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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El delito político y la extradición

Los tratados de extradición excluyen de ella los delitos políticos. Pero ¿cómo se configura la imagen del delito político? Porque, como cada figura jurídica de fondo sustancialmente política, la definición del delito de esta naturaleza y el tratamiento que todo el problema lleva implícito se combinan con un entramado ideológico que por su propia naturaleza se convierte en barrera infranqueable que divide a los juristas y a los políticos desde el punto de vista de la lucha de clases que no es un fenómeno que los sectores antimarxistas, o, si se quiere, simplemente no marxistas, puedan eliminar de la realidad sociológica, aunque la comprensión del mismo no resulte tan elemental como la ley de la gravedad o la que rige los movimientos de los astros, en cuya dinámica la ideología no cuenta para nada en la actualidad, aunque su formulación originaria chocó, como hoy choca la asimilación de las leyes reguladoras de los fenómenos sociales, con la resistencia de las fuerzas conservadoras de entonces, que también se aferraron con tenacidad represiva al contexto de las sagradas escrituras, de evidente contenido ideológico.El fenómeno de la violencia

Pero podría acotarse, al menos, lo que no cabe admitir como elemento definitorio de un delito político, si encontramos un baremo para medir la etiología de la violencia, de cuya naturaleza tampoco es fácil excluir en principio el trasfondo político e ideológico en cierta medida, aunque, incluso admitiendo este supuesto, no es imposible localizar un espacio de orden moral en el que no cabe levantar barreras ideológicas ni siquiera en el contexto de la ineluctabilidad de la lucha de clases.

En el orden moral que rige nuestro mundo, integrado por sociedades divididas en clases, se admite como válida, o al menos ningún tribunal terreno o ultraterreno la ha condenado eficaz y expresamente, la violencia que entraña la guerra desarrollada de acuerdo con las leyes internacionales, que al regular los conflictos bélicos santifican sus procedimientos, o al menos tranquilizan la mala conciencia de quienes los provocan.

El fenómeno de la violencia es igualmente inherente al desarrollo de los procesos revolucionarios, encuadrados como figura teórica claramente definida en la problemática teórica de la sociología marxista, pero negada tozudamente incluso por los sociólogos y, tras de ellos, por los políticos de nuestro mundo adscrito a la cultura occidental.

Ronald Reagan, por supuesto, no admite la validez de la lucha revolucionaria. En una de sus primeras formulaciones programáticas denunció como terrorista la lucha revolucionaria que libran los pueblos por su independencia; pero si el presidente de Estados Unidos asume consecuentemente la historia de su propio país, se verá obligado a incluir en el catálogo de los terroristas ilustres a los forjadores de la independencia de la nación norteamericana, a quienes los marxistas respetan como figuras señeras en la historia de las revoluciones independentistas.

Y como Reagan, pocos magnates de las finanzas de la sociedad occidental admitirán hoy la legitimidad histórica de la revolución rusa, pero para ser consecuentes estarían obligados, del mismo modo, a repudiar la Revolución Francesa, que hizo posible el desarrollo de sus respectivas empresas.

Pero la historia de la cultura, de la que la Revolución Francesa y la revolución rusa representan, por su propio derecho, momentos estelares del progreso humano, no registra ninguna teoría política respetable que se formule en función de la violencia individual, del asesinato, en todo caso execrable, pero envilecido hasta la bestialidad cuando se perpetra desde la impunidad de la sorpresa y de la huida.

Regímenes autoritarios

Los terroristas que se definen a sí mismos como revolucionarios marxistas, y como tal definía muy recientemente a ETA un dirigente del Partido Nacionalista Vasco, revelan una ignorancia supina de los supuestos teóricos fundamentales del marxismo; el mismo diagnóstico conviene a la consideración como elementos de la guerra revolucionaria, de los atracos, de los asesinatos y del chantaje de que aquéllos y éstos son instrumentos, y como corolario, una vez que los tribunales franceses declaran que los actos enjuiciados por ellos son simples delitos comunes, la posibilidad de amparar a los condenados en aquella sentencia, en un tratado de extradición que exceptúa de ésta a los delitos políticos, resulta una aberración que convierte el tradicional asilo respetable, del que Francia se considera paladín, en un apéndice de la nueva formulacióndada por Ronald Reagan a la tabla de los derechos humanos, que en su nueva versión resulta patente de impunidad para los regímenes autoritarios y una incitación a los agentes terroristas de toda laya para que intensifiquen su acción destructora de los regímenes democráticos; el mundo occidental está, en tal caso, oficialmente regresando a la barbarie.

Nota breve. Para conocimiento de las personas menos familiarizadas con los problemas políticos e ideológicos creemos conveniente hacer notar que Marx no inventó la lucha de clases, ni la insurrección de los pueblos que luchar, por su independencia, ni la Revolución Francesa, ni la revolución socialista, del mismo modo que Galileo no inventó la rotación de la Tierra en torno del Sol, ni Isaac Newton inventó la ley de la gravitación. Marx, estudiando la dinámica del cambio social, y Galileo y Newton, estudiando la actividad del cosmos que cada uno de ellos observaba, descubrieron la existencia de fenómenos naturales desconocidos hasta entonces, y quienes continuaron estudiando los mismos fenómenos ajustaron su conducta a los descubrimientos iniciales de ellos. Sería extraño, relativamente al menos, que un sociólógo o un político condenase como terroristas o como colaboradores con el terrorismo a quienes en la actualidad se consideran continuadores de Marx, de Galileo o de Newton, del mismo modo que sería incomprensible que Marx, Galileo o Newton fueran considerados terroristas.

Julio Luelmo es abogado del Estado.

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