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Reportaje:

Las ciudades de ancianos intentan superar su carácter de guetos antesalas de la muerte

A las cinco de la tarde de un día cualquiera, un grupo de unos treinta ancianos de ambos sexos se afana en tejer alfombras, cincelar estaño, tallar madera o en confeccionar cestos de mimbre. En la residencia de la Diputación de la carretera de Colmenar Viejo, como en las otras nueve repartidas por la provincia, los ancianos tienen plena libertad para salir y entrar cuando lo deseen, pero muchos de ellos no tienen familiares directos, o sus relaciones no son buenas, o, simplemente, los achaques de la edad les desaniman para viajar, aunque sea en trayectos urbanos. Así, cualquier visita es objeto de curiosidad, por lo que supone de corte en la rutina diaria de las 3.500 personas de edad que viven en ellas. La rutina, sin embargo, se ha suavizado bastante desde que el nuevo equipo de la Diputación contrató a los doctores Gerardo Hernández Les y Juan Parreño, como coordinador de los servicios técnicos y director del servicio de rehabilitación de las residencias, respectivamente.Su objetivo principal, desde el principio, fué erradicar el ambiente de morideros (palabra un poco fuerte y con connotaciones macabras, pero descriptiva de la realidad que se encontraron) que se respiraba en las residencias. Construidas lujosamente, con amplios vestíbulos y servicios de cafetería, peluquería, sala de cine, etcétera, su monumentalismo originaba un clima impersonal y frío, agravado, por la ausencia de vida social y actividades lúdicas en su interior. Sólo las habitaciones de cada anciano, en las que cada uno ha procurado dejar constancia de su impronta personal, mediante un mueble que se trajo de casa, fotos, la ropa de la cama y mil pequeños objetos mas, constituyen un pálido reflejo de su anterior vida.

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Los ancianos reunidos en la sala de terapia ocupacional muestran, sin disimular su orgullo, las obras producidas, muchas de las cuales podrían figurar sin timideces de ningún tipo en cualquier exposición de artesanía. Allí hay de todo desde figuras de un guardia civil, con un aspecto vagamente similar a Tejero, a cajitas de metal labrado. Y, lo que es más importante, la sala de trabajos manuales se convierte en un lugar de encuentros de charla y de convivencia, superador de la formación de pequeños grupitos que era lo máximo que permitía el antiguo régimen de relaciones personales en la residencia. Allí mismo, Juan Luis Torrecillas, de 78 años de edad, cinco años de permanencia en el centro, cuenta con todo lujo de anécdotas cuando, a poco de llegar, se lamen taba con su mujer de la sensación de abatimiento que sentia: "¿Qué hacemos aquí?", le dijo. "Yo no aguanto más sin hacer nada; aun que sea me voy a arrancar collejas, pero quiero hacer algo". Mientras hablaba, hace casi cinco años, sentados los dos en uno de los bancos del parque, sacó su pequeña navaja y comenzó a tallar una pequeña madera, del tamaño de un dedo, caída en el suelo. A los pocos días pidió al carpintero de la residencia que le facilitara material, maderas sobre todo, para seguir con su entretenimiento, y éste le dijo que no, que luego las herramientas desaparecían y que el taller sólo lo podían utilizar los operarios. Sus sucesivas visitas al director de la residencia le permitieron una mayor libertad de acción; pero ha sido ahora cuando su caso no es la excepción, sino la regla, cuando reconoce que las cosas están mucho mejor.

La necesidad de trabajar

Restituto López, de 76 años de edad, siete años en el centro, amigo de los anteriores, sé define fundamentalmente por su incapacidad absoluta para estar mano sobre manó. Hijo y nieto de molineros, molinero él mismo durante toda su vida en un pueblo de Avila, El Barraco, lleva seis meses construyendo un molino en miniatura que asombra a propios y extraños por su perfección. Todas las piezas están calcadas de su molino real, presente en su recuerdo como si fuera, ayer cuando tuvo que dejarlo, y, por supuesto, funciona. Es decir, se abre el paso al agua recogida en un depósito, las paletas se mueven y hacen girar la rueda de piedra con estrías labradas, donde el grano es machacado y convertido en harina.

