Un escándalo financiero y presiones políticas aplazan el nombramiento de nuevos cardenales
Muchos observadores religiosos de la capital se preguntan por qué se retrasa el nombramiento de los nuevos cardenales, previsto hace un mes.En primer lugar se plantea el problema de aumentar el número de cardenales fijados por las normas establecidas por Pablo VI. Deben ser sólo 110, con edad menor de ochenta años. Pero dando el honor cardenalicio a aquellas sedes importantes que han tenido al frente tradicionalmente un cardenal se llenaría ya el cupo. Además hay otros muchos prelados curiales que esperan la púrpura.
Pero hay aún otros problemas de fondo. Por ejemplo, el que plantea López Trujillo, actual presidente del CELAM, el organismo que reúne a todas las conferencias episcopales de América Latina.
El cargo de Trujillo exige la púrpura. Pero muchos obispos de América Latina han hecho ya saber al Papa que no aceptarían que se nombrara cardenal al conservador Trujillo si al mismo tiempo no se da el capello cardenalicio a algún otro elemento de la Iglesia latinoamericana claramente progresista, como, por ejemplo, el ya legendario Helder Cámara, llamado el obispo rojo. A la curia esto le parece demasiado, y entonces se piensa en algún otro obispo de punta de la iglesia de Brasil, como Pero Iquiens.
La Iglesia africana también plantea problemas. El Papa actual no ha dado el cardenalato a ningún africano, y los obispos de aquellas iglesias jóvenes lo esperan. Claro que lo mismo espera la iglesia de Asia. De esta manera crecería más de la cuenta el número legal de cardenales. Uno de los problemas más peliagudos es el del prelado Marcinkus, el famoso y cacareado banquero vaticano. Este arzobispo de Estados Unidos fue traído por Pablo VI a la cuna para que se encargara de las finanzas. Ha sido durante mucho tiempo, y lo es aún hoy, el presidente del IOR, es decir, la banca vaticana. Y ha sido al mismo tiempo, en los viajes de Juan Pablo II, su gran organizador y guardaespaldas. Pero Marcinkus ha saltado a las crónicas de todo el mundo por su supuesta implicación en el escándalo Sindona.
Al parecer, algunos de los cardenales que llegaron a Roma, invitados por el Papa, para estudiar el delicado problema de las finanzas vaticanas habían pedido que se alejara Marcinkus de su cargo de presidente de la banca vaticana, después que dos de los directores de esta banca acabaran en la cárcel precisamente por el asunto Sindona.
Pero el Papa teme que el alejamiento del cargo pudiera ser interpretado ante la opinión pública como justificación de las sospechas que recaen sobre el banquero vaticano. Y es norma de la Iglesia defender el prestigio de la institución. Por eso últimamente el Papa lo ha promovido, dándole la responsabilidad del governatorato, es decir, una especie de jefe de personal de toda la pequeña ciudad del Vaticano, dejándole al mismo tiempo la responsabilidad de la banca vaticana.
Se dice que el cardenal secretario de Estado, Agostino Cassaroli, hubiera preferido que Marcinkus volviera a una diócesis de Estados Unidos, pero allí los obispos se opusieron porque no lo juzgaban preparado pastoralmente.
Ahora se asegura que el Papa piensa hacerlo cardenal para poder de este modo alejarlo de la presidencia de la banca, pero dotándole de tal prestigio que le haga inmune a toda sospecha. Tampoco esta solución encuentra el aplauso de los elementos más conciliares de la curia romana, que piensan que no es ejemplar que se eleve a la púrpura cardenalicia y se le dé el privilegio de poder elegir Papa a un personaje sobre el cual, por lo menos, recaen sospechas de haber estado implicado en uno de los escándalos financieros más gordos de la vida italiana e internacional.
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