Gay
María José Sánchez-Bendito, gorda y sombría, diciendo sus versos en el escenario lóbrego del Olympia, los chicos y las chicas, con la fiebre del viernes/sábado noche, la sangría en botijo, «pasa el paraguas, compañero», sangría dura, como me dice Marisa Ciriza, después de probarla, los gais adolescentes, que vienen con su cajetilla de bisonte a que les eche una firma, muchachos que pasean hombros de muchacha, un dulce androginismo en camiseta, los chicos y las chicas, en punk nada agresivo, salvo el que anuncia el despelote general, con baile, para las doce en punto. Fiesta gay en el Olympia. «Grupo de acción para la liberación homosexual ». Pero la rubia que se me ha sentado en las rodillas establece ya una dialéctica de los cuerpos (muy gratificante, por otra parte) que está en los más seculares esquemas hombre/mujer, adolescente/carroza. Pancartas en los palcos, la batería ominosa en el escenario, toda una generación en penumbra, en el patio de butacas, pasándose el cigarro, el paraguas, la pomada, el botijo, la fumada, la sangría, pasándose, por entre todo y entre todos, una comunicación de dermis a epidermis, una unanimidad que es sólo la edad. «Los grupos de liberación homosexual nos vemos abocados a enfrentarnos cotidianamente con toda una serie de problemas originados por la moral dominante y represora». A un chico de gorro de nata, collar desmadrado y pieles inconfesables sobre el tejano, le basta con eso, en escena, para hacer la señora bien, la señora mal, la meretriz respe tuosa y la locaza respetale.Hay mesas petitorias para el domund del cuerpo. Si hemos metido unas monedas sin convicción en la hucha de los negritos, de los chinitos, de los tailandesitos, ¿por qué no colaborar en este predomingo suburbial de la propagación de la fe en el cuerpo?
El segundo sexo de la Beauvoir, el tercero, el cuarto, esas sí son razas oprimidas, y tan inmediatas. «Galho, libertad sexual». La pegatina condecora el serio izquierdo de las pasotas y las passadas que quieren poner su cuerpo en claro, y la camisa a rayitas rojas del homochico embamecido, cordial, sensual, que me habla, del que me dice «es que eres demasiado», y money/money/ moneylmoneylmoney, que Liza Minelli está haciendo el número axial bajo el foco, y Edith Piaff tuerce sus manos y sus pies, afásica de gloria, música y muerte, y Chaplin hace y deshace maletas en la intemperie musical de Candilejas y una banda romántica pasa como un zéfiro, despejando la ecología densa de, pantalones rojos, hondas cabelleras y corazones fuera, como pegatinas en lo exterior del pecho. El movimiento homosexual español se inicia en 1977, cuando la libertad nacía libre y al fin el español iba a estar a la altura de su presente, iba a ser el conductor de su conducta. Bajan del cielo arcángeles de plástico, globos de colores, un tomado de aplausos, el clima azul de la estereofonía, y la rubia se ha ido a vomitar su mono, o a esperar un muchacho tendida sobre el morro de un coche, y esta es la juventud, ésto el presente, la situación/límite, algarabía que toco, al borde de las tinieblas exteriores, donde los menhires talares dudan el divorcio y los marcianos del siglo pasado paran el país en seco. Hay más país en el país marginal de los flipados, los locos, los que entienden, que dentro del país acollonado. La democracia, la libertad en libertad tiene que tocar aquí su límite infernal y hacerlo cotidiano.
Caras de varia máscara, labilidad de seres, solubilidad del yo, nacimiento en un ser de sus mil yoes germinales y puros. (Luego le confinarán en uno solo.) Mi corazón ortodoxo no está menos represaliado que el corazón heterodoxo y múltiple de esta basca. Son la metáfora roja, azul, naranja/ exasperada de la plenitud que a todos se nos niega.
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