Fin de curso
EL PRESIDENTE del Gobierno celebró anteayer una conferencia de Prensa que tuvo un aire de fin de curso político y que pareció animada por el elogiable propósito de transmitir a los ciudadanos una impresión de tranquilidad y calma. Sin embargo, el tono reposado y sereno que cultiva Leopoldo Calvo Sotelo en sus comparecencias públicas no pudo ocultar, esta vez, bajo el sosiego las inquietudes e incertidumbres ocultas en algunas de sus respuestas. Digamos, a este respecto, que las severas normas de procedimiento que suelen regular las conferencias de Prensa de los jefes del Ejecutivo, tanto en nuestro país como en otras naciones europeas, parecen diseñadas no tanto para que los ciudadanos se enteren de la marcha de los negocios públicos como para que los gobernantes se entreguen a refinados ejercicios de autocomplacencia.En cualquier caso, la respuesta del presidente del Gobierno a las preguntas sobre el discurso del capitán general de Galicia en la basílica compostelana, dirigido a las instituciones políticas y a la sociedad española mediante el truco retórico de una ofrenda al apóstol Santiago, ha sido insatisfactoria. Aun sin llegar a la descortesía de dudar que sea cierto que el teniente general Fernández Posse haya dado «explicaciones públicas en las que asegura su lealtad al orden constitucional y a la defensa del Estado democrático» y se haya «retractado» de sus apocalípticas admoniciones a diputados, gobernantes y ciudadanos, resulta obvio que esas «explicaciones públicas» y esa «retractación» no son conocidas todavía por millones de españoles, en cuyos oídos aún resuena, sin embargo, la severa regañina que les fue dirigida por no pensar, sentir, actuar y comportarse de acuerdo con los criterios ideológicos, morales y políticos de ese alto mando militar.
De otro lado, todavía más insatisfactoria, si cabe, ha sido la respuesta del presidente del Gobierno a las preguntas sobre los 84 muertos y los miles de internados, que esperan con angustia la manifestación de secuelas una vez dados de alta, causados por los aceites adulterados. Que Leopoldo Calvo Sotelo esté «profundamente preocupado e insatisfecho del tema» sólo indica que es una persona con buenos sentimientos y que no es un irresponsable. Ahora bien, que el presidente del Gobierno hablara con una sinceridad y emotividad ausentes en las rígidas comparecencias anteriores de sus ministros Sancho Rof, García Díez y Lamo de Espinosa para ocuparse del mismo asunto no anula la gravedad y dramatismo de esa conspiración contra la vida y la salud de los españoles humildes. En cualquier caso parece de cajón que esa «persona de alto rango administrativo» a quien se va a encomendar la inspección y sanción de las infracciones que se produzcan en los productos alimentarios comience su tarea exigiendo, responsabilidades, y tal vez su dimisión, a los actuales ministros de Sanidad, Comercio y Agricultura.
Los gestos y las formas tienen, sin duda, una cierta importancia en la vida pública. Sin embargo, la situación española necesita más que nunca una política sustantiva que elimine cualquier riesgo de golpismo militar, combata eficazmente al terrorismo y devuelva a los ciudadanos la confianza en la Constitución y las instituciones democráticas. El presidente del Gobierno, para hacer frente a ese desafío tiene que confiar menos en la fuerza de los gestos que en la contundencia de las medidas, entre las cuales debe figurar la exigencia de responsabilidades en los funcionarios públicos de la Administración civil y militar que incumplen, por acción o por omisión, las misiones que la sociedad les ha encomendado y que los impuestos se encargan de sufragar.
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