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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Apoyo militar a la Constitución

LAS DECLARACIONES del capitán general de Madrid sobre su disposición a acatar y defender la Constitución que ha sido aceptada por el pueblo español ni pueden ni deben pasar inadvertidas para cuantos se preguntan por el ambiente militar. Las palabras del teniente general Quintana Lacaci, en el sentido de que si el rey se lo hubiera pedido el 23-F él habría sacado las tropas a la calle para defender la legalidad, se inscriben en el panorama más amplio de la cantidad de jefes y oficiales de las tres armas abiertamente comprometidos con las instituciones vigentes. La bravuconería golpista y la actitud, quizá equivocada, de silencio por parte de muchos mandos militares fieles servidores de las instituciones democráticas provoca a veces una impresión distorsionada y falsa del verdadero sentir de las Fuerzas Armadas, impresión que beneficia los propósitos del golpismo y perjudica la imagen de los ejércitos en la sociedad civil. Pero es un hecho que en la noche del 23 de febrero hubo tropas preparadas y dispuestas para tomar al asalto, si el Rey y el Gobierno en funciones así lo ordenaran, el Congreso de los Diputados, en manos de los rebeldes, lo mismo que el capitán general de Valencia supo, antes de retirar los tanques, que una escuadrilla de aviones de caza estaba presta a disparar contra las fuerzas que él desplegó sobre la desarmada ciudad de Valencia. Sin duda también, este es un hecho que le ayudó a reflexionar sobre su actitud.Las declaraciones de apoyo militar a la Constitución, con ser obvias por la obediencia debida que los militares tienen al ordenamiento jurídico vigente, no resultan, sin embargo, innecesarias en los momentos de confusionismo y nervios que la sociedad española vive. Frente a quienes se empeñan en ver por todas partes campañas de desprestigio contra los institutos armados, es preciso señalar la realidad de que son una concreta minoría aquellos en quienes anida el sentimiento y la pasión golpista.

Los sucesos del 23 de febrero pasado, al margen de suponer un ataque directo y frontal a la convivencia pacífica de los españoles, incidieron también de manera desafortunadamente funesta en la idea que sectores de la sociedad civil puedan tener respecto a las Fuerzas Armadas y de Seguridad del Estado. Las contradicciones y mutuas acusaciones en que los acusados del intento sedicioso han incurrido han contribuido aún más a deteriorar esa visión, lo mismo que sucesos tan infantiles y deleznables a un tiempo, como el del capitán Milans del Bosch, fanfarroneando de su actitud injuriosa para con el Rey, fanfarronería que ha tenido lamentable corolario en la sentencia dictada al respecto por el Consejo de Guerra. Que militares de honor y de probada honestidad levanten su voz públicamente como acaba de hacer el capitán general de Madrid para hacer explícito su compromiso con las instituciones democráticas y su lealtad en todos los órdenes al Rey de España y Capitán General de los Ejércitos es, por eso, una satisfacción. Pero también supone un toque de atención para aquellos que piensan que son los exclusivos depositarios del sentimiento patrio o del honor militar y abandonan conscientemente el servicio y el respeto a la legalidad objetiva, en aras de una moral subjetiva y discutible que, en ocasiones desemboca abiertamente en la delincuencia y el terror.

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