_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Conseguir el pleno empleo y una mayor justicia social, ejes del programa socialista francés

La política socialista francesa, iniciada con la llegada a la Presidencia en Francia de François Mitterrand, tiene ante sí el reto de los resultados de su gestión económica. Francia ha iniciado un camino peculiar, que la distancia del resto de los países del bloque occidental y de las medidas propugnadas por Ronald Reagan. El socialismo de tercer tipo pretende hacer de una nación que es la tercera potencia atómica mundial y la cuarta comercial un país más justo y eficaz. Para ello ha puesto en marcha un plan económico cuyas líneas maestras son reconquistar el mercado interior, el aumento de las inversiones públicas, una mayor justicia social y la reforma de las estructuras.

La economía, más que nunca, es política, tras Cl advenimiento de François Mitterand a la Presidencia de la República francesa. El primer ministro, Pierre Mauroy, matasella todos sus discursos con el mismo postulado: "Nuestra gestión será juzgada por los resultados económicos". El presidente, con el saco a cuestas de sus cuarenta años de retórica estrictamente política, estratégica, táctica, y literaria también, se practicó el hara-kiri y dedicó lo más sustancioso de la reciente y primera rueda de Prensa a explicarles a los franceses, y al resto del mundo, los fundamentos y objetivos de su política económica y social.Sobre este punto nadie se equivoca: los franceses en primer lugar, todo Occidente acto seguido, y el resto del mundo, observan con lupa económica la nueva administración de este país. Y esto, por dos razones: porque Francia es un país que cuenta en el planeta (tercera potencia atómica mundial y cuarta comercial) y porque el mitterrandismo ha decidido hacer novillos respecto a la lógica económica que en el campo capitalista sirve de manual para afrontar la crisis económica, política, estratégica del efervescente mundo, que cabalga hacia el tercer milenio por caminos sembrados de incertidumbres indescifrables.

Un mundo en crisis

Para evaluar la nueva economía francesa, dada su proyección nacional e internacional, hay que situar sus rasgos definitorios en el marco social, político, económico, estratégico e ideológico que, en el momento presente, favorecerán o limitarán las posibilidades de éxito de esa política económica. Y todo esto considerando los diversos planos: el francés, el regional (Europa del Oeste), el occidental, el del Tercer Mundo y el definido por los países del Este,.

Todos estos espacios conforman un mundo múltiple, desigual, impulsado por ambiciones dispares dramáticas. Algunos datos pueden servir corno recordatorio para esquematizar unas coordenadas más abruptas o significativas, planetarias, regionales o nacionales: seiscientos millones de seres humanos viven actualmente en la pobreza más absoluta. Es decir, que no comen. Para el año que viene ya se han calculado cuarenta millones de muertos por el hambre, quince millones de los cuales serán niños menores de cinco años.

Para ahorrar estos muertos bastarían veinte millones de toneladas de cereales. A lo largo del mismo año de 1982, el mundo ya ha presupuestado 670.000 millones de dólares para gastarlos en armas, y 30.000 millones de dólares en investigaciones militaristas. 335,5 millones de toneladas de cereales son destruidos en aras de la competitividad. En el campo occidental viven veinticinco millones de parados.

Socialismo a la francesa

En este mundo confrontado a muerte, entre los que tienen y los que no tienen, respaldados a su vez por ideologías teóricamente salvadoras, pero prácticamente opresoras las unas y las otras, el mitterrandismo ha plantado la bandera del socialismo a la francesa, que, en la base, se traduce por una política económica con apariencias más o menos reales de un desafío al inundo y, antes de nada, a la doctrina que ha gestionado la sociedad francesa desde hace un cuarto de siglo. En efecto, la conflictividad regional y planetaria frente a la que se coloca la estrategia económico-social del nuevo Gobierno tiene un paralelo en Francia, aunque amortiguada por la felicidad que implica el marchamo de país industrializado: parados, desigualdades sociales, inflación, un a oposición liberal conservadora no creíble aún, pero que se prepara, y una oposición real definida por Mitterrand como "muro del dinero". Y una oposición potencial, que serían los comunistas el día que deserten del Gobierno.

En este enjambre, mundial y nacional, el socialismo de tercer tipo, encarnado por Mitterrand, quiere hacer de Francia, con su política económica "un país más justo y eficaz". Más justo, porque en Francia, alrededor del 60% del patrimonio nacional está en manos del 10% escaso de los ciudadanos. Y eficaz, es decir, que Mitterrand pretende salvar a Francia de la crisis económica venciendo el paro (1.900.000 desempleados) y reduciendo al mínimo el 15% de inflación. Y, a partir de esta batalla nacional, la causa mitterrandista es europea y mundial, de creer la advertencia histórico-profética que, días pasados, le hizo un alto dignatario gubernamental a un periodista francés: "No se equivoque usted, amigo. Hoy, en Francia, nos encontramos en 1789", año de la Revolución. En broma, en serio, con ironía más o menos afilada, "Francia se ha colocado en posición de reinventar la historia", es una afirmación muy leída y escuchada desde que, el pasado día 24 de septiembre, Mitterrand, solemne, casi imperial, humanista y autoritario a la vez, en el palacio del Elíseo, ante medio millar de periodistas, fijó las reglas del juego económico para los siete años que le quedan por delante.

