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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Seis meses de Mitterrand

EL MENSAJE emitido por François Mitterrand a los franceses (véase EL PAIS del 10 de diciembre) coincide aproximadamente con los primeros seis meses de la espectacular llegada al poder de la izquierda, cumplidos el 21 de noviembre. No todo en su balance es positivo. Hace poco, el ministro de Hacienda habló de "una pausa" en las reformas; Mitterrand declara ahora que no gusta de esa expresión, y esta es una de las dificultades que tiene con algunos de sus ministros. No son sólo diferencias personales: reflejan tendencias dentro del partido socialista, que se han puesto de manifiesto en el reciente congreso del partido, aunque Mitterrand, en este mensaje, trate de valorarlas como algo positivo, diciendo que se orientan "más a la unión que a la división". No está tan claro, aunque hay efectivamente un reflejo unitario: la seguridad de que si se quiebra la unidad se puede perder todo, incluso el poder. Tampoco es fácil gobernar con ministros comunistas, con los que Mitterrand mantiene siempre la reserva de "no olvidar el pasado". Quizá por todo ello, a lo largo del mensaje -presentado como un diálogo, aunque con preguntas convenidas y probablemente preparadas por él mismo-, ha insistido varias veces en su responsabilidad personal, en su ejerci cio individual del poder, en su programa presidencial: son las prerrogativas que le concede una Constitución que reformó De Gaulle a la medida de su grandeur, y que ahora permiten a Mitterrand zanjar con autoridad las querellas internas. Es indudable que el peor problema para Mitterrand no lo proporciona su propio partido, ni siquiera los comunistas, que todavía no han salido de su asombro al verse dentro del poder (aunque apenas puedan ejercerlo), sino la derecha. Políticamente, ésta no se ha repuesto de su derrota, y si hay querellas internas en el poder, con más razón las hay entre los perdedores, que se acusan unos a otros y que siguen, en las encuestas de opinión pública, muy bajos de apoyo popular. El intento de crear un grupo intelectual opuesto a la izquierda, con calificativo de liberal, sobre la base de algunos de los nuevos filósofos, y especialmente de Louis PaweIs, no ha funcionado, y precisamente por la oposición de un intelectual de la derecha, Raymond Aron, que ha creído encontrar en todo ello un cierto tufo de totalitarismo o de reducción de las libertades individuales y colectivas. La oposición mayor viene de la derecha sociológica: de la patronal, de las grandes industrias y, lo que es mas peligroso, de una cierta clase media bien colocada, de una burguesía que al principio apoyó a Mitterrand, y a la que ahora asustan las primeras medidas: el intento de reforma de la fiscalidad, algunas nacionalizaciones, algo de la descentralización. Es una clase muy característica en Francia, que tiene una ideología histórica de izquierdas, basada en las libertades individuales, y un comportamiento de derechas en cuanto a la defensa de sus intereses privados frente a la colectividad. Es probablemente la retracción de esa clase la que ha convertido en descendentes las líneas, sobre los gráficos de la opinión pública, de Mitterrand y de su primer ministro, Mauroy. En su programa electoral y en la intervención radiotelevisada del miércoles pasado, Mitterrand ha insistido en su plan de largo alcance de reforma de la sociedad, que en Francia es muy lenta para aceptar las reformas y muy desconfiada. Votó por ellas, pero la práctica la inquieta. El plan de Mitterrand tiene en cuenta ese factor, y se promete hacer los cambios sin dolor y en varios años. Al menos en un lustro no le va a faltar la mayoría absoluta en la Asamblea. Con ese proyecto general que pretende realizar durante los siete años de su mandato -por ahora insiste en que no se presentará a la reelección-, quizá sea injusto y prematuro considerar su trabajo sólo por los seis primeros meses.

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