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El barroco domina en el otoño artístico de París

Tres exposiciones de este estilo abiertas en la capital francesa

La palabra clave del otoño artístico parisiense es, sin duda alguna, la de barroco. Tres son las exposiciones actualmente en curso que hacen referencia a «esta constante histórica», como la definió Eugenio d'Ors. El barroco en Bohemia (Grand Palais), Los dibujos barrocos florentinos (Pabellón Flore, Louvre), y Barrocos 81, en el ARC, Museo de Arte Moderno de la ciudad de París, a la que se refiere exclusivamente este artículo, compuesta por obras de 33 artistas, entre los que predominan los pintores, de diferentes nacionalidades, ingleses, franceses, norteamericanos, alemanes e italianos, seleccionados por su organizadora, Catherine Millet, redactora jefa de la revista francesa de arte Art Press.

Los artistas españoles están ausentes, bien porque quizá su obra no atraviesa los circuitos habitualmente recorridos por la citada revista (salvo excepción de los grandes nombres ya consagrados), bien porque todavía, en su opinión, no se haya manifestado en nuestro país este «desbordamiento de la vanguardia internacional» a que hace referencia el subtítulo de la muestra.Si efectivamente la noción de barroco es de orden general, es decir, que puede aplicarse a todas las épocas y regiones en determinados momentos de su trayectoria artística (y no únicamente el arte de la contrarreforma), no hay ninguna razón para poner peros al hecho de que bajo este título, en plural por diferentes motivos, se vean reunidos una serie de artistas que, haciendo uso de su libertad, premisa indispensable e indiscutible de toda actividad creadora, defendieron y practicaron, anteriormente, formas de expresión diferentes, como el minimal (Bonnefoi, Bartlet), conceptual (Venet), suppor-surface (Cane, Vialat), nueva abstracción (Gorchov) o la acción y la perfomance, a los que nos encontramos, a principios de los ochenta, practicando una estética, en ocasiones casi contradictoria con la de sus etapas anteriores, lanzándose «a pecho descubierto», a lo que Severo Sarduy califica en el catálogo como «arte monstruo». Un término que parece exagerado y tremendista, visto el contenido de esta exposición, aunque se haya tenido la precaución de resituarlo, eliminando sus connotaciones más terribles.

Provocación o afirmación

El estilo espectacular, la mezcla de tradición y vanguardia, el predominio de la curva sobre la línea recta, la deformación o parcialización de la figura o el soporte, que puede ser cualquier elemento, tejido, fieltro o terciopelo (S. Polke Schriabel), la afluencia de formas agitadas (Buthe), incluso turbulentas (Esposito), la acumulación de materia, materiales, imágenes, ritmos y colores, sus contrastes destructores, el desbordamiento y ocupación del espacio exterior (Langlois, Gauthier), la multiplicidad de combinaciones, el expresionismo de algunas composiciones, la inserción del objeto (Dietman), el recurso a temas aún conflictivos y la aparente o real violencia al tratarlos (Salomé y Castelli) dominan esta exposición coherente e interesanteSin embargo, hablar de provocación refiriéndose a las obras expuestas, como lo hace Catherine Miller, aunque sea con respecto a «las convenciones que actualmente están reconstituyéndose», parece obedecer más a un deseo que a una realidad, puesto que, como ella misma afirma, «el desbordamiento» formal que aparece en muchos de estos artistas responde a «formas y comportamientos cogidos del vanguardismo de los años setenta», ya asimilado y digerido, con la característica feliz de que los dogmas que por entonces imperaban han perdido ya su vigencia.

Lo curioso de esta exposición, donde predominan los artistas nacidos en la década de los cuarenta y las obras de gran tamaño, y en la que existen convergencias curiosas, es que da la sensación, difícil de explicar, pero real, de que ha sido montada por la necesidad de dinamizar una situación artística que parece girar en el vacío.

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