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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La lucha contra el rearme

LA IDEA de desarme ha tenido un desarrollo diferente en menos de cien años. Cuando se planteó por primera vez -las conferencias de La Haya, 1899 y 1907- tenía un aspecto meramente económico: los países reunidos pactaban entre sí como lo harían empresas concurrentes que buscaran evitarse unos gastos demasiado gravosos. No tuvieron éxito: se llegó a la guerra europea, o primera guerra mundial. A partir de entonces - 1914-, la nueva fase del desarme unió al razonamiento económico, o de los poderosos, la noción del pacifismo, y la condena de las guerras como desastre absoluto. Fue lo que, por su origen, puede llamarse una idea "de izquierdas". El proletariado tendía a hacerse universal -"proletarios de todos los países, uníos"- y descubría que la víctima de las guerras es el pueblo -vencedor o vencido- y los ganadores los poderosos, aun cuando pierda su país. Pero esta idea tampoco tuvo éxito. Las izquierdas se escindieron, algún pacifista fue asesinado -Jaurés- y comenzó a prepararse la segunda guerra mundial. Había un elemento nuevo: se planteaba como una guerra ideológica, civil. El proletariado esta vez no podía oponerse a ella porque su dirección -los frentes populares- la describía como justa y necesaria para reducir el nazismo. A partir de ese momento, surgió una nueva idea de paz permanente sobre las tesis de los vencedores. Los juicios de Nuremberg, las declaraciones fundacionales de las Naciones Unidas, describían las bases de la paz y del desarme para siempre. Sin embargo, de nuevo fue vano el intento. Mientras estas pretensiones nacían se desarrollaban nuevas guerras pequeñas y se montaba el germen de lo que podría ser, y aún puede ser, la tercera guerra mundial.En 1945, el desarme y el pacifismo entraban en una nueva era: las armas nucleares lo convertían en imprescindíble. Una guerra podría destruir la civilización -entendiendo por civilización al grupo de países capaces de producir estas armas- y, en fin, la vida sobre la tierra. Era urgente negociar un desarme. Tampoco esta vez se logró cúlminarlo. Durante toda esta etapa de negociaciones pr ivadas, bilaterales, múltiples, regionales, en el seno de la ONU, en las Salt o en la Conferencia de Seguridad y Cooperación se han multiplicado el número y la calidad de las armas. En el año de la primera conferencia de La Haya, la última novedad en materia de armas era la ametralladora que inventó el ingeniero Maxim; en nuestra época estamos en las armas nucleares y sus vectores, en la bomba de neutrones, y en los vuelos espaciales cuyas finalidades militares se pueden encubrir difícilmente con su aspecto científico. El camino que ha recorrido la idea del desarme es infinitesimal, en comparación con el que ha recorrido la fabricación y desarrollo de los armamentos.

Toda esta historia desastrosa y negativa nos ha conducido al punto de hoy: estamos otra vez en pleno rearme. Las justificaciones vuelven a ser las mismas contra las cuales se empezó a luchar hace cien años: la de que la paz se asegura por la abundancia de armas. Es una idea troglodítica. Pero está apareciendo ya continuamente en las declaraciones de los conductores de las grandes potencias.

No puede extrañar que ante este regreso de los poderes al rearme reaparezca el sentido, popular del pacifismo. Mientras se cierne la amenaza de la destrucción total, o aun de la guerra circunscrita a unos cuantos designados, la presión económica del rearme está advirtiéndose ya en las vidas de todos. Aun dentro del pesimismo general (el rearme progresa y las guerras continúan mientras el esfuerzo del pacifismo y el desarme se contienen) es difícil ignorar que las grandes movilizaciones de masas, la unanimidad de la Prensa más libre, el esfuerzo de los intelectuales en todos los campos de expresión, han tenido una fuerza considerable en estos años. Aunque no se pueda afirmar, tampoco se puede negar que sin esa oposición continua y apasionada habríamos conocido más guerras y no sabemos qué grados de destrucción. Esta es la razón primordial de las marchas por la paz que se están celebrando en toda Europa -y hoy, en Madrid-. La idea insistentemente emitida por la Casa Blanca de que tales manifestaciones son manipulaciones soviéticas no tiene consistencia alguna. La firmeza de este pacifismo y la decisión de aportar el máximo apoyo a la paz y a la libertad han contribuido a evitar también hasta el momento el desmán de una ocupación soviética de Polonia y ha expuesto a Moscú la repulsa unánime por su acción en Afganistán. El pacifismo es una causa justa y nada utópica. Anula su pragmatismo en la convicción de que la carrera de armamentos es de forma directa una carrera hacia la guerra y la destrucción. Merece por eso el apoyo de los ciudadanos que creen en los valores de la libertad.

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