Cuatro -puntos básicos

Lo que pudiera calificarse de doctrina económico-social del mitterrandismo reposa toda ella en un principio simple, el funcionamiento de esa máquina económica y social tiende a un objetivo prioritario: conseguir el pleno empleo por medio de lo que Mitterrand denomina "el crecimiento social". Todo, a partir de ese presupuesto, es coherente en el marco de los esquemas oficiales. El crecimiento social, para 1982, se ha fijado en un 3% como mínimo. Sin ese crecimiento nada es posible. ¿Cómo conseguirlo? Por medio del relanzamiento de la economía. A partir de ese momento comienza la primera apuesta del mitterrandismo económico: conseguir una reactivación de la economía en un mundo en crisis que asegure el crecimiento, sin el cual no es posible vencer el desempleo. Ese relanzamiento de la economía está fundado en cuatro acciones. Primera, reconquistar el mercado interior. Se trata de recuperar el 6% del mercado de productos franceses.

Para ello, desde el pasado mes de junio, el Gobierno aumentó los salarlos bajos y el poder adquisitivo de los más desfavorecidos. Así se intentó la primera medida de recuperación económica, al crear los medios de consumo popular: 35.000 millones de francos en un año.

Segunda acción tendente a activar el relanzamiento económico: las inversiones, tanto privadas como públicas. El Gobierno mitterrandista observa que, durante los últimos cinco años, toda una serie de decisiones gubernamentales han estimulado las inversiones del sector privado. Y el resultado, según los cálculos oficiales, es el siguiente: la inversión pública ha aumentado el 51 %, mientras la privada, sólo el 1%. Por ello "es necesario que actúen los poderes públicos", y es por lo que el nuevo poder ha decidido extender el sector público con las nacionalizaciones, "para asegurar la reactivación económica, para escoger las inversiones, provocándolas y dirigiéndolas con provecho para cada uno". Paralelamente, el Gobierno entiende estimular el relanzamiento de la economía por medio de un desequilibrio presupuestario (95.000 millones de francos), destinado a los sectores capaces de crear trabajo y empleos.

Tercera acción de la política económica: la solidaridad, lo que quiere decir, esencialmente, más justicia fiscal, "porque para dar a los que no tienen hay que quitárselo a los que tienen". La nueva fiscalidad se funda esencialmente en dos impuestos: uno, sobre la fortuna, que grava entre el 0,5% y el 1,5%. Son unos 200.000 los ciudadanos cuyo patrimonio supera los tres millones de francos (cincuenta millones de pesetas). Y otro impuesto que afecta a los dos millones de franceses cuyo salario men sual va más allá de los 15.000 francos (250.000 pesetas), y consiste en cotizar un 10% de sus impuestos normales para sufragar el paro. Cuarta acción: las reformas de estructuras iniciadas con la normalización de once grupos industriales y del crédito. La descentralización, el remate de la reforma fiscal, la política de reestructuración industrial, la reducción del horario de trabajo (35 horas semanales en 1985), el plan orientador de la economía, constituyen la panoplia de reformas estructurales que, a medio plazo, según el Gobierno, deben contribuir a, la creación de riquezas y, consecuentemente, a la realización del objetivo número uno de la política económica: el empleo.

El esquema así presentado sería perfecto, y el pleno empleo y la justicia serían carne y hueso de la Francia de finales del septenio de Mitterrand, tal como éste lo desea. Pero ni el presidente, ni nadie se engaña: Francia está en Europa del Oeste y en Occidente, que, a su vez, forman parte del turbulento mundo de la década de los años ochenta. Y este detalle, de interdependencia o de confrontación regional y mundial en el terreno económico como en el político y estratégico, es el que significa y puede dramatizar la economía mitterrandista.

La polémica económica

La llegada al poder del socialismo a la francesa tras la victoria de Ronald Reagan en Estados Unidos, no solamente en este último país y en Francia, sino en todas las naciones industrializadas, han catapultado al primer plano del, debate político el significado de la crisis presente y la formulación económica que podría dar al traste con esa crisis. Reagan fue elegido para restaurar el capitalismo puro y duro, fundado en el rigor monetario antiinflacionista y en el liberalismo sin trabas de la economía de mercado, que excluye al máximo la intervención del Estado. El apóstol del "haz lo que te dé la gana", Adam Smith, con su lema supremo "l am a supply sider" ("Soy partidario de la economía de la oferta"), transformado en catecismo reaganista, vuelve a dirigir el destino económico de los americanos, suplantando al New deal de Roosevelt, a la Nueva frontera de Kennedy y a la Gran sociedad de Johnson, todos ellos más o menos inspirados por la otra religión que también ha dominado el siglo económico del mundo occidental: la que explicó John Maynard Keynes en la Teoría general del empleo, del interés y de la moneda, y que consiste en la defensa del empleo como objetivo primero, por medio del consumo y de la intensificación de la intervención del Estado. Es la teoría de la demanda mitterrandista frente a la de la oferta de Reagan. Smith y Keynes, durante los últimos treinta años, han triunfado y fracasado, según los tiempos y los países. La singularidad del duelo actual Mitterand-Reagan consiste en que, con este último, están alineados los demás países dirigentes del mundo industrializado occidental. Y Mitterrand, no sin mucha complacencia, que recuerda a la que investía la diplomacia mundial y solitaria del general De Gaulle, se ha plantado, o así lo pretende.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_