_
_
_
_
_
Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La política económica "sommersa"

Como cabría esperar, la presentación del presupuesto está moviendo opiniones y posturas que resultan bastante coincidentes en cuanto al objetó central de atención, el tamaño del déficit público, por más que diverjan en lo que se refiere a su valoración.Bien es cierto que, mayoritariamente, las opiniones han resultado condenatorias para el déficit proyectado mientras que -su defensa ha sido escasa, excepcional y curiosamente apenas se ha producido desde ámbitos gubernamentales.

Nadie reconoce el déficit

Con todo, creo que el problema central del presupuesto, a este nivel de discusión, sigue estando algo desenfocado. Todos sabemos, aunque algunos parecen ignorarlo, que el tamaño de un déficit público difícilmente puede calificarse -sin más- de grande o pequeño. Al margen de los nada claros "límites al tamaño del sector público", la adecuación de una magnitud de déficit público sólo puede juzgarse por referencia a la política económica en la cual dicho déficit se inserta. En definitiva, nuestro juicio acerca de un déficit estará en función del juicio que nos merezca la política económica que debe justificarlo, y será, por tanto y a fin de quentas, un juicio derivado del que nos sugiera la propia política económica.

Enfocada así, la cuestión, el desconcierto que alcanza al analista es mayúsculo: si nos atenemos a los propósitos manifestados -escasos- por los gestores de la política económica, parece que su postura es contraria al déficit, déficit que, no obstante, deberán defender como proyecto del Gobierno ante las cámaras legislativas. Se trata, en consecuencia y al parecer, de un déficit inevitable, pero no querido, una especie de fuerza de la naturaleza que tiene, desgraciadamente, la virtud de poner de manifiesto que o bien la política económica que de hecho se va a llevar a cabo no es la deseada por el Gobierno, o bien que tal política económica -con una minima exigencia de rigor y coherencia- no existe. Y cualquiera de, ambas situaciones sí que resulta realmente grave.

Desde esta perspectiva, que entendemos verdaderamente relevante, el presupuesto aparece no como una expresión importante de la política económica decidida, sinocomo un proyecto esquizofrénico en el que confluyen, sin posibilidad de conciliación, tendencias contradictorias. Un proyecto en parte heredero de una inercia in¡cuestionada, y en otra parte, determinado por el deseo de satisfacer intereses puntuales y la necesidad de cumplir compromisos previos que, al parecer, resultan extraños a la filosofia de política económica que se hubiera deseado mantener. En definitiva, un presupuesto enajenado. Y esto sí puede ser grave, mucho más que el tamaño absoluto o relativo del déficit, puesto que se trata de un déficit que si bien se sabe por qué, se ignora el para qué.

Una política para el déficit

Es evidente que puede existir una política económica coherente y posible con un déficit importante. Una política compatible con la reducción de salarios privados, previstas en el Acuerdo Nacional sobre el Empleo, compensatoria de la inevitable desaceleración de la demanda privada de consumo, de la lenta recuperación de la inversión y de las débiles expectativas en cuanto a la evolución de la demanda exterior. Se trata de una política que sustituya, en definitiva, una parte de los costes privados que vienen soportándose en el presupuesto público, por su imputación directa sobre los trabajadoreg a través de menores salarios. Sin embargo, no parece que esta haya sido la política sustentada por el Gobierno.

También cabe, por supuesto, liberarse de la fijación incrementista con la que se sigue elaborando, discutiendo y gestionando el presupuesto pasando a no aceptar la consolidación de los gastos simplemente porque ya viniesen figurando en presupuestos anteriores. No es fácil, ciertamente, proceder así, pero debe admitirse, en primer lugar, que es necesario; en segundo lugar, que dicho empeño podría contar con el apoyo de un amplio espectro político, tanto a derecha como a izquierda, y, finalmente, hay, también que admitir que en este terreno han avanzado más las palabras que los hechos.

Finalmente, cabe poca duda, el déficit puede igualmente encararse -sí ello es adecuado a la política económica planteada- mediante un aumento de los ingresos públicos. Tampoco parece ser el camino elegido, al menos en la medida necesaria.

En definitiva, pues, no es el déficit en sí mismo lo que debe inquietarnos. Lo verdaderamente grave es que éste se interprete y asuma por los responsables de la política economica como algo irremediable, no deseado, consecuencia de la pura inercia de los acontecimientos.

Un déficit de destino inescrutable que parece resultado de una curiosa mezcla, aunque no sabemos en qué proporciones, de una confianza irresistible en la naturaleza de las cosas y algunas dosis, como es obvio, de fatalismo determinista. O quizá nos aguarda una acción sorpresa, por aquello de las expectativas racionales.

José Víctor Sevilla Segura es economista, ex director general de Tributos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_