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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El debate atlántico

LAS CUESTIONES de procedimiento, en especial la conveniencia de someter a consulta popular esa "decisión política de especial trascendencia" que es la entrada de España en la OTAN, han centrado hasta ahora la atención de la opinión pública. Descartada de plano la posibilidad de un referéndum por el presidente del Gobierno, la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso inició y concluyó esta semana la primera etapa del debate parlamentario sobre nuestro ingreso en la Alianza Atlántica. Ha llegado, pues, el momento de discutir cuestiones sustantivas y de que los grupos políticos confronten sus tesis y sus ideas.La inusual presencia de Felipe González como participante activo en las sesiones de la comisión de la Cámara baja preparatoria del Pleno del Congreso parece subrayar la importancia dada por el secretario general del PSOE a un debate que girará en torno a la política de alianzas y la estrategia militar defensiva de España. La consigna publicitaria de los socialistas -OTAN, de entrada, no- había causado desconcierto, ya que la frase lo mismo puede leerse como una negativa rotunda que ser interpretada como una postura provisional, abierta a una rectificación. Las intervenciones de Felípe González en la Comisión de Asuntos Exteriores parecen encaminadas a desvanecer ambigüedades, a descartar que el eslogan socialista signifique no..., pero sí, y a fundamentar el rechazo por el PSOE del ingreso de España en la OTAN.

Ese esfuerzo de clarificación de las posiciones socialistas debería ser imitado por el resto de los grupos parlamentarios. Es cierto que un referéndum consultivo hubiera permitido un amplio despliegue en todo el cuerpo social del debate sobre la OTAN. Pero, a falta de esa consulta popular, hay que exigir a los diputados que extremen en las Cortes el rigor en sus argumentaciones y la claridad y abundancia en sus informaciones, a fin de que la sociedad española no salga de ese debate con los pies fríos y la cabeza caliente.

La honestidad intelectual y el juego limpio deberían excluir de la discusión cualquier tentativa de realizar una amalgama, al estilo que las dictaduras de todo signo suelen hacer con sus adversarios, entre quienes convergen en considerar inconveniente el ingreso de España en la Alianza Atlántica. A nadie se le escapa que hay sectores de la ultraderecha golpista que contemplan con malos ojos nuestra entrada en la OTAN, seguramente por creer que perjudica sus propósitos sediciosos, y que existen grupos de la izquierda extraparlamentaria para los que el rechazo de la Alianza Atlántica es la otra cara de la moneda de sus compromisos con la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia.

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Ahora bien, la estabilidad de nuestras instituciones y el respeto por el pluralismo político exigen que todos renuncien a la estratagema de meter en un mismo saco, a quienes coincidan, por razones distintas e incluso contrapuestas, en la aceptación o en el rechazo de la entrada de España en la OTAN.

Está fuera de duda que la gran mayoría de los ciudadanos españoles coincide en la defensa de los valores de los sistemas democráticos occidentales, en la voluntad de asegurar su mantenimiento y en el repudio de los regímenes dictatoriales que, bajo el nombre de democracias populares, dominan Europa oriental. El debate sobre la OTAN no es un debate sobre sistemas políticos, dado que la inmensa mayoría de los adversarios del ingreso de España en la Alianza Atlántica no se plantean siquiera la posibilidad de poner en duda la superioridad política, económica, social y moral de los regímenes parlamentarios. Tampoco es un debate sobre la necesidad de la Alianza Atlántica a corto y medio plazo, ya que resulta evidente que, en tanto que una Europa unida no articule en el futuro su propia defensa militar independiente, el liderazgo de Estados Unidos resulta imprescindible en la confrontación con la Unión Soviética. Sólo la lejana e improbable perspectiva del desenganche de los países de Europa oriental del Pacto de Varsovia y de la creación de una fuerza militar europea integrada podría poner en el orden del día la discusión sobre la supervivencia de la OTAN.

