El Inclusero y Macareno: la esperanza del toreo bueno
Plaza de Las Ventas. 11 de octubre. Tres toros de Ruchena, primero de Carmen Borrero, quinto de Juan Mari Pérez y sexto, sobrero de Fernández Palacios, todos con trapío; difíciles primero, tercero y cuarto; manejables, segundo y quinto (éste, muy manso); inválido el sexto. El Inclusero: bajonazo (aplausos y salida al tercio). Metisaca y bajonazo (ovación y salida a los medios). Juan José: pinchazo y estocada caída (silencio). Tres pinchazos (silencio). Macareno: cuatro pinchazos, estocada y dos descabellos (silencio). Cuatro pinchazos (silencio).
Los que van poco a los toros no entienden el escepticismo con que el aficionado de verdad acude a las corridas donde. participan figuras (esos pegapases consumados), y cuando le ilusiona un cartel como el del domingo -con toreros sin novela ni relumbrón- es fácil que le califiquen de pirado. Pero el aficionado sabe bien lo que quiere; sabe bien que con El Inclusero y El Macareno tiene muy fundadas esperanzas de ver torear -que no es lo mismo que pegar pases-, pues ambos, cada uno en su sitio, saben ejecutar las suertes como los ángeles. Y aunque la corrida del domingo no resultó fácil, no salió defraudado, pues uno y otro exhibieron múltiples detalles de torería.
Esa torería afloraba, en cualquier mornentó. El Inclusero sacó algunos muletazos de categoría al toro que iibrió plaza, veroniqueó arqueando la pierna y ganando terreno al cuarto, para rematar con dos preciosas medlas verónleas rodilla en tierra, y en la faena de muleta a este toro, que tenía mucho peligro por ambos pitones, se jugó literalmente el físico, aguantando tarascadas, en una de las cuales sufrió una seria voltereta. El torero se incorporó con impresionante serenidad, volvió a echarse la muleta a la izquierda, a intentar otra vez ese natural que sólo podía ensayar con riesgo inminente de cornada. No se le habría podido pedir más a El Inclusero ni a nadie. El buen cartel que tiene ganado en Las Ventas sigue en alza.
En otro estilo, Macareno, que es discípulo convencido y aventajado de la escuela sevillana, dibujó redondos y ayudados de exquisito trazo en el tercero, a pesar de que le embestía con la cara alta y le tiró dos derrotes espeluznantes, uno de los cuales le rozó la sien. Al sexto lo llevó al caballo mediante un galleo largo enlazado con suaves delantales por delante, que fueron una delicia de toreo alegre, garboso y bueno. Inició el muleteo con un pase cambiado; luego citó de lejos con la muleta plegada y sacó, limpio y torero, el natural de frente. Este espléndido principio anunciaba una de esas faenas para el recuerdo, tan caras de ver, pero la invalidez del toro, que se puso a la defensiva, cercenó los buenos propósitos. Y, además, tampoco había ambiente: a parte del público le tenía irritadísimo precisamente la invalidez de la res, y no paraba de protestar. De manera que Macareno se vino abajo, perdió un poco los papeles y mató mal. Pero no importa. También su cartel continúa en alza, pues está claro que atesora torería como para dar y regalar.
El lote menos complicado le correspondió a Juan José, que estuvo voluntarioso, pero no tenía su tarde y no acabó de acoplarse. Su función fue la del pegapases y, naturalmente, apenas nada de lo que hizo prendió en los tendidos, donde había profusión de aficionados exigentes.
Hubo meneo por la cojera de tres toros, de los cuales sólo uno, el sexto, fue devuelto al corral, y resulta que le sustituyó el inválido. Sin embargo, cojos y todo, derribaban. Un monosabio resultó arrollado. La emoción no faltó nunca en el ruedo. Es muy difícil encontrar toros adecuados para Madrid (y de los otros) a estas alturas de la temporada, pero aún así, el ganado (entre el que había dos cinqueños) tenía una presentación Irreprochable, digna de la primera plaza del mundo. El Inclusero y Macareno brindaron cada uno un toro al alcalde, Enrique Tierno Galván, que presenciaba el festejo desde una barrera, y protestó el público. Pero no equivocarse, que no fue por razones políticas, sino taurinas, pues es regla de oro para el aficionado que los toros cojos no se brindan, y cojos eran los del brindis. Es de suponer que alguien se lo explicaría al viejo profesor, pues, si no, menudo disgusto tonto.
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