artísticas, y hasta mi gusto por las infiltraciones neuróticas del lenguaje, dependen en parte de ese ya remoto entrenamiento. Lo cual siempre es muy de agradecer.Desde la Segunda antolojía -el primer libro poético que me dejó verdaderamente absorto- hasta Espacio -uno de los poemas más fascinantes de toda nuestra cultura literaria-, Juan Ramón Jiménez ha sido el supremo y egocéntrico regente, el gran mentor inflexible de casi todo el aparato estético que usó -y sigue usando- la poesía española del siglo XX. Con él se acota una jurisdicción literaria que aún mantiene sus prerrogativas y en la que incluso se integrarán los últimos poetas -puros o impuros, qué más da- que ya esperan tumo en el arrabal didáctico de los manuales. Podría ser menos hiperbólico, pero me lo impide la prudencia.

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Considero de lo más meritorio que, a los cien años de haber nacido Juan Ramón Jiménez, se haya fomentado empecinadamente una especie de reconciliación a ultranza en tomo a su obra. Según mis noticias, han venido produciéndose opiniones opacas, veredictos justicieros y fogosas beaterías de ocasión. Un trámite habitual. Pero, al margen de todos esos tributos privados y públicas romerías, algo esencial sobrevive -nunca se agotó-, extramuros de los panteones: la fijación de un paradigma artístico que va generando sus propios modelos hasta convertirse en un punto de partida clásico. Postergado a veces, confundido otras entre sus propios desdenes y extravagancias, Juan Ramón Jiménez ratifica hoy, y con qué venerable pureza, la extraordinaria singularidad histórica de su poesía, su impecable condición de puente entre todas las posibles retaguardias -románticas, simbolistas, modemistas- y todas las presuntas avanzadas que nos han deparado las últimas seis décadas. «Qué lucha, en mí, entre lo completo y lo perfecto».

Claro que en una obra como la Juan Ramón Jiménez, tan compleja y demesurada, de tan excluyente ansiedad creadora, hay bifurcaciones un tanto propensas al desequilibrio nervioso. Ocurre algo así como cuando uno se encuentra al poeta catalogado en el anaquel de las rarezas biográficas. No tengo ninguna afición ni por esos anecdotarios ni por aquellas lecturas. Pero me parece admirable todo lo que la intrincada personalidad juanramoniana -«dios deseante»- tiene de sublimado y sacral ayuntamiento con la poesía. No es que comparta semejante arrebato, pero tampoco lo desdeño. Esa vocación irreductible, totalizadora, esa especie de ritual de la furia y la mansedumbre, con todas las exacerbaciones psicológicas que se quiera, me ha parecido siempre un ejemplo de dignificación intelectual absolutarriente apasionante Debe ser que nunca me he dejado arrebatar del todo por los estímulos de la moda: una credulidad como otra cualquiera.

Comparto la, idea de que el sistema poético de Juan Ramón Jiménez -como el de todo excepcional inductor de la literatura- se difunde sin excesivos cambios de tonalidad en el verso y la prosa Sólo una normativa convencional podría tratar en vano de disociarlo No se me olvidan, por supuesto, ciertas exquisiteces del «cansado de su nombre», o del amo del «peludo y suave» Platero o del autor de tropos como el de «A caballo va el poeta, / qué tranquilidad violeta». Pero toda esa previsible fiebre no afecta para nada a las magníficas cavemas sensoriales de la prosa. Sobre todo a la de muchos de los retratos de Españoles de tres mundos, que, amén de su extraordinaria propensión barroca a los ensamblajes poéticos, nos suministran uno de los más dinámicos, espléndidos, magistrales ejercicios de estilo operados en una fase de la literatura española que sigue siendo estrictarriente contemporánea. Lo demás -que es más bien todopertenece a la filología.

José Manuel Caballero Bonald es poeta y novelista andaluz.

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