_
_
_
_
Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Tradición y actualidad del pacifismo europeo

Las recientes y multitudinarias manifestaciones que han tenido lugar en las principales capitales europeas como protesta por eI proceso armamentista mundial en el que nos encontramos y, más concretamente, por la política militar del presidente Reagan y su insistencia en la instalación en Europa de los misiles Pershing II y Cruise, ha puesto de manifiesto un viejo fenómeno que en Europa se remonta a los albores de la era cristiana.En efecto, durante más de dos siglos, los primeros cristianos vivieron en medio del gran Imperio Romano ajenos a todo afán de conquista y de empleo de la espada, incluso pira su propia defensa como grupo. Desde su sentimiento universalista, su idea de fraternidad y su conciencia clara de que la vida humana era un valor sin excepciones, nada les era más ajeno que ese contemporáneo adagio militar -que aún adorna fachadas de. los cuarteles- "si quieres la paz, prepara la guerra" y que, de ser cierto, estaríamos en la más idílica de las paces. Para este concepto militar de paz, la uniformidad y el orden son valores que priman sobre el de la justicia y la libertad, y no es casual que quienes más en serio se han tomado este adagio hayan sido y sigan siendo quienes sueñan con dominar el mundo.

Aunque el pacifismo de los primeros cristianos no estaba basado en principios estratégicos sino éticos, su rápido crecimiento y oposición a participar en cualquier campaña militar hizo temer por la, seguridad de las fronteras del Imperio. En el siglo II, el filósofo Celso les acusaba de insolidaridad, de ser beneficiarios y no colaboradores del Imperio, y argumentaba que si todos hicieran lo mismo caerían en manos de los bárbaros.

Constantino, liquidador

La respuesta de Orígenes es idealista y generosa, pero no política: no habría bárbaros si todos hicieran como nosotros y, en último término, la solución será el martirio colectivo o una intervención sobrenatural. La falta de una respuesta al problema de la defensa hizo que muy pronto los cristianos vieran con buenos ojos el que otros defendieran las fronteras con las armas. La habilidad del político Constantino de unir en la batalla el emblema imperial y el cristiano supuso la liquidación total del pacifismo.

Pero de nuevo, cuando el militarismo fanático acaudillado por la Iglesia se encuentra en plena campaña de las guerras santas, hay una vuelta a los orígenes del evangelio: franciscanos, cátaros y valdenses se lanzan a predicar en Europa una vida sencilla y un amor universal, sin ninguna pretensión de poder, conscientes de que no es posible una renuncia a la violencia sin renunciar también al acomodamiento de la riqueza y a la gloria del poder.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Cuando las guerras de religión vuelven a asolar Europa, a lo largo de los siglos XVI y XVII, grupos cristianos como los anabaptistas, hermanos bohemios y cuáqueros representan de nuevo la protesta contra los abusos de la guerra y su glorificación, que ya había tenido su crítica en humanistas como Erasmo de Rotterdam. Tampoco en nuestro siglo han faltado voces autorizadas, como Hermann Hesse, Bertrand Russell o el mismo Albert Einstein, que después de cada gran guerra han abogado para que fuera la última.

Característica común a todos estos movimientos es la increencia de que la paz pueda ser fruto de una confrontación armada o del carácter disuasorio de su preparación. Esta increencia se funda, por una parte, en la realidad de las guerras que, teóricamente, se presentan como un último recurso y un mal menor y se convierten en el primer recurso, generando males muy superiores a los que pretendía evitar y sirviendo a intereses ajenos a su justificación. Por otra parte, se funda en el contenido ético de la paz, cuyo logro queda moralmente descartado cuando es a costa de la vida de los otros.

La extrañeza ante la legimitidad de la guerra queda de manifiesto en todo este proceso con la expresión que san Cipriano, en el siglo III, recoge de Séneca: "El mundo chorrea sangre y llama homicidio a un crimen cuando es cometido por un particular, pero le llama virtud gloriosa cuando es cometido en nombre del Estado. No es la inocencia, sino la enormidad de la salvajada, lo que asegura la impunidad".

Como podemos ver, no han faltado en la historia nobles deseos de paz ni argumentos de tipo moral y humano para estar contra la guerra, pero a la vez constatamos también que los deseos de paz y la crítica de la guerra no generan por si mismos una paz real. El pacifismo ha hecho a lo largo de la historia una gloriosa marcha testimonial al margen -en gran medida- de la política; y ésta, a su vez, ha caminado al margen de aquél.

Que alguien esté contra la guerra es una simple molestia para quienes la preparan; por ello, si el nuevo pacifismo que surge en Europa quiere ser una contribución a la paz evitando la guerra, ha de realizar un profundo análisis de las causas de la guerra : ha de tener un perfecto conocimiento de los intereses de quienes manteniendo esta paz hacen inevitables las guerras, y ha de poder dar razón de una defensa no armada de los intereses de los pueblos. De lo contrario, amenazas reales o creadas nos harán descubrir que no tenemos vocación de mártires y que con el "enemigo" sólo estamos dispuestos a ir a la muerte: "de morir, morir matando", y esta parece ser también la lógica que anima los grandes bloques militares, empeñados en asegurar la posibilidad de destrucción del planeta cuantas más veces, mejor.

Situaciones como la guerra de Vietnam, la realidad armamentista de Europa o los 50 millones de vidas que cada año, por hambre, se cobra la carrera de armamentos podrían ser en sí iriísmas motivo suficiente para unirnos a la protesta de esta locura, pero no podemos seguir pensando que toca a quienes han hecho esto posible poner la solución.

Estamos con Lanza del Vasto en que: "Hay qué abandonar la imagen de un pacifismo balante, sentimental e indeciso. Quien quiere la paz por la justicia no puede conformarse con ser un ciudadano tranquilo. Puede contar con la hostilidad de todas las potencias de este mundo. Tendrá que oponerse no sólo a cuantos quieren la guerra y la preparan, sino además a los que por su forma de vivir, de trabajar y de pensar la hacen inevitable. El que quiere la paz y no está dispuestc a los sacrificios que otros afrontan para la guerra, no podrá hacer nada por la paz".

No-violencia activa

El nuevo pacifismo resultaría tan estéril como los anteriores en la consecución de la paz si no es capaz de incorporar a la protesta la puesta en práctica de una no violencia activa, que tiene su aparición más visible en la historia en la lucha de liberación animada por Mahatma Gandhi. Un pacifismo que quiera ocultar los conflictos es un flaco servicio a la paz. El reto está en una superación justa de los conflictos y pasa, como en Luther King, por desenmascarar las fórmulas de una paz social que perpetúan las injusticias. De no presentar tales alternativas, el pacifismo puede de nuevo ser asumido, convirtiéndose en una fuente de votos para subir al poder a quienes siguen confiando en las armas.

Como en momentos anteriores de la historia, este nuevo movimiento viene con una gran carga moralizante y populares argumentos fácilmente asumibles por el gran público, que en nada son despreciables si llegan a tocar fondo. Pero, precisamente por ello, no son las grandes masas concentradas las que nos hacen pensar que nos encontramos ante una nueva realidad, sino los grupos que llevan años trabajando por la objeción de conciencia, por la reconversión de industrias militares y un control obrero de los fines de la producción, por una educación no violenta, por la defensa de la tierra frente a las expropiaciones militares, por la puesta en práctica de una defensa popular no violenta..., conscientes de que no basta con querer la paz: hay que saber cómo llegar a ella y poner los medios adecuados.

Ovidio Bustillo García es objetor de conciencia y animadorde los Grupos de Acción no Violenta.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_