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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Reactivación en EE UU y estancamiento en Europa

LOS PREPARATIVOS de la próxima conferencia de Ottawa entre los grandes países occidentales muestran la enorme tensión que la recesión económica está creando entre las dos orillas del Atlántico Norte. Estados Unidos quiere una mayor contribución europea al esfuerzo bélico, mientras los europeos acusan a Estados Unidos de insolidaridad en la cooperación económica. Así, el presidente de la Comisión de la CEE, Gaston Thorn, acaba de recordar la dificultad de los políticos europeos para disociar ante sus respectivos electorados las cuestiones de seguridad y de defensa. «Cada vez se alzan más voces diciendo: si te encuentras en paro es porque Estados Unidos está fortaleciéndose, será más rico y poderoso a costa tuya».Los altos tipos de interés norteamericanos empujan el dólar hacia arriba yno sólo desvían los capitales fuera de los circuitos europeos, sino que también encarecen las mercancías importadas por el viejo continente, especialmente el petróleo, y comprometen las ganancias conseguidas frente a la inflación. De añadidura, al estar las economías europeas en gran medida indiciadas, un aumento de precios implica un incremento de los costes salariales y, en consecuencia, la práctica.imposibilidad de reducir los niveles de inflación. El problema se complica todavía más porque una política de elevados tipos de interés para apoyar a las monedas encarece el crédito y desincentiva la inversión, precisamente cuando el paro en Europa occidental se aproxima a la escalofriante cifra de catorce millones de trabajadores.

Desde la primera mitad dé 1980, y como resultado de la segunda gran sacudida en los precios del petróleo, la economía de los países industriales de Occidente entró en una nueva fase de recesión. La duración de esa etapa fue relativamente corta en Estados Unidos y Japón, que presentaban claros síntomas de recuperación al finalizar el año, pero en Europa se ha mantenido hasta la primavera de 1981. Aunque la recesión europea parece haber detenido su caída entre abril y mayo, los niveles de producció.n industrial del primer trimestre del año se situaron un 5% por debajo de los conseguidos durante el mismo período de 1980, mientras el paro creció en casi dos millones de personas en esos doce meses. Y precisamente cuando la recesión parecía haberse detenido, los altos tipos de interés practicados en EE UU comprometen las posibilidades de relanzar la inversión y estimular la actividad.

Los norteamericanos justifican su «displicente negligencia» hacia los problemas europeos por la necesidad prioritaria de ordenar su propia casa. De no conseguir un crecimiento económico sin las servidumbres de la inflación, la economía estadounidense -y con ella la mundial- no podría encaminarse por una senda libre de nuevas tensiones e incertidumbres. El mundo continúa amenazado por la crisis petrolera y es preciso generar el ahorro suficiente para financiar las inversiones que garanticen su sustitución por otras fuentes energéticas altemativas.

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Los europeos habían acusado a Estados Unidos, en el pasado, de otro tipo de negligencia: la financiación de los déficit presupuestarios mediante mecanismos inflacionistas que originaron todos los vaivenes monetarios y, por supuesto, la gran inflación que todavía gobierna las economías. Precisamente, este es el mal que trata de atajar la nueva política económica de la Administración republicana, recortando los gastos presupuestarios y tratando de poner fin a la irresponsabilidad fiscal que se arrastra desde la guerra de Vietnam.

La reducción de los impuestos sobre la renta de las personas se propone, a su vez, estimular el ahorro e incentivar el trabajo a fin de generar mayores rentas y mayores bases tributarias.

En el mes de mayo, el índice de precios al consumo en Estados Unidos creció sólo un 0,7%, cerrando así un trimestre en el que la tasa de inflación anual se situaba en un 7%. Los portavoces de la Administración Reagan han anunciado triunfalistam ente que la inflación de dos dígitos era algo ya del pasado. Pero los europeos desconfían que los precios estén ya dominados y temen que en las futuras negociaciones laborales se pacten alzas salariales entre el 9% y el 10%, en cuyo caso la política monetaria conseguiría reducir la producción en lugar de la inflación. En tal caso, los altos tipos de interés no habrían conseguido sus objetivos. De añadidura, si la política fiscal de reducción de los impuestos y del gasto público se tradujera en un mayor déficit presupuestario, el fracaso del experimento retrasaría la recuperación de las economías europeas sin sanear la estadounidense.

La Administración Reagan parece decidida a seguir la línea trazada. En su opinión, son los europeos los que deberían ahora poner en orden su propia casa, ya que la debilidad de sus monedas es sólo el reflejo de unas economías cuyos déficit presupuestarios han crecido conti-, nuamenle para sostener unos niveles de vida económicamente injustificables después de las crisis del petróleo.

En Ottawa sólo se llegará, probablemente, a una especie de acuerdo sobre los desacuerdos; y, tal vez, a la vista de la decisión norteamericana de levantar las restricciones a la importación de zapatos baratos de Extremo Oriente, a una recomendación mutua de respetar las prácticas del comercio libre para ahuyentar los viejos demonios del proteccionismo. Pero ese encuentro no solucionará, en cualquier caso, el estado de la economía europea. La recesión parece detenida, pero la recuperación no ofrece todavía indicios de aceleración. El crecimiento del PIB en el conjunto de países europeos durante 1981 será negativo (en torno al -1%, según.la última previsión de la OCDE). Desde la perspectiva española habrá que esperar todavía a 1982 para recibir algunos estímulos de las economías de aquellos países que constituyen nuestros principales mercados. Por esa razón, el tono optimista que empiezan a adoptar las autoridades españolas respecto a la coyuntura inmediata no parece dictado por el realismo de los análisis económicos, sino por una injustificada confianza en su buena estrella o por una errónea valoración de la situación internacional.

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