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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Dos hombres y un destino

La moderación de actitudes en los distintos grupos que forman el conglomerado UCD fue una constante hasta el II Congreso del partido. Sin embargo, en los últimos tiempos se han disparado las facciones hasta conducir a la situación actual de rupturas y componendas. Víctor Ferreres, al hilo de estas modificaciones en el grupo gobernante, traza el perfil de sus dos líderes más significativos, Leopoldo Calvo Sotelo y Adolfo Suárez.

A lomos de sus proyectos, Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo Sotelo cabalgaron, paradójicamente, hacia un mismo destino. Los Robert Redford y Paul Newinan de la política de UCD eran los aspirantes al control del partido, algo así como la conocida fórmula de Raymond Aron, «enemigos, pero hermanos»: es decir, absoluta coincidencia en la competencia. Lo que ocurre es que la competencia en este caso ha ganado terreno a la coincidencia, puesto que las elecciones legislativas, como quien dice, están al doblar la página, y lo urgente es estabilizar a UCD.Esta pugna por el liderazgo tuvo algunos detalles esenciales. Si UCD tuviera suficientemente consolidada su ideología, con argumentos firmes frente a la realidad de este momento, que no frente a esta triste oposición, y respaldada por bases numerosas y leales, quienes aspiran al control del aparato contenderían entre sí sin preocuparles demasiado el grado de hostilidad que acompaña a sus conflictos. Diríase entonces que la batalla se libra en UCD, dentro de sus sólidas murallas. Pero no es este el caso: el partido tiene una corta edad, el espacio político está en discusión, las puntas de lanza de sus tendencias se contradicen, y al cabo, lógicamente, su desarrollo es canijo y anamórfico. Ocurre entonces que los aspirantes a la jefatura, ambos interesados en la pervivencia de UCD, bajan sus mutuas hostilidades a unos mínimos razonables, aunque siempre perceptibles. Consecuentemente, ya no se batalla en el partido, sino por UCD, al que hay que salvar a toda costa. Ello hace que los contendientes, ante una estructura tan endeble, tienen necesariamente que andar de puntillas.

¿Qué balbuceante proyecto realizaron los arquitectos del partido? ¿Qué imaginaron fundar los barones de UCD? Creo que ambas cuestiones están carentes de todo proyecto y de toda imaginación; lo único que consiguieron, a mi juicio, fue aglutinar desordenada mente un conglomerado de personal, atraído por la erótica del poder, en donde se discutía y, a veces se peleaba hasta rozar el techo admitido. Llegado a este punto, alguien chasqueaba los dedos y re tornaba la calma. El método ha funcionado hasta el Il Congreso Nacional, a partir del cual se ha quebrado el principio de moderación. Por tanto, no puede asombrar la búsqueda del disenso para fijar el partido, ya que si el conflicto se intensifica cabe la posibilidad de que algunos interlocutores sientan la tentación de otear en dirección a nuevas rupturas, con lo cual la vulnerabilidad de UCD será todavía más evidente. Por eso ahora todos los ojos miran hacia Suárez y Calvo Sotelo. Pero ¿qué diferencias presentan entre sí y hacia qué destino podrían dirigirse ambos...?

Adolfo Suárez es un personaje entresacado de una novela de Stendhal: de la viveza hace una verdadera liturgia; de la habilidad, un èlan vital bergsoniano; de la cultura, un auténtico desprecio. Desprecia cuanto ignora. Superdotado de osadías infrecuentes -anunció presentarse a diputado por Barcelona en las próximas legislativas, olvidando por completo que en su curriculum atesora la autoría de la siguiente afirmación: «No puede explicarse física nuclear en catalán». Confunde Atenas o Roma con Burgos.

Astuto y sigiloso, desmontó el aparato jurídico del franquismo con una eficacia digna de permanente agradecimiento, fintó con gracia indiscutible los seculares obstáculos de un conjuro: el. de las clases dominantes. Carismático y valiente: recuérdese su actitud, el 23 de febrero.

Leopoldo Calvo Sotelo ofrece un análisis menos comprometido. Es la extracción pura de una clase alta. Más cerca de la ascética que de la mística., Su expresión jamás consigue aclarar si duerme o piensa. No posee carisma. Ningún lamelevitas ha dicho todavía: «Tenemos Calvo Sotelo por cien años». En contra, Suárez halló a un personaje, hoy olvidado, otrora ministro de Trabajo, capaz de tal lisonja. Practica el poder y no goza de él -no pagaría por ser presidente-, proyecta una figura casi mortificada. No mira al poder como un fin en sí mismo, sino como medio para la gobernación del país. Si Suárez consiguió acabar con el franquismo jurídico, Calvo Sotelo está liquidando al suarismo estético. El presidente es el contraste, la contraimagen de compensación al protagonismo de un período de grandes pasiones y debates, de inmensos triunfos y de estrepitosos fracasos...

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En sus Consideraciones sobre la grandeza y decadencia de los Romanos, Montesquieu rememora las desemejanzas: «Sila, con sus violencias, reavivó en los romanos el amor por la libertad; Augusto, autócrata sutil, los condujo imperceptiblemente a la sumisión». A un liderazgo exuberante ha sucedido otro quieto, casi imperceptible. Y como no podía ser de otra manera, los romanos confirieron a Augusto un poder que Sila nunca alcanzó. Es literalmente exacto a lo que ha ocurrido en UCD. Para el resto de los ciudadanos, no obstante, es difícil que impere el mismo criterio. Es que, obviamente, Suárez no es Sila, ni Augusto es Calvo Sotelo. Y en ello quizá estriba la razón de su común destino. Víctor Ferreres i Pla es miembro de la Fundación para el Progreso y la Democracia.

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