La maestría de Narciso Yepes y José Carreras
La estructura de un festival como el santanderino otorga a los ciclos de grandes solistas muy especial signicación. De otro modo, siempre cabe un peligró: caer, hasta el abuso, en lo más espectacular. La actual orientación del festival no persigue, precisamente, los más fáciles objetivos, sino que trata de combinar todas las posibilidades, desde la voz sonora y lejana de la guitarra de Yepes a la suma multifónica de coros y orquesta en la Novena sinfonía y los Oratorios, de Haendel.Entre la adhesión multitudinaria al Ballet Nacional, que dirige Antonio, y el entusiasmo para la Orquesta Sinfónica de Londres, dos solistas españoles de alta resonancia universal han protagonizado capítulos importantes por su calidad y poder de convocatoria: el guitarrista Narciso Yepes y el tenor José Carreras, que actuaron el sábado y domingo pasados.
Homenaje a Sainz de la Maza
Con el nombre de Narciso Yepes se designará en el futuro un entero capítulo de la guitarra española que, por supuesto, enlaza con el pasado mediato e inmediato: Pujol, Llobet, Segovia y Regino Sainz de la Maza. A este último, profesor de Yepes en el Real Conservatorio, se rindió fervoroso homenaje el último fin de semana.
Burgalés de nacimiento, pero entrañablemente unido a Cantabria por su matrimonio con Josefina de la Maza, hija de Concha Espina, y su residencia en Mazcuerras, que la novelista transformara en Luzmela, Regino fue el guitarrista de la generación del 27. Amigo de Lorca, Alberti y Gerardo Diego -todos dedicaron poesías a Sainz de la Maza-, prolonga su labor, después de la guerra civil, a través de un magisterio largo y fecundo y desde un protagonismo en el que cuenta el acceso a la academia y el estreno mundial del Concierto de Aranjuez, de Rodrigo, que será luego bandera en Yepes y, a decir verdad, en todos los guitarristas que son y están.
La dedicación de su recital en el claustro de la catedral por Yepes a Regino Sainz de la Maza ha sido buen gesto de afecto humano y continuidad artística. Más válido por cuanto Yepes, a la altura de su cumplida madurez, posee perfiles propios y ha aportado a la evo.lución técnico-estética de la guitarra no escasas innovaciones. Hay, sin embargo, un hilo unificador entre el burgalés y el murciano: su afán de servicio a la música entendida en el más exigente concepto. Gracias a tal actitud, la guitarra, progresivamente, se ha desprendido de la limitativa consideración de hecho aparte, al que -gracias a sus peculiaridades- debían aplicársele medidas estilísticas distintas a las utilizadas con otros instrumentos. Dicho más llanamente: se perdonaban a la guitarra pecados y pecadillos sin posible absolución para un pianista o un violinista.
Caminos de lo olvidado
La curva evolutiva de Narciso Yepes se realiza bajo el signo de la intelectualización, si se entiende el término libre de adherencias peyorativas. Pensó, imaginó y realizó Yepes la nueva guitarra de diez cuerdas y, a la hora del repertorio, buceó por los caminos de lo olvidado, lo inédito o lo arriesgadamente nuevo. Escuchar la sonata dieciochesca de Straube o descubrir la Sonata de Alberto Ginastera vale tanto como volver sobre la gracia belle epoquiste de Gombau, el frescor popular de Sainz de la Maza o la estilización sevillanista de Joaquín Turina. Narciso Yepes consiguió dos difíciles unanimidades: la del silencio y la de la aclamación.
La última aportación española al divismo internacional ha sido, sin duda, la de José Carreras. Voz admirable. por su color y mordente, por su ligereza y capacidad expresiva, está manejada por Carreras con una inteligencia y un saber absolutamente extraordinarios.
En un programa tan vario como que iba de Searlatti y Haendel, pasando por Bellini, Donizzetti, Rossini y Fauré, hasta el refinamiento poético de Federico Mompou y la vena napolitana de las canciones de Paolo Tosti. José Carreras asombró a todos. ¡Qué manera de decir, cuánta mesura en la emoción, qué seguridad en los ataques, qué continuidad en las ligaduras, qué diversidad en los matices, qué musicalidad en las respiraciones!
Acompañado, excelentemente, por el maestro Eduardo Müller, José Carreras mantuvo el calor de la plaza Porticada hasta el límite. No sé cuántas propinas concedió; sí sé que, por parte del público, estaría todavía cantando, rodeado de un coro impetuoso de bravos. Hubo muchos y entusiastas para Federico Mompou -el genial decano de nuestros compositores- después de la interpretación de sus melodías sobre versos de Janés, que Carreras siente con hondura y refinamíento capaces de enlazarlas con Fauré; esto es, capaces de llegar a su última razón de ser.
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