El camino de la derecha
Hace pocos días, Luis González Seara señalaba en estas páginas -en escueto y lúcido análisis que suscribo íntegramente- la vuelta al camino de la derecha. Quisiera comentar brevemente su punto de vista; punto de vista que suscribiría, sin duda, cualquier europeo culto de allende o aquende el Pirineo. Algún sector de la derecha española (para emplear el vocablo inevitable que se resiste a pasar a la historia) vuelve a las andadas. ¿Hacia dónde? ¿Al franquismo, al siglo XIX, a los años medievales, al paleolítico? Lo suyo, al parecer, es conservar, instalarse y perpetuarse en un cierto poder, una cierta hegemonía sobre unos semejantes que sólo tienen de tales el nombre; de ahí lo de conservadores: toda innovación es sospechosa; mientras Estados Unidos coloca un artefacto en Saturno con dos segundos de adelanto, nosotros mantenemos un sistema de selección que ignora la capacidad inventiva y premia la reproductiva (un procedimiento, me parece, pregutenberiano: me refiero a las oposiciones, y es sólo un ejemplo). Hace dos siglos, en 1782, el duque francés de Cars observaba que en España "era un principio absoluto hacer siempre lo que se había hecho el día anterior, y hacerlo absolutamente de la manera como se había hecho". Esto cuenta Sarrailh en su famoso libro sobre la España de entonces. Que ello no fue enteramente cierto lo atestigua el hecho de que algo hemos evolucionado desde aquellos tiempos; que ello era parcialmente verdadero lo confirman algunos rasgos de la realidad actual: aún tenemos (disfrutamos o padecemos) unas estructuras arcaicas que hacen sonreír a los graves nórdicos, unas estructuras que disuenan de la sinfonía europea. Pero la derecha, una parte de la misma, parece que está dispuesta a conservar cuanto sea posible de un estado de cosas absolutamente insostenible. ¿Lo conseguirá? No le arriendo las ganancias; en todo caso, quizá le arrendaría las pérdidas, que serán inevitablemente cuantiosas.Cuando un tonto coge un camino -dicen en mi tierra extremeña-, el camino se acaba, pero el tonto sigue. Si no me equivoco, el camino de piedra de nuestra recalcitrante derecha se ha terminado: ha sonado la hora de las (profundas) reformas, ha llegado el momento de poner en vigor aquellas ideas revolucionarias de libertad, igualdad y fraternidad, que nuestros vecinos gritaron en 1789. Nuestra reforma fiscal, nuestra ley de Divorcio son agua pasada para nuestros vecinos de allende el Pirineo. "¿Cuánto paga usted a Hacienda?", me preguntaban, diez años hace, en cierto país europeo. Tanto. Dios, que carcajada. Luego dicen que aquellos señores no se ríen.
Si yo pudiera dar algún consejo a estos compatriotas que tan torpemente se obstinan en no evolucionar y seguir el curso de las cosas, me limitaría a rogarles que abrieran los ojos, que sacaran un billete de avión o de ferrocarril y se fueran a vivir un poco con los vecinos del continente, una sociedad en la que hemos de vivir con gusto o con disgusto. Cuando en el mundo se hablaba latín, en España (Hispania) se hablaba en latín; cuando llegó la hora de las nacionalidades, España fue la primera; luego nos rezagamos un tanto, y las cosas del mundo empezaron a llegar con cierto retraso: como las ideas de la Revolución Francesa, como el capitalismo y la democracia, y la prosperidad económica..., que se inició en Estados Unidos hacia 1940, en Europa occidental hacia 1950, y en nuestra entrañable piel de toro hacia 1960, pese (no gracias) al dictador de la época (que no se vive de principios de un movimiento inmóvil ni de palabrería vana). Y así siempre.
Política y socialmente nos hallamos en un momento extraordinariamente interesante de la reciente historia de España; tal vez siempre sea así; como hasta hace bien poco no había vida pública... Pienso que esta es buena hora de ponernos al día y zanjar diferencias con una Europa que en otro tiempo admiraba a los españoles. Creo que las veleidades de nuestros derechísimos señores (y señoras) deben ser cuidadosamente ignoradas; sus añoranzas, tan conmovedoras como ridículas, deben obviarse, porque son muy pocos los que las defienden, aunque hagan mucho ruido. Sí; el centro, centro derecha o centro izquierda, tres cuartas partes de los españoles tienen la palabra.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.