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RELIGIÓN

Exito popular y conflicto con los teólogos caracterizan el primer trienio de Juan Pablo II

El 16 de octubre de 1978, «un polaco que venía de Iejos», como Karol Wojtyla dijo entonces de si mismo, interrumpía la larga lista de papas italianos con el nombre de Juan Pablo II. Giulio Andreotti, ex presidente del Gobierno italiano, resumía la impresión que han causado estos tres años de actividad papal «como la de un pontificado más largo que aquel de Pío XI», que duró diecisiete años.

Juan Pablo II ha salido a encíclica por año: una de cariz antropológico sobre la dignidad del hombre, otra sobre la misericordia divina, con una carga de crítica social, y la última, Laborem Exercens, sobre el trabajo. Ha realizado nueve viajes apostólicos por veintiún países en cuatro continentes. De sus escritos y declaraciones resulta una personalidad con convicciones políticas sobre el futuro de Europa, beligerante en temas de la familia, dispuesto a restituirla su papel tradicional y exigente en disciplina eclesiástica.Karol Wojtyla ha impuesto un nuevo estilo en el Vaticano, bien distinto del vacilante Pablo VI. Se ha dicho que en el Papa polaco domina el temple combativo y triunfalista de la Iglesia católica de Polonia. Por eso resultaba difícil imaginarse lo que sería un reinado de Juan Pablo II a medio gas, como el que hubiera tenido lugar si las heridas del atentado sufrido el 13 de mayo no hubieran podido ser totalmente curadas.

Pero Juan Pablo II confiesa estar de nuevo «en buena forma». Ya ha vuelto a zambullirse en su piscina y a los largos paseos por el parque de Castelgandolfo. Desde hace una semana el ritmo de trabajo es el de siempre.

Los prelados romanos se preguntan si la cuarta etapa va a significar una mayor atención a las tareas organizativas, cuyo abandono tantas críticas le han merecido. La crisis de las finanzas vaticanas, que le obligó recientemente a convocar a todos los cardenales del mundo para buscar una solución, no parece, en opinión de los vaticanólogos italianos, una inflexión en su política. Según el semanario italiano L'Expreso, Juan Pablo II sigue decidido a primar su actividad misionera sobre la burocrática. Claro que si el Papa acepta todas las invitaciones recibidas para el año próximo estará más tiempo en el extranjero que en el Vaticano. Además del proyectado y frustrado viaje a España, los polacos le esperan para el VI Centenario de Czestochowa; los senegaleses cuentan con su presencia en Dakar. En Panamá, México, Cuba consideran su visita como «muy probable». Sin olvidar a los ingleses, que también están en la lista.

El éxito popular de Juan Pablo II corre paralelo a un enfriamiento de sus relaciones con los teólogos «¿No será posible», se pregunta Hans Küng en un escrito dirigido a EL PAIS con motivo del tercer aniversario, «imaginarse una sólida base que acabe con las contradicciones entre jerarquía y teología?». Esa plataforma común la ve el polémico teólogo suizo en una honesta prosecución de las intenciones del Concilio Vaticano II. Para ello habría que combatir el clericalismo y tomar en serio a los laicos; y el juridicismo, que se inhibe ante las necesarias reformas eclesiásticas, y el triunfalismo, con su culto a la personalidad, y el dogmatismo, que alimenta una creciente intolerancia en la Iglesia, y el confesionalismo, que no acaba de tomarse en serio -«con hechos y no con piadosas intenciones», apostilla Hans Küng- el ecumenismo.

«La Iglesia tiene que anunciar al mundo el evangelio, pero ante todo, tiene que anunciarse a sí misma: No mereceremos credibilidad si predicamos al mundo lo que no se cumple en la Iglesia», añade Küng. Por eso insiste en que no hay buena política exterior cuando funciona mal la interior. De ahí que señale seguidamente que «de acuerdo con el programa del Vaticano II y de Juan Pablo II» es necesario un humanismo cristiano que se concrete en la educación cristiana, en los seminarios y en la moral. Que se practique la colegialidad y la fraternidad, y «que el Papa delegue el derecho a la elección de obispos a los consejos presbiterales y diocesanos». Que se respete la justicia social en la Iglesia, asegurando salarios justos y el derecho sindical en el Vaticano y en otras instancias eclesiásticas. Que la Iglesia entienda la lucha por la paz como obra de la justicia, enfrentándose la Iglesia a los regímenes dictatoriales. Todo esto, concluye Küng, «para una colaboración crítica y solidaria entre jerarquía y teología ».

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