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Entrevista:

Mario Onaindía: "El nacionalismo radical violento no conduce a ninguna parte"

Mario Onaindía, cuya cabeza, de aspecto leonado pero que da la impresión, de todas formas, de estar hecha más para pensar que para embestir -podría recordar a alguna vieja fotografía de Carlos Marx-, pasa por ser un secretario general bastante, atípico, en el sentido de parecer más preocupado por la lucubración teórica que por ganar o perder votaciones en el comité central. Su doble imagen de resistente histórico -fue condenado a muerte en el célebre consejo de guerra de Burgos-, por una parte, y de apacible intelectual decimonónico, por otra, ha contribuido probablemente a acreditar la del partido que dirige como especialmente apto para «desencantados que quieren volver a la política». Reelegido secretario general del Partido para la Revolución Vasca (EIA) en el congreso clausurado el pasado fin de semana en San Sebastián, confiesa que la política le apasiona y que su mayor deseo sería, por ello mismo, contribuir a crear un partido «en el que militar no sea un coñazo».

Pregunta. El reciente congreso de EIA ha sido calificado por usted como «fin de un proceso e inicio de una etapa cualitativamente diferente». ¿A qué se refería concretamente con esas palabras?Respuesta. Cuando nació ElA, al comienzo de la transición, estaba destinada a convertirse en algo no muy diferente de lo que posteriormente ha sido Herri Batasuna. A la ideología populista-tercermundista, característica de la mayoría de los partidos de la izquierda radical surgidos en los últimos años del franquismo, se unía un modelo organizativo ultraleninista, basado en conceptos como el de representación más que en el de participación- y uno de cuyos rasgos era el de considerar cualquier divergencia como una divergencia de clase, con sus secuelas,de sectarismo interno y externo. En correspondencia con esa ideología y esas concepciones, se tenía una idea instrumental de las libertades democráticas, consideradas, en el mejor de los casos, como la trinchera provisional desde la que partir al asalto de objetivos más ambiciosos y que serían nuestros verdaderos objetivos.

Como consecuencia de la experiencia de los últimos años -incluyendo la experiencia de escarmentar en cabeza ajena, es decir, de haber tenido la ocasión de comprobar en otros partidos la impotencia política y el callejón sin salida a que conduce el populismonos hemos visto abocados a rectificar sobre la marcha, renunciando a dogmatismos y a priorismos en la misma medida en que renunciábamos a la cómoda actitud de espectadores críticos, pero pasivos, de los procesos políticos que se iban desarrollando. Este congreso ha sancionado en los textos una transformación que ya se había ido produciendo en la práctica, y cuyo eje central es la consideración de que nuestros tres objetivos esenciales: la libertad nacional, las libertades democráticas y el socialismo, no guardan entre sí una relación de subordinación de unos en función de los otros. A su vez el punto de inflexión de esta transformación se produjo en torno a nuestra aceptación del Estatuto de Autonomía. La experiencia de la lucha por defender su contenido, y luego su aplicación, es lo que dio carácter práctico y colectivo a una evolución que en otro caso hubiera sido meramente intelectual y voluntarista.

Por ello, el congreso ha decidido disolver ElA para dar paso a una organización, Euskadiko Ezkerra, mucho más abierta, democrática y participativa, capaz de convertirse, a través de un proceso constituyente abierto a todas las corrientes de izquierda, en lugar de encuentro para sectores mucho más amplios, provengan del campo nacionalista o socialista, se reconozcan en esta última tradición o en la tradición comunista.

P. Aflima usted que Euskadiko Ezkerra se encuentra particularmente bien situada para convertirse en el eje en torno al cual se configure una nueva izquierda vasca, por no ser deudora ni del lastre histórico del stalinismo ni de la herencia socialdemócrata; pero, desde las posiciones actuales de EE, ¿el peso que supone la herencia de ETA no constituye igualmente un pesado lastre de cara a la configuración de esa nueva izquierda?

R. Toda herencia es ambigua, casi por definición. La verdad es que con todos los aspectos negativos que ha tenido la.actuación de ETA durante la transición, ha tenido al menos una virtualidad, digamos positiva: la de mostrarnos -a nosotros y a toda la izquierda radical surgida en los años setenta, aunque no todos han sabido apreciar la lección- adónde lleva el nacionalismo radical violento: a ninguna parte. Por eso, hoy ya el simpatizante o votante de Euskadiko Ezkerra no lo es por el pasado etarra de nuestra organización. La propia dinámica política, con la visceralidad además que caracteriza a la política vasca, ha llevado a los simpatizantes de EE, que se han visto tachados de traidores y arrojados a las tinieblas exteriores, a cambiar de plano, a situarse en un terreno diferente.

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P. También ha hablado usted de la división radical entre nacionalistas y socialistas como uno de los rasgos negativos de la sociedad vasca a lo largo de todo el siglo XX. ¿Cuáles han sido en su opinión los efectos de esa escisión y qué posibilidades ve de superarla en el futuro?

R. El nacionalismo creado por Sabino Arana hace 85 años, al diversificarse -aunque siempre dentro de una matriz común-, ha llegado a un techo y ha entrado en crisis. Durante estos años, el nacionalismo vasco ha creado una contrasociedad grupos de jóvenes nacionalistas, de mujeres nacionalistas, de ex combatientes, de sindicalistas, de patronos, de curas, unidos todos ellos por el cemento ideológico aranista), definida en negativa por oposición a un fantasma que era identificado como Madrid, es decir, lo foráneo. Pero ha sido incapaz de ofrecer un modelo de convivencia en positivo, una cultura -en el sentido amplio de la expresión- integradora y que respondiera a nuestra época.

Unas reivindicaciones justas -como, por ejemplo, el autogobierno- se han visto recubiertas por una ideología exclusivista, excluyente, que las hacía ajenas a amplios sectores de la población de Euskadi. Su definición unilateral de lo que debería ser considerado como genuinamente vasco -sea una canción, un partido político o una determinada interpretación de la historia- ha llevado a considerar pueblo vasco a lo que no era sino, una parte del pueblo vasco. Así, cuando el líder del sector sabiniano del PNV, Antón Ormaza, dice con absoluta buena fe que «naturalmente, cuando digo vasco, me refiero al nacionalista vasco, como cuando decimos polaco, o es un nacionalista polaco o es un apátrida», está expresando de forma estridente lo que otros muchos piensan en su subconsciente, aunque no lo digan. Y está revelando sin querer la incapacidad de la ideología nacionalista para convertirse en cultura nacional; es decir, de todo el pueblo de Euskadi.

A propósito de esto, creo que cabe decir lo mismo del PSOE, que, unas veces explícitamente y otras no tanto, ha renunciado a ofrecer un proyecto unitario y progresista válido para el conjunto de la sociedad vasca, limitándose a unas ofertas electorales dirigidas en exclusiva a determinados sectores sociológicos de esa sociedad. Los efectos de ese interesado estrabismo de unos y otros han sido devastadores especialmente para la clase obrera vasca, colocada ante la opción de elegir entre ponerse a remolque de uno u otro sector ideológico de la derecha, sea la derecha nacionalista o la derecha centralista.

Pero para nosotros tampoco se trata ahora de inventar un nacionalismo de izquierdas o popular, que establezca una competencia de símbolos, fervores y exaltaciones con el otro nacionalismo, sino de asumir una determinada herencia nacional vasca para transformarla, desde una perspectiva progresista y no excluyente, en una cultura nacional, en el sentido fuerte de la expresión. Es decir, de ofrecer un proyecto de construcción de Euskadi-comunidad, capaz de articular coherentemente elementos históricos y culturales heterogéneos.

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