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Política de gestos

Por tradición histórica, a todos consta que en el palacio de Buckingham no se toman decisiones a humo de pajas. Tampoco en la Zarzuela, según nos ha enseñado la experiencia, por corta que sea ésta todavía. Cuando los Reyes se ven obligados a declinar la invitación a la boda del príncipe de Gales, razones de peso tuvo que haber. Las mismas, sin duda que indujeron a quien preparó el viaje de novios a iniciarlo en la bahía de Gibraltar. Quien tuviera idea de prologarlo, con anacrónico gesto victoriano, debió prever la posible reacción española. No se trata de un problema de hipersensibilidad, como quisieran hacerlo creer desde Londres, sino de un muy agudo sentido de la realidad por parte del Soberano. Ha sabido captar el desagrado que en la opinión pública de nuestro país hubiera podido producir la asistencia de nuestros Reyes al fastuoso acontecimiento, en contraste con la impresión que origina la inmediata visita principesca al Peñón.Asunto desgraciado, achacable a la nostálgica y persistente política del Gobierno conservador, agarrado al último eslabón de la desaparecida ruta imperial y que no acaba de resignarse a la idea de llegar al imprescindible compromiso con España. Achacable, también en parte, a la poca profundidad y escaso poder de persuasión de nuestro servicio exterior. En suma, una verdadera lástima, porque se ha desbaratado una buena oportunidad de contactos al más elevado nivel. Otra circunstancia que pone de relieve la grandeza de nuestro Monarca, que, a su personal estimación por la familia real inglesa, sabe sobreponer la razón de Estado.Lo entiendan así o no nuestros amigos inglese su gesto ha sido el adecuado.

, 23 de julio

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