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Tribuna
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La intoxicación republicana

Somos nuestra intoxicación. Nos salvan nuestras intoxicaciones. El aceite de colza, la intoxicación golpista, la neumonella, el juicio a El Alcázar, la intoxicación a las FF AA y la calina, que este año, contra pronóstico de mi admirada Emma Cohen, no ha venido.Pero hay una intoxicación -la última- más hábil y lábil que las anteriores, que es la intoxicación republicana. No ya esa argumentación ruda de que con Franco vivíamos mejor, sino la más sutil campaña según la cual esta democracia, tan promocionada por don Juan Carlos, quiere dar en Tercera República y apear al Rey. Es una especie de argumento de película para ver si el Rey se asusta ante « los verdaderos designiós» de la democracia y toma partido por Don Nicanor tocando el tambor de la contrarrevolución, o sea Tejero. Esta intoxicación la llevan mayormente periodistas del tardofranquismo que andan disparando entre las casamatas de la Prensa libre, sin acabar de quitarse el pasamontañas para que sepamos si son galgos, podencos, chorizos, quinquis o navajeros del Banco Central de Barcelona. Claudio Lozano me envía, con cordial dedicatoria, su libro La educación republicana, editado por la Escuela Nacional de Niñas de la Universidad de Barcelona. A Lozano, parece que le ha gustado mucho mi último o penúltimo artículo sobre Felipe González, como también a Emilio Romero. Los artículos que uno escribe con menos convicción profesional son los que más convencen a la gente luego. Me encanta que la Universidád de Barcelona pueda lanzar una generación de niñas republicanas, siempre más enrollables en el futuro, supongo, que las promociones de estrechas que lanzan las clarisas, aunque a mí ya me van a coger completamente reinona esas niñas catalano /repúblicas.

Pero este libro nada tiene que ver con la neoinsidia diaria del secreto republicanismo de nuestros demócratas, insidia que va de los citados periodistas con pasamontafías a algunos críticos literarios, poetas neotontos, escritores tardojóvenes, que ven en cualquier libro o artículo de uno el jolgorio repúblico que les hace rechazarlo por contingente e inmediato, -cosa insufrible para ellos, tan exentos que nadie los lee (ni siquiera cuandó escriben en este periódico), tan puros que quedan equidistantes de Monarquía/ República, tan exigentes que sólo exigen unos durillos por todos sus versos de café con leche matemizada por otros poetas con pecho de madres. Pero el Rey, lo tiene claro, y los partidos y el resto de la Prensa no intoxicante. Tejero prestó un servicio involuntario (como involuntario era su humor) y definitivo a España: ya nadie duda de que lo que hay que salvar es la democracia, y que el primer demócrata de España se llama Juan Carlos y que nadie va a enredarle en conspiraciones palatinas, como la que esta semana cuenta Interviu. El dilema Monarquía/República no tiene sentido cuando lo. que vota Espafía a diario es democracia, o sea libertad, justicia, progreso, paz, racionalidad, europeización, civismo. Tejero hizo a España demócrata de una pieza, bajo el Rey, por si alguien tenía veleidades áulicas o veleidades azañistas (Azaña no hubo más que uno). Es más socialista la Monarquía sueca que la República Argentina. Y Felipe, Carrillo, Sartorius, Guerra, tienen esto muy claro. Se lo he contado a Enrique Múgica: el otro día se me acercó un socialista histórico a contarme sus enfermedades, en un cóctel, y entreví que, de ellas, la más aguda era la enfermedad de la nostalgia.

La sutil intoxicación republicana, dirigida al Rey, no tiene fuerza para llegarle, como la pelota desmayada que ni siquiera puede él devolver de un raquetazo. Pero, de camino, la neoinsidia pone calumnia en quienes se están jugando la vida por la democracia. ¿Monárquicos o republicanos? Eso es cuestión de formas, política barroca, que diría Tierno. Sólo demócratas. Aunque el Don Nicanor nacional siga tocando el tambor.

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