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Reportaje:

150 años hace que nació el "cantaor" Franconetti

Fue el primer maestro del "cante" flamenco no gitano

Siglo y medio hace que nació Silverio Franconetti, una de las cuatro o seis figuras fundamentales del arte flamenco, cuya Edad de Oro dominó. Le decían de Morón, pero había nacido en Sevilla, el 10 de junio de 1831, siendo sus padres el italiano Nicolás Franconetti, jefe de Guardias Walonas, y su madre doña María de la Concepción Aguilar. Lo de Morón se debe a que Silverio pasó allí su infancia y mucha gente le creía nacido en tal lugar; en Morón estudió las primeras letras y aprendió el oficio de sastre con un hermano mayor, que tenía tienda abierta como tal. Y en Morón aprendió a cantar frecuentando a los gitanos, a pesar de la fuerte oposición paterna.

Se dan en Silverio algunas circunstancias nuevas que lo marcan desde su origen. Es el primer gran maestro del cante flamenco no gitano, aunque aprendiera el cante de los gitanos; y presumiblemente su vida fue confortable desde el principio, a juzgar por los datos familiares que conocemos. Es, pues, un personaje «distinto» en el ámbito flamenco de la época, y esto habría de reflejarse en su cante: no sólo reelaboraría los géneros, dulcificándolos, haciéndolos más asequibles a auditorios mayores, sino que además profesionalizaría al artista, contratándolo para actuar en los cafés cantantes que él contribuiría de forma decisiva a crear.Hacia sus veinticinco años de edad marchó a Montevideo. Regresó en 1864, al parecer con buenos dineros, pues apenas hubo puesto pie en tierra en Cádiz se metió en juerga, y él era quien pagaba. Traía la barba corrida y el aspecto de indiano rico, por lo que nadie lo reconoció al regreso. Y aquí quiere la leyenda -¿o quizá la historia?- que, ya de madrugada, pidiera al maestro Patiño le acompañara nada menos que por siguiriyas gitanas. Los flamencos le miraron con guasa, no faltó algún conato de burla, pero quien paga, paga... Y cuando la voz portentosa -la del grito terrible, que diría García Lorca- rompió a cantar todos se quedaron mudos. Era una siguiriya que él había hecho famosa antes de marchar: «La malina lengua / que de mí murmura, / yo la cogiera por en medio, en medio,/ la dejara muda».

Entonces lo reconocieron. Nadie podía cantar así más que el señor Silverio. El «señor» Silverio. Porque ya antes de ir a América: se había ganado ese tratamiento, que entre la grey flamenca tiene un muy especial significado, pues, como muy bien dice G. Climent, «no surge de un diseño formulístico, sino de una intuición completa de la personalidad del cantaor, de una visión in concreto. De esta manera, el "don" o el "señor" operan como un reflejo de su tronío personal ... ».

«En el momento en que surge Silverio», nos dice Pepe de la Matrona, «el flamenco no se conocía nada más que entre los gitanos y en los suburbios. Pocos castellanos lo gustaban, y para escucharlo tenían que ir donde estaban ellos ... ». Fue, efectivamente, una revolución la que Silverio llevó a cabo sobre el cante flamenco, que hasta él había permanecido realmente vinculado con exclusividad a los estrechos límites de los ambientes gitanos, y aun dentro de éstos probablemente con carácter minoritario. Molina y Mairena señalan cómo Silverio se dio cuenta de que para hacer el cante asequible a las masas no había más camino que ponerlo a su alcance, y para eso injertarlo en los géneros populares de la época: la canción regional andaluza.

Fue el primer cantaor enciclopédico de la historia del arte flamenco. «El único cantaor que todo, absolutamente todo, lo cantó extraordinariamente bien», como escribió Fernando de Triana, quien calificaba la voz de Silverio como «afillá, ronca, pero dulce como la miel de la Alcarria».

Dolor supremo

Como siguiriyero parece que rompió moldes. Todos los moldes. El cante que el hombre elegía siempre para sus momentos de dolor supremo. Se recuerda una célebre copla que improvisó yendo camino de San Fernando, al pasar ante el cementerio y acordarse de que allí estaba enterrado Enrique Ortega, su amigo entrañable y también gran cantaor; mandó parar el coche y allí mismo cantó a palo seco: «Por Puerta de Tierra / yo no quiero pasar. / Me acuerdo de mi amigo Enrique / y me echo a llorar». Y Fernando.Quiñones nos cuenta que cuando se le murió un hijo, al día siguiente recibió la visita de un amigo a cuyas palabras de ánimo replicó el cantaor: «Fíjate cómo estaré que me he pasao la noche por ahí solo cantando siguiriyas ... ».«La idea dominante de Silverio ha sido la de abrir al cante gitano nuevos horizontes», escribía ya Machado y Alvarez, Demófilo. Y así fue como se lanzó a la aventura de los cafés cantantes, que existían ya antes, pero a los que él dio una singular relevancia. Primero se asoció con Manuel, El Burrero, para fundar un café que pronto se hizo popular en Sevilla, pero los distintos criterios comerciales de los socios llevaron a la ruptura; mientras El Burrero anteponía el elemento crematístico a todo, no importándole la dignidad artística, Silverio tenía ideas muy concretas acerca de esto y no quiso hacer concesiones. Así que la sociedad se disolvió y Silverio estableció su propio café, el histórico Café de Silverio, «por donde desfilaron las máximas figuras del cante, empezando por el propietario», en la calle del Rosario.

Fue trascendental la influencia de Silverio y de su café de la calle del Rosario en el futuro del arte flamenco. El cantaor y la bailaora se convirtieron en artistas profesionales, que actuaban a hora fija y cobraban por ello un estipendio. Llevó el flamenco a salones públicos y esto fue decisivo para que el arte ampliara sus horizontes. Pero los peligros implícitos eran obvios, y Demófilo los vio ya en el mismo momento en que nació aquel establecimiento, cuando escribió: «Los cafés matarán por completo el arte gitano en no lejano plazo, no obstante los gigantescos esfuerzos hechos por el cantaor de Sevilla para sacarlo de la oscura esfera en donde vivía y de donde no debió salir fuera si aspiraba a conservarse puro y genuino».

El problema era cierto, como los hechos no tardaron en demostrar, pero pienso que de no haber realizado Silverio el cambio otro lo hubiera hecho sin mucho tardar. Porque el arte flamenco había llegado ya a un grado de evolución en que no podía quedarse reducido a las capillas gitanas, so pena de fosilizarse irremediablemente.

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