Certamen de Canción Popular: lluvia en el Parque de Atracciones
Luces en la noche. Las fuentes eléctricas y acuáticas funcionando a tope. Todo el parque era una fiesta y un gentío, lo más popular del pueblo como quien dice privándose por ver de cerca el brillo de sus estrellas preferidas. El Fari, el Campuzano, el Peret y Escobar: una constelación de primera magnitud en el firmamento de la canción española.El Fari, en portada, con su fea cara de mico y fuerza inimitable, había despertado las mejores expectativas, y empezaba Rumba 3 a calentarse cuando el dios de la lluvia precipitó su primera carga disolvente. Una ducha estival y estimulante. La primera lluvia del verano. Certamen interruptus. Habría sido demasiado hermoso que el sol apareciera para cortejar los ídolos del pueblo.
Fue entonces cuando empezó el espectáculo más divertido que se perdieron los que seguían el certamen instalados cómodamente ante el televisor. La desbandada general del público por los caminos y vericuetos del parque. Una confusión de risas, carreras y griterío, bajo el manso azote de la lluvia.
Pasaban renqueando ancianos con boina y muletas, grupos familiares con los niños en brazos. Corrían entrelazadas las jóvenes parejas de novios. Algunas señoras protegian sus peluquerías recién hechas con ingeniosos tocados a base de bolsas de plástico de El Corte Inglés.
Mientras los finalistas del certamen cumplían su turno al resguardo de la alabeada cofia del escenario, seguía el desfile valleinclanesco de la lluvia popular. «Por lo menos lo veremos en la televisión», era la consigna de la escapada. En los chiringuitos de churros y horchatas algunos grupos reponían fuerzas. Otros se embelesaban con los juegos y atracciones todavía en marcha. Los altavoces llamaban a los padres de un niño perdido.
Cuando le tocó la vez a Campuzano, la afición más perseverante y estoica, que aguantaba firme en su sitio, estaba ya completamente empapada. Cuando parecía que la lluvia iba a remitir, arreciaba con nuevos bríos.
En la zona más alta del auditorio, bajo el único espacio cubierto, la gente se congregaba, apretujados como sardinas en lata, y en el pasillo de la cafetería se formaban tertulias y corrillos. Era un flujo en constante movimiento, que algunos aprovechaban para meter mano buenamente o ligar a gusto.
Pocos aguantaron hasta el fin de fiesta con la apoteosis de Peret y Escobar, pero nadie parecía demasiado desengañado del precipitado desenlace que esta lluvia feliz puso al certamen.
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