Una feria en decadencia
LA FERIA Nacional del Libro, que solía ser un acontecimiento cultural -y no sólo mercantil- de primer ordenen la primavera madrileña, se inauguró ayer sin demasiados entusiasmos y sin excesivas ilusiones. La acción combinada del Instituto Nacional del Libro Español, y de la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Madrid está logrando, con perseverancia digna de mejor causa, que esa habitual cita de los madrileños con los libros se celebre, año tras año, en condiciones peores.La experiencia de anteriores certámenes había demostrado ya suficientemente que los actuales planteamientos de la Feria, con la yuxtaposición en desorden de casetas ocupadas por editoriales, vendedores a plazos, distribuidores y librerías generales, la convierten en un laberíntico bazar que desorienta a los visitantes, aburre a los curiosos e impide una visión de conjunto de la producción editorial según campos especializados. Ese desanimador batiburrillo resulta, además, incompleto, ya que el Ayuntamiento, arrendador de un espacio artificialmente restringido dentro del parque del Retiro, obliga a que un buen número de firmas - este año más de setenta- no pueda acudir a la Feria por falta de casetas. La resistencia del Ayuntamiento madrileño a ampliar el recinto de la Feria dentro del Retiro, actitud que contrasta vivamente con su disposición a cortar calles al tráfico rodado para convertirlas en velódromos los domingos por la mañana, se agrava por la ausencia de instalaciones y servicios indispensables en lugares abiertos a los que acuden miles y miles de visitantes.
A las deficiencias de convocatorias anteriores se ha unido este año, por lo demás, el retraso de la apertura de la Feria, que solía inaugurarse a finales de mayo o comienzos de junio. Queda así roto el nexo con las fiestas de San Isidro, pero tal vez se consiga en cambio que los visitantes de la Feria, sangrados por el impuesto sobre la renta, metidos en la cuesta del fin de mes y preocupados por los gastos de las próximas vacaciones, se lo piensen dos veces antes de darse una vuelta por el Retiro y cuenten hasta diez antes de adquirir un libro.
El reciente cambio en la dirección del Instituto Nacional del Libro hace albergar la esperanza de que ese organismo, dependiente del Ministerio de Cultura, realice un balance a fondo de sus errores y no se empecine en perpetuarlos. Tal vez fuera conveniente reservar el carácter de nacional a una Feria compuesta exclusivamente por editores, que se celebrara -en Madrid o en Barcelona- con características semejantes a las de Francfórt y que se propusiera informar a los libreros españoles y latinoamericanos y al público en general de los programas editoriales futuros, excluyendo la venta directa (con o sin descuentos). En tal supuesto, serían los ayuntamientos, con el patrocinio del Ministerio de Cultura, los encargados de facilitar, dentro de cada ciudad, a los gremios profesionales de editores, distribuidores, libreros y placistas la organización de las ferias, ajustadas a las pautas tradicionales de venta directa y localización en lugares céntricos. En el caso de Madrid, resultaría muy lamentable la desaparición de la habitual feria de primavera, llámese municipal o nacional, o su paulatino e irreversible deterioro. Pero nuestro Ayuntamiento, cuyos aciertos en otros terrenos se hallan oscurecidos por sus errores en este campo, debe plantearse muy en serio la rectificación de actitudes y planteamientos, en ocasiones dominados por confusas ideas de su Delegación de Cultura en torno al contenido y a la difusión de la cultura del libro.
La Feria necesita un espacio más amplio dentro del parque del Retiro, que es su emplazamiento ideal, o en algún otro lugar céntrico y accesible, si el cambio resultara inevitable, a fin de que puedan concurrir todos los editores y libreros que lo deseen. Se precisan también servicios complementarios para que el paseo por el recinto no se convierta en una marcha por el desierto o no tenga que ser interrumpido por necesidades perentorias. Las actuales casetas son muy deficientes en todos los órdenes y escasamente funcionales para la exhibición de libros. Las tradicionales fechas de finales de mayo y principios de junio siguen siendo las más adecuadas para esa cita de los lectores con los libros. Alguna fórmula habrá que arbitrar también para ordenar la Feria y organizarla por sectores. Los vendedores de obras a plazos podrían ocupar un área propia, al igual que los editores que deseen exponer el conjunto de su catálogo y los distribuidores de las pequeñas editoriales que carecen de departamento comercial. Y no parece descabellado que se encomiende a los libreros, por sorteo o por concurso, la tarea de montar casetas especializadas que permitan a los visitantes encontrar, agrupados por materias, los títulos desperdigados en los catálogos de cientos de editoriales.
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