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ECOLOGIA

Ola devastadora de incendios forestales en el norte y centro de Portugal

La ola de incendios forestales que afecta al norte y el centro de Portugal ha causado ya perjuicios incalculables y siembra el pánico en las poblaciones rurales. Las opiniones son unánimes: no hay recuerdo en Portugal de semejante serie de gigantescos incendios, y los daños causados al patrimonio forestal tardarán décadas en recuperarse.

En la región centro del país se calcula en varios miles de hectáreas la extensión arborizada que ha sido pasto de fuego en los últimos doce meses y el flagelo, aunque disminuyendo de intensidad, está lejos de ser definitivamente dominado.Los bomberos, agotados por cerca de un mes de lucha ininterrumpida, siguen recibiendo llamadas angustiadas de aldeas amenazadas por el fuego, cuya progresión no parece afectada por los obstáculos naturales que constituyen habitualmente las carreteras y las vías férreas.

Más de cien kilómetros de líneas telefónicas han sido destruidas, aislando decenas de localidades y aumentando el pánico de las poblaciones. En algunas aldeas, los habitantes se organizan para velar días y noches para proteger las cosechas y los locales donde está reunido el ganado.

En otras regiones, una trágica desolación ha sucedido a días y días de lucha denodada. Ya no hay peligro, ardió todo lo que podía arder: pinos, eucaliptos, campos, matorrales...

Por decenas de kilómetros, la carretera que, por Vilar Formoso, une España a Coimbra, se extiende entre campos de cenizas y esqueletos de árboles carbonizados.

Origen criminal

Hay muchas razones objetivas para justificar la importancia de la catástrofe: un año de una sequía excepcional, la ola de calor que afectó a la Península Ibérica al principio del verano, el escaso cuidado de los propietarios para la limpieza de los matorrales que invaden las zonas quemadas en años anteriores y los campos abandonados, la falta de medios humanos y materiales de los servicios forestales del Estado para montar una red eficaz de vigilancia y prevención de los incendios.Pero, con razones o sin ellas, las poblaciones están convencidas de que la mayoría de los siniestros tienen origen criminal. Los bomberos comparten esta opinión en relación a los incendios de mayores proporciones y aseguran haber encontrado, en numerosos casos, vestigios materiales de la actividad de los incendiarios. Finalmente, el Gobierno, que muchos acusan de pasividad y falta de previsión, ha acogido también la tesis de un atentado deliberado a una de las fuentes de riqueza nacional, atribuyendo a los incendiarios intenciones políticas subversivas.

Mientras que las medidas de combate del fuego se organizan lentamente, bajo la dirección de una comisión interministerial presidida por el secretariado de Estado para la Defensa y que los distintos sectores interesados se responsabilizan mutuamente de la situación, las poblaciones rurales, angustiadas y sobreexicitadas, organizan por su cuenta auténticas cazas al hombre contra supuestos incendiarios. Algunos sospechosos se encuentran detenidos, pero sus confesiones son acogidas con escepticismo. No sólo porque se trata muchas veces de desequilibrados mentales, sino porque no dan una explicación cabal del motivo de sus actos. Ningún dato ha permitido, hasta ahora, incriminar concretamente a aquéllos que la opinión pública, unánime, acusa de armar la mano de los incendiarios: los negociantes de madera y las grandes fábricas de celulosa.

La sospecha descansa, esencialmente, sobre el hecho de que estos sectores están realizando negocios fabulosos por obra de la desgracia ajena. Los árboles quemados, pero no destruidos, que deben ser inmediatamente abatidos, están ofreciendo a las fábricas una materia prima barata y de excepcional calidad, ya que dispensa de la aplicación de determinados tratamientos previos.

El Gobierno anuncia medidas severas de intervención del mercado maderero para proteger, en la medida de lo posible, los intereses de los pequeños propietarios y de los municipios rurales que han perdido en unas horas su principal, cuando no exclusiva, fuente de recursos financieros.

Después de los rigores excepcionales de la sequía, los incendios los del verano han aportado su contribución para hacer de 1981 un año negro para Portugal y sus poblaciones rurales.

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