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Las tramas

No hace mucho hemos escrito de Felipe González como el hombre/metáfora en torno del cual puede o debe cristalizar en estos momentos todo el civismo nacional frente a las tramas que ahogan la vida democrática.Ahora, es el propio Felipe quien denuncia, en duro ataque, «las tramas civiles que intoxican el estamento militar». En principio habría que decir que se está tratando al «estamento militar» como si fuera pasivo, inactivo, meramente receptivo. Suponemos que «se están dejando intoxicar» como el niño que se toma una purga, como el niño que se está dejando purgar. Y no es eso. Habrá, más bien, autointoxicación en quien esté propicio a ello o lleve el tóxico en sí mismo, como la biología nos enseña que ocurre con algunos organismos, pero nada más. En todo caso, el PSOE emplaza al Gobierno a terminar en un mes la negociación autonómica, y el emplazamiento no es meramente administrativo ni restringido al tema, sino que es un oportuno, crucial, esencial emplazamiento a la libertad, a la verdad, a la normalidad, que se le hace a esta que Felipe ha llamado «democracia en peligro». La derecha, la ultraderecha, la gran derecha, la paleoderecha se están organizando en tramas, dentro de una exhibida clandestinidad que todo el mundo conoce y tolera. Sí la izquierda quisiera organizarse en Frente Popular, alianzas del pueblo o cosa así, los editorialistas de porcelana ya estarían hablando de «la horda», recordando que en el 36 se quemaron iglesias (todavía no se sabe por mano de quién), y pidiendo freno, coto y castigo para el pueblo, la izquierda y todas esas aleaciones naturales que dan naturalmente «la horda». Parece que todo lo que no sea esperar sentados el golpe, entre el costumbrismo, la resignación ribereña y el tercermundismo dormitante, no es cívico ni democrático ni español. Pero Felipe lo ha dicho claro:

-No hay que dejar nada para que sea negociado después de las vacaciones, si es que hay vacaciones.

Eso. Y por eso, hoy, ahora mismo inactuante, el editorialismo pasivizante, es delenda el liberalismo inactuante, el editorialista tranquilizante y esa otra forma de intoxicación inversa que consiste en «un duro y quietos». Si la reacción se está organizando en tramas de cualquier color (todos ellos in uy visibles), el progresismo debe organizarse, en torno de Felipe o de quien sea, sin miedo al insulto de frentepopulismo, de popularismo, de obrerismo o de revolucionarismo. Aquí todo lo que sea apretar un poco por el lado de Comisiones/ UGT, por el lado del currante, es estar haciendo apología de la revolución, para quienes hacen a diario la apología de ese Don Nicanor tocando el tambor de la contrarrevolución que fue Tejero. Felipe González quiere liberarse de unos compromisos con el Gobierno que se han revelado peor que inútiles: peligrosos. Nada feliz podía gestarse bajo la horrible palabra «concertación», que, como tengo escrito, suena a consorcio panadero sin harina. A consorcio, en todo caso, con ruedas de molino para darnos de comulgar en las misas políticas de Herrero de Miñón. Felipe González reconoce al fin que aquí no se ha evolucionado nada y, por lo tanto, la derecha nada tiene que involucionar. Uno lo tiene dicho de otra forma: el ultrafranquismo es cínico y no aspira a gobernar (tampoco sabría), sino solamente a mandar.

Felipe ha entrado, como este país alegre y desconfiado, en su fase agonista: «Queremos salir de la confusión». De la confusión, Felipe, mozo, sólo se sale huyendo hacia adelante, atacando, o huyendo hacia atrás, por Algeciras. Frente a las tramas de la derecha, el quietismo es delenda, el liberalismo es delenda, el moderantismo es delenda. El socialismo -tal como se ha jugado hasta ahora- es delenda. Que los salvaespañas nos dejen, cuando menos, las vacaciones. Franco, con ser Franco, siempre nos puso vacaciones.

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