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El "refugio de mujeres apaleadas" de Londres cumple 10 años desde su fundación

Andrés Ortega

El primer refugio, en el Reino Unido y en el mundo entero, para esposas apaleadas, cumple el 25 de noviembre su décimo aniversario. Estos han sido diez años de lucha contra los elementos, por una parte de las fundadoras de Woman's Aid, Erin Pizzey y Anne Ashby. Pero en esta década el movimiento se ha ampliado a nivel internacional, con la aparente excepción de España, donde, sin embargo, sería muy necesario.

Erin Pizzey abrió el primer refugio como respuesta a la desesperación de sus vecinas del barrio de Chiswick, al oeste de Londres. Los hostales de este tipo se han multiplicado desde entonces, y el central sigue siendo el del 369 Chiswick High Road, una casa algo destartalada. Sus promotoras han tenido que luchar contra viento y marea, contra el recelo de los servicios sociales y las autoridades, contra amenaza de expulsión, de encarcelamiento y contra las críticas de algunas organizaciones feministas.Pizzey estuvo a punto de ir a la cárcel en 1977, por sobrepoblar este refugio, y le salvó la reina Isabel II, con una carta en la que apoyó la postura de la defensora de las esposas apaleadas. Este era un tema «del que no se quería hablar», declaró Pizzev a EL PAIS, «como no se quiere hablar del incesto. Se menciona el incesto entre padre e hija pero hable del incesto ente madre e hija, y verá ... ».

En 1974 Pizzey publicó su primer libro sobre el tema, con el sugestivo título de Grita bajo, o te oirán los vecinos, consiguiendo que se reconociera el problema. Según Pizzev, su libro no ha sido publicado en España por presiones feministas en su contra. Uno de los problemas que separa a Pizzey de las feministas sexualmente separatistas, es que considera absolutamente vital que en estos refugios trabajen hombres, pues «cómo van a tener buenas relaciones las mujeres y los niños si nunca han conocido cómo puede ser un hombre bueno». Los amigos varones no son sin embargo, admitidos en el refugio.

Este refugio es como una estación para desescalar la violencia acumulada, pues Pizzey mantiene que algunas mujeres -y hom bres- padecen de una adicción a la violencia. Una investigación llevada a cabo en el Maudsley Hospital de Londres apunta esta posibilidad. La violencia produce adrenalina, pero también otra hormona, la nordrenalina, que estimula los centros de placer en el cerebro. El refugio de Chiswick, una casa en cuyo interior parecía haber estallado una bomba, con colchones amontonados, dormitorios abarrotados y tan sólo dos cuartos de baño, viene a cobijar hasta un millar de mujeres y niños al año. Cuando este corresponsal visitó el local, en él vivían unas cuarenta personas.

En general, las que acuden a este refugio son mujeres de clase trabajadora. La clase media y la clase alta, además de disponer de mayores ingresos, «tiene una violencia más intelectualizada», dice Pizzey. La gran proporción de irlandesas se explica por una educación en la que los hermanos cristianos (católicos) aplicaban castigos corporales. Por otra parte, para Pizzey, fueron los prisioneros británicos lo que enseñaron a los habitantes de las colonias del Caribe a pegar a sus hijos.

Según las impulsoras de estos refugios, las mujeres tardan entre tres y seis meses en recuperarse de sus experiencias violentas, aunque un 10% o un 15% de estas mujeres apaleadas vuelven a sus maridos. Ashby reconoce que un 5% de las mujeres que vienen a pedirle ayuda provocan a sus maridos a pegarlas, pero se trata sólo de un aspecto minoritario del problema. El hecho de que el marido llegue a pegar a sus hijos, suele ser decisivo para que su mujer le abandone.

En este refugio hay pocas reglas: se prohíben las drogas y las bebidas alcohólicas en los dormitorios, se fijan algunas horas para acostar a los niños, y, sobre todo, se prohíbe pegar a los niños, pues como dice una pegatina, «las personas no están para que se las pegue, y los niños son personas».

Discutir los problemas

Diariamente se llevan a cabo terapias individuales y de grupo, donde se discuten problemas comunes o particulares. Existe también el problema de la falta de intimidad y las tensiones comunitarias que lleva consigo. Este no es un lugar agradable para vivir, lo cual indica la gravedad de la situación de las esposas apaleadas que se deciden a abandonar sus hogares. Para una jovencita negra, de unos doce años de edad, ésta era la tercera vez que regresaba con su madre a este refugio. «¿Te gusta estar aquí?». «No. Nada», contestó, «esto no es un hogar». «¿Preferirías volver a tu casa?». «No; desde luego que no».Anne Ashby mantiene una lucha constante para llegar a financiar este refugio. El Gobierno le concede una subvención anual de tres millones y medio de pesetas, pero el refugio viene a costar siete veces más. Durante su estancia aquí, las mujeres entregan la casi totalidad de sus ingresos de la seguridad social a Ashby: unos ocho millones de pesetas al año. El resto lo consiguen a través de subastas, donativos y conciertos de música clásica y pop. Muchos grupos modernos apoyan a estas mujeres, incluidos The Who, Peter Townsend y su mujer, Carol, han hecho donativos sustanciales. Pero para las organizadoras, que ahora quieren abrir una clínica, esta no es una solución. Al cabo de algún tiempo, las mujeres y sus hijos son alojados en casas propiedad de los ayuntamientos.

Han sido diez años duros para Pizzey y Ashby. Una década de lucha contra los maridos que aporreaban la puerta del refugio o no cesaban de llamar por teléfono. Pero en diez años la actitud hacia la causa de las mujeres apaleadas ha cambiado en el Reino Unido. Ahora cuentan con las simpatías del poder judicial y de la policía, y «se habla» de las esposas apaleadas.

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