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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un año en Polonia

EN AGOSTO de 1980 se produjeron las grandes huelgas en Polonia que ocasionaron, el día 24, la caída del primer ministro, Babiuch, y, a principios de septiembre, la del hombre fuerte del régimen, Gierek, primer secretario del partido comunista. Se cumple ahora un año de aquellos acontecimientos; un tiempo muy corto en relación con el progreso velocísimo conseguido por las fuerzas sociales que se pusieron en marcha. Solidaridad es un nombre enormemente respaldado en todo el país, respetado y alentado en el mundo occidental y envidiado en las otras naciones incluidas en la zona de hegemonía soviética. Va a celebrar ahora su primer congreso nacional, precisamente el 5 de septiembre, que es el aniversario de la caída de Gierek y, por tanto, de su primer triunfo espectacular. Tres días antes -este miércoles, 2 de septiembre- se reúne el pleno del Partido Obrero Unificado Polaco -comunista, partido único-, con el fin de adelantarse a las resoluciones del congreso de Solidaridad, bien haciendo alguna concesión previa para quitar la iniciativa a la oposición, bien explicando las imposibilidades de otras peticiones. Hay suficientes indicios de que la mayoría del partido no está muy lejana a las reivindicaciones de Solidaridad, pero que trata de contenerlas dentro de lo que considera posible; el límite de lo imposible sería, principalmente, aquello que la URSS no toleraría de ningún modo y podría provocar una tragedia mayor.Solidaridad se ha convertido en este año en una institución cuyos objetivos y actitudes sobrepasan la condición de unión de sindicatos libres con que se presenta. Ya el principio de sindicato libre en un país de régimen comunista supone tal contradicción que entra de lleno en el campo de la política. Las reivindicaciones meramente sindicales -salarios, horarios y condiciones de trabajo- se revelaron pronto como imposibles de cumplir si no se modificaba la estructura económica interna del país. El presidium de la comisión nacional de coordinación de Solidaridad, reunido en los últimos días de agosto para preparar el congreso nacional, anunció ya la "elaboración y aplicación de una reforma económica que aparte la amenaza del hambre y la ruina para el país", en la que tiene previsto un sistema de autogestión. Ha advertido que está en condiciones de llevar adelante una huelga de seis días en los periódicos, que puede extender a la radio y a la televisión; esa huelga se realizará en el caso de que los medios de comunicación no reflejen con exactitud y no comenten con objetividad las ponencias y conclusiones del congreso. Los sindicatos libres, por tanto, han pasado a los temas de economía general y de libertad de Prensa; unidos a un nacionalismo profundo y místico que supone un rechazo de cualquier dependencia de la URSS, y una fe religiosa manifestada en todas sus reuniones (cánticos, imágenes, fotografias del Papa) y de colaboración con la Iglesia establecida, como fuerza ideológica esencialmente antimarxista, ofrecen el resultado de una fuerza política de oposición absolutamente institucionalizada.

Este desarrollo no era previsible hace un año. Para que haya podido suceder así ha sido preciso un cúmulo de circunstancias históricas, empezando por los sucesos de fuerza de Hungría y Checoslovaquia años atrás -sacrificios capaces de abir camino a esta opción-, la enorme habilidad de Lech Walesa como líder predestinado, carismático, y una considerable prudencia forzada de la URSS en vista de las circunstancias internacionales, de su propia debilidad y de su necesidad de coexistencia a toda costa. Hoy, al cumplirse el plazo de este primer año, quizá se puedan ver dos líneas claras: el objetivo final de desgajar a Polonia del Pacto de Varsovia y del Comecon, y de inaugurar un nuevo régimen por lo menos neutralista, no parece próximo, porque depende de un tipo de equilibrio mundial muy delicado; la otra línea es que la mayor parte de los progresos conseguidos por el pueblo polaco con el nombre de Solidaridad son ya irreversibles.

Desde un punto de vista más general, el daño causado al comunismo como ideología y como práctica, y a la Unión Soviética como cabeza de bloque, son definitivos. La velocísima pérdida de prestigio y de capacidad de modelo en todo el mundo es también irreversible.

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