Los mundiales
Julián Santamaría es el grafista de los Mundiales de Fútbol/82. Para la cosa de la cosa trabajan también algunas agencias de publicidad, todos bajo el mando unificado (no suficientemente unificado, ay) de Raimundo Saporta. Pero Julián Santamaría, el genio del graffiti artístico, loco de pelambrera y de pasado, viejo tronco del rollo y la 'inventiva, es el hombre que venció en cruel batalla al indeseable Naranjito -¿ustedes se acuerdan?-, aquel engendro de la peor nostalgia de Walt Disney, una cosa entre Disneylandia y la fanta, con todo mi respeto y toda mi sed para la fanta.Estamos, gracias a Julián Santamaría, en la estética/82 y no en la mimética de los cincuenta. Santamaría es maestro en pictogramas, esos jeroglíficos fugaces de nuestro tiempo, donde quizá el futuro leerá lo que hemos tenido de egipcios y faraónicos. Un pictograma simple, por ejemplo, es esa esquemática señorita que indica el sitio en los bares y restaurantes a las damas. Los psicoanalistas le daban mucha importancia a los letreros Damasl Caballeros, leídos en la. infancia, y que remitían a los niños a dos países diversos, incógnitos y lontanos. Va a resultar que alguna loca es loca porque de niño se equivocó de pictograma. Julián Santamaría ha hecho las entradas, los controles, las banderas, las camisetas, la flecha indicativa (un signo al que sólo el futuro da sentido, según los estructuralistas). Santamaría es el poeta de los Mundiales, pero en los Mundiales hay algo más que poesía. De momento, una pasarela sobre la Castellana, que va del Palacio de Congresos al Bernabéu, y que no es sino un control del personal que vaya y venga, porque para los Mundiales -ay- se prevén grandes movidas políticas, sociales, alarmistas.
La pasarela es fea, aunque se va a enriquecer de publicidad, y los soportes son antiguos. Hay tanto dinero para los Mundiales, en los Mundiales, de los Mundiales, que' los de las quinielas ya no necesitan apartar los cincuenta céntimos que« se destinaban al montaje de la cosa. Más de dos mil millones andan en juego sólo en promoción. ¿Se están dando todas las concesiones por concurso? No. ¿Se lleva esto con rigor y sin favoritismos? No. ¿Tiene algo que decir el señor Porta? No. (Porque no quiere.) Pero miro a ver entre mis cosas los folletos de la Olimpiada de Munich y hay casi más conciertos de Mozart que deporte:
-Los Mundiales de fútbol no son una Olimpiada, don Francisco, salta el parado, que tiene ahora su esquina en el Bernabéu.
No son una Olimpiada, pero hay que dignificar los Mundiales, aparte Julián Santamaría, con otras demostraciones deportivas más dignas, ilustres y cultas, como el atletismo (algo habrá), y con actividades culturales de gran espectáculo, ya que eso queda como más griego y, por otra parte, aquí el fútbol está adscrito a Soledad Becerril, que por cierto no sabe torta del tema y dejará hacer a los que hacen. Nuestra pictográfica Administración degrada la cultura a fútbol y enreda el fútbol con la cultura, lo cual tiene una legitimación en «el hombre que trabaja y Juega» de los filósofos, e incluso en «el origen deportivo del Estado», de Ortega, pero es que aquí, más que la legitimación, funciona la confusión. El mogollón.
Hay una estrepitosa descoordinación entre los distintos organismos que están trabajando en la cosa, de modo que el Ayuntamiento de Madrid elabora unas señales callejeras mientras los hombres de Saporta elaboran otras. Los Mundiales, claro, son mucho más que los Mundiales: una ocasión de enseñar al mundo el nivel de la España democrática y un peligro de politizar al mundo desde la andanada crucial de España. Puede que vengan a jugar hasta los chinos.
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