El debate real que ha sido hurtado a la sociedad española, privada de la voz que sólo un referéndum consultivo podría otorgarle, es saber si el ingreso de España en la OTAN es conveniente para nuestro país y resulta imprescindible para la defensa militar occidental. Desde otra perspectiva, la discusión debería dilucidar si nuestra entrada en la Alianza Atlántica contempla las perspectivas vivas del futuro o se halla anclada en las inercias muertas del pasado, o si es fruto de una decisión estratégica de Estado, basada en los intereses nacionales, o de una medida táctica de gobierno, orientada a fortalecer posiciones partidistas.

Tiempo habrá, antes del Pleno del Congreso y durante su desarrollo, de analizar y valorar las actitudes de quienes defienden y de quienes se oponen a nuestro ingreso en la Alianza Atlántica. Digamos de antemano que el Gobierno ha logrado sembrar las dudas sobre sus verdaderas motivaciones y propósitos al forzar los ritmos y los trámites para la entrada de España en la OTAN y al romper estrépitosamente su política de concertación con el PSOE. En este sentido, las resistencias de UCD a un gran debate nacional no han hecho sino perjudicar la opción atlantista. Porque la estrategia de vencer aun sin convencer, que es la desplegada hasta ahora por UCD, no puede sino crear presunciones en contrario entre quienes, sin haberse formado todavía una opinión definitiva, contemplan irritados la prepotencia de un Gobierno que apenas se preocupa por explicarse y que se limita a poner en marcha la apisonadora de las mayorías parlamentarias.

La opinión pública española se pregunta así por las razones que explican la atropellada carrera hacia la OTAN, y que nos han impedido, por ejemplo, negociar desde posiciones de firmeza la renovación de los tratados con Estados Unidos, dejados caer por el Departamento de Estado tras el anuncio por el Gobierno de su irrevocable opción atlantista. Probablemente el motivo de fondo sea que los propios Estados Unidos se han negado a todo dialogo bilateral previo a nuestra entrada en la Alianza y que la opción alternativa de nuestro país ante los USA era ninguna opción. Pero aún si esto es así, mejor habría sido confesarlo paladinamente ante la opinión y no disfrazar la fuerza del imperialismo ajeno con el interés de nuestra soberanía nacional.

También resulta difícilmente comprensible que las Cortes Generales nodiscutan sobre una invitación ya formulada, sino que sean convocadas para pronunciarse sobre nuestro deseo de que nos inviten. ¿Qué ocurriría si uno solo de los parlamentos de los países de la OTAN se opusiera a nuestro ingreso? Ya sabemos que ésta es sólo una hipótesis teórica e improbable, pero no imposible al fin y al cabo. Y esa precipitación alocada, fácilmente interpretable como una manifestación de debilidad, nos está impidiendo igualmente negociar antes de nuestro eventual ingreso en la OTAN cuestiones que, como las plazas de soberanía, Gibraltar o las condiciones y características de nuestras aportaciones a la defensa europea, incluido el delicado tema de Canarias, han sido relegadas para ser discutidas después de nuestra entrada. Pero no menos censurable es que a estas alturas del debate no sepamos todavía, quizá porque no exista, cuál es la concepción defensiva militar de España que tiene el Gobierno, primera letra del abecedario en las negociaciones con la OTAN.

Hay razones para temer que la cuestión atlántica esté siendo utilizada por el Gobierno, con independencia del problema en sí mismo, para ocultar la escasez de imaginación creadora en los demás campos de nuestra política exterior. España es una potencia media sin una estrategia exterior permanente y sostenida respecto al norte de Africa -único espacio del que pueden proceder riesgos previsibles inmediatos para nuestra soberanía-, Latinoamérica y Oriente Próximo. La sospecha de que el ingreso en la OTAN está sirviendo de manera complementaria como hoja de parra para ocultar carencias y defectos de nuestra política internacional marcha en paralelo con la escasa predisposición del Ministerio de Asuntos Exteriores para establecer los equipos de trabajo y las remodelaciones administrativas acordes con esa perspectiva inmediata de la entrada de España en la Alianza Atlántica.

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