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Las muchachas rojas

Y las muchachas rojas ¿qué se hicieron? Aquellas que aprendieron nuestros nombres, ésas -ay- no volverán. Aquellas que nos enseñaron los nombres de la revolución, de la emigración, del exilio, en sus posters del Ché, de Azaña, o de Machado.

Muchachas rojas de la resistencia tardofranquista y la izquierda recreativa, de la clandestinidad, muchachas que hacían el amor como la guerra, o a la inversa. Pienso, a ojo de mal cubero, que todas se han casado, tienen hijos, llevan su soltería por las bibliotecas feministas o ejercen judicatura en algún pueblo pirenaico. Hoy, las han su cedido estas chicas pasotas, acratillas, que se lo hacen de otra manera, que pasan de política, que están ya, ahora mismo, con el top/less , en todas las piscinas de Madrid, con los senos ingenuos y latientes bajo el sol nacional de la periferia, como ánimas jóvenes de un purgatorio trimestral. Y llegadas las elecciones ¿qué será? ¿Van las muchachas rojas de ayer, nuestras madrinas de guerra ideológica, a votar a los ángeles custodios de clubes, asociaciones fundaciones, a los Garrigues, Tamames o Morodos? ¿Para quién será el voto, me pregunto, de las muchachas rojas, de sus chorvos de hoy, maridos, tíos, de sus troncos legales: callado fondo sociológico de España, bosque sobrio y leído, gente que se ha autopasado a la reserva, pero que tiene un córazón militante, transicional, democrático, libre, bajo el percal de provincias o el dril marazul-mahón del paro? Los partidos no tienen militancia, estas niñas de hoy van a otro rollo, pero cuando hay elecciones, votaciones, aparte la abstención atípica, que es la neumonella electorall- toda esa gente vota libertad.

Y las muchachas rojas ¿,qué se hicieron? Sus hermanas pequeñas están en el afgano, ahí en lo duro, *troncos, cuando un adolescente vomita su juventud bajo el arco del alba, Luis Antonio de Villena me envía sus versos paganos, me desea «pagano». Todos paganos, poeta, por el hecho de estar vivos. No hay otro paganismo que la vida. El muerto hace mal su oficio de pagano. Luis Alberto de Cuenca, barrio de Salamanca, jóvenes poetas vie jos, esnifar algo, las acratillas de hoy son otra cosa, pero aquellas que aprendieron nuestros nombres, ésas, ay, no volverán. Por eso los partidos, por eso la política sin élitismo, por eso dudo yo de la aviación humana de los pequeños príncipes que quieren sobrevolar la democracia por tenernos a todos protegidos. Saint-Exupery, ya se ha sabido, cayó cazado por un caza nazi. Cuidado con los nazis y los cazas, cuidado con las aventuras solitarias y el viaje, con o sin Céline, al fin, de la noche. Cada muchacha roja, o progre -qué palabra-, o socialista, era el germen, la flor de una familia llegadera, y esa familia, hoy, vota, o cuando toque, y vo tarán partidos, nuevos o viejos, que la progre lleva a votar al marido como la católica lleva el suyo a mi sa. Para ese personal hay que hacer la campaña, para esa España que se ha multiplicado en familias que van al apeádero a recoger EL PAIS recién llegado, y que quieren proyectos colectivos, sugestivos, y no acaban de entender, tan a lo lejos, la fiesta madrileña de las nue vas ideas, la nueva izquierda (tan esperanzadora, de otra parte), el cóctel de entre dos luces donde be llos y solitarios ángeles custodios con alas de poliuretano trilateral hablan generalmente de ayudar, complementar, elucidar, denun ciar mascarones de proa sin la na ve detrás. Dejemos este país a su caer, no mareemos.

Las que vendían exvotos laicos, rifaban libertad, convocaban y desconvocaban clandestinidades, son las que han hecho una familia diferente, quienes están cambiando desde dentro la sociedad española, quienes van a votar más democracia. Hoy, viendo en un fragor de piscinas a las del seno leve y liberado, pienso en las otras, ellas, con un belcor de hierro en los sesenta. Las muchachas ex rojas son ya España.

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