Francisco López interviene en la conversación para recalcar que sí, que no se pueden quejar de¡ trato, pero que hacen falta muchas más residencias, porque sabe, más por su condición de viejo que por la de viejo militante socialista, que aún quedan muchos miles de ancianos sin atender en Madrid. "Mire: yo llevaba cinco años pidiendo la entrada aquí, porque los jóvenes tienen ya otra mentalidad y la vida en familia a veces es muy dificil, y me decían que no había sitio. ¿Sabe usted que antes, en las. solicitudes para ingresar, había una casilla que ponía recomendado por? Y así eran pocos los viejos necesitados de verdad que entraban. Ahora han cambiado el sistema de ingreso. Es por puntos, y el más pobre, el que peor está en su casa, si la tiene, es el que entra, y eso está bien; pero hacen falta más residencias como ésta. Hay algo que los jóvenes no acaban de entender, porque no pueden, por mucha teoría y buena voluntad que tengan; y es que los viejos somos nosotros, que sabemos que se nos acaba el tiempo, y queremos realidades, porque para nosotros las promesas no tienen el mismo valor".

Y debe ser cierto, porque el periodista, cuando acude allí a entrevistarles, sin conocerles de nada, siente una cierta sensación de vergüenza y no se atreve a tratar de acortar su verborrea, sus ganas indudables de hablar con alguien de fuera, porque aunque tú tengas prisa, porque otras ocupaciones te requieren, ellos no la tienen, o tal vez la tengan en otro sentido difícil de explicar, porque por encima de todo lo que dices planea la idea persistente de la muerte cercana (aunque, según los especialistas, el anciano piensa muy poco en la suya propia), y pierdes tu tiempo dándoles interminables explicaciones sobre cuándo se va a publicar, asegurándoles que se escribirá todo lo que han dicho, y todos quieren que salga su foto y su nombre, y los problemas que tuvieron con sus hijos, o el poco dinero que les queda de jubilación.

El doctor Parreño parece saber muy bien lo que quiere hacer con sus residentes, pero no tiene medios para hacerlo bien. Por ejemplo, una sola persona, Nuria Peinado, terapeuta ocupacional, es la encargada de atender los problemas del servicio en las siete residencias que cuentan con él. Los dos están de acuerdo en que hacen falta menos conserjes, menos asistentes, y más fisioterapeutas, máspsicólogos especializados en geriatría y, por supuesto, que absolutamente todo el personal se esfuerce en comprender la a veces retorcida psicología del anciano. En todas las residencias han surgido problemas por los choques entre algunos de los antiguos residentes con los nuevos. Los primeros, pertenecientes a familias acomodadas, con un cierto o alto nivel cultural, y la gran mayoría de los segundos, provenientes de las clases sociales más bajas. Ha habido incidentes de falta de comunicación, de roces, de un sentimiento elitista hacia la incultura y los poco cuidados modales de los segundos. Esta compleja situación, aparte de muchos otros pequeños problemas diarios, requiere una atención constante y disimulada por parte del personal que los atiende.

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En suma, no se trata de observar pasivamente la degradación física del anciano como si tratara de un proceso inevitable y prestarle muletas y ayuda personal, sino procurar retrasarla lo más posible y que pueda afrontarla, cuando sea realmente inevitable, en las mejores condiciones psíquicas posibles. En las ciudades de ancianos se daba la paradoja de que sólo podían ingresar ancianos válidos, es decir, capacitados para desenvolverse por sí mismos, y, partiendo de este planteamiento, no se había dotado a los centros de un mínimo servicio de rehabilitación física ni de ejercicios preventivos. Así, cuando por la inactividad y el paso del tiempo muchos de ellos iban llegando a la situación de invalidez parcial, su única alternativa era sentarse en el sillón o permanecer en sus habitaciones. Actualmente, las residencias están cambiando su carácter para acoplarse a la realidad, mediante la creación en cada una de ellas de módulos asistidos para ancianos inválidos. Al mismo tiempo, las salas de rehabilitación acogen voluntariamente a los residentes que, mediante el ejercicio físico, adecuado a su edad y sus condiciones físicas, prefieren aliviar los dolores de la artrosis, la enfermedad más común, activar la circulación sanguínea o, simplemente, sentirse más ágiles.

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