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Irán-Irak, una guerra olvidada que ya ha cumplido ocho meses sin vencedores ni vencidos

La guerra irano-iraquí se adentra en su octavo mes con un perfil todavía mucho más borroso que aquél con el que se inició, en septiembre de 1980. A grandes rasgos, nada permite suponer que alguno de los dos rivales haya satisfecho siquiera un objetivo mínimo, militar o político, capaz de hacer explicable una guerra en la que el desgaste mutuo se convierte en el único rasgo relevante. Treinta y cinco mil soldados de ambos ejércitos y unos 5.000 civiles han muerto en los campos de batalla o bajo los bombardeos de ciudades; más de 100.000 personas han sido heridas y dos millones de iraníes e iraquíes han perdido sus hogares y se hallan en campos de refugiados.

A las pérdidas en vidas humanas y al éxodo de la población civil en las áreas de combate, entre Qasr-e-Shirin y Jorramshar, un frente de más de setecientos kilómetros, desde el extremo septentrional al meridional de la riquísima región petrolera del Juzestán, hay que añadir las repercusiones de la guerra en los aparatos productivos de Irán e Irak y, sobre todo, en los circuitos de comercialización del petróleo, fuente sobre la que se basa prioritariamente la vida económica de los dos países.Aunque los Gobiernos de Bagdad y Teherán se hubieran propuesto mantener sus compromisos exportadores con los países receptores de su petróleo, ninguno de ellos ha podido lograrlo. Los oleoductos y las plantas de distribución del crudo sufrieron grandemente en la primera fase de la guerra, si bien es preciso decir que los dos contendientes observaron una especie de acuerdo tácito para golpear, pero no destruir, su más importante fuente de riqueza. Junto con una decena de corresponsales extranjeros, este periodista pudo contemplar la refinería de Abadán, el pasado mes de octubre, prácticamente intacta pese a los anuncios continuados de ataques de la aviación enemiga, versión que otros corresponsales que cubrieron la guerra desde las trincheras iraquíes pudieron avalar sobre las grandes refinerías de aquel país.

Pese a ello, la guerra ha costado a Teherán y a Bagdad unos 8.000 millones de pesetas y ha dejado las arcas estatales respectivas gravemente dañadas. La frenética carrera de los estados mayores iraníes e iraquíes para dotarse de suministros militares en el extranjero, a través de sinuosos circuitos e intermediarios para eludir el alineamiento con las dos superpotencias, y donde potencias medias como Francia, Japón, India e italia, así como otras, del tipo de Grecia, Suiza y Pakistán, tienen bastante que decir, ha dañado todavía más los deteriorados fondos de divisas de ambos contendientes, colocando sus reservas en límites alarmantes.

Desde un punto de vista estrictamente militar, ningún enclave iraní de importancia, a excepción de Jorramshar, ha permanecido en manos de Irak durante un tiempo especialmente dilatado, pese a que, hasta el momento, la iniciativa ofensiva ha corrido de su parte. Jorramshar, en el corazón del Chatt el Arab, ocupado por Irak, permanece cercado por las tropas iraníes y no puede considerarse una posición estable. La ofensiva sobre Abadán tampoco ha logrado consolidarse y los observadores militares entienden que, o bien el estado mayor iraquí despliega ahora mismo una acometida rotunda sobre el más importante enclave petrolero iraní, o el general verano, que en el Juzestán se enseñorea con sesenta grados centígrados, desde junio a septiembre, en esta zona se encargará de impedir esta iniciativa hasta el otoño.

Los frentes de Meliran, Dezflul y Susangerd, donde algunas posiciones han cambiado de manos al menos siete veces desde el comienzo de la guerra, no permiten asegurar que se hayan registrado penetraciones con valor estratégico, y los ataques aéreos sobre Jermans hah, por parte de la fuerza aérea iraquí, tampoco han conseguido efectos espectaculares sobre el curso de la guerra. En ningún momento las fuerzas armadas de Irán parecen haberse planteado la irrupción en territorio de Irak, no sólo a consecuencia de la presión militar de su rival, sino porque tal propósito parece quedar fuera de los objetivos del régimen islámico de Teherán.

Otra cosa son los efectos políticos de la guerra, puertas adentro de los dos regímenes. La oleada de ataques que sufre el presidente iraní, Abolhassan Banisadr, por parte de sus acérrimos enemigos, los fundamentalistas islámicos que capitanea el ayatollah Bejesti, podría acabar con su estrepitosa caída del poder si Irak se apunta una victoria militar resonante, coino podría ser la toma de Abadán.

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Paralelamente, Banisadr ha pivotado con astucia sobre las fuerzas armadas para guarecerse de los ataques de los fundamentalistas; pero en las filas del Ejército iraní, que él capitanea formalmente, la figura de Banisadr parece haberse convertido en un ariete coyuntural a emplear contra los integristas, para luego despegarse del presidente y plasmar un proyecto político muy distanciado del que se encuentra en las principales cabezas de la revolución islámica.

A Saddam Hussein, la situación de tablas en la que se encuentra la guerra tampoco le favorece en nada. No ha podido infligir ninguna derrota relevante a Jomeini, ni ha conseguido sublevar a los árabes del Juzestán contra el régimen islámico, mientras la oposición chiita en el interior de Irak parece haber llegado a una alianza estable con los kurdos, cada vez más agresiva, orientada a derrocarle.

El estancamiento en el que se halla la guerra es tal que algunos observadores no descartan la posibilidad de que el pragmatismo de Bagdad y Teherán les lleve a acelerar una paz mutuamente conveniente en un plazo relativamente breve. Otros analistas, por el contrario, aseguran que este compás de espera, manifiesto en la parálisis bélica, obedece al deseo de Teherán de comenzar ahora a movilizar gran parte de su intocado arsenal militar, sobre todo en la aviación, procedente del aprovisionamiento norteamericano al Ejército imperial del difunto sha Reza Pahlevi. Los recientes y duros bombardeos del polígono H 3 iraquí, en el límite entre Irak y Jordania, todavía no aclarados en todos sus detalles, llevan a los observadores a considerar que la aviación iraní inaugura ahora una contraofensiva real.

Desde un punto de vista internacional, el alineamiento entre Damasco y Teherán puede quedar roto o debilitado a partir de ahora, de prosperar las hostilidades entre Siria e Israel, a propósito de la cuestión libanesa. Bagdad se ha apresurado a ofrecer su apoyo militar a Assad en caso de confrontación sirio-israelí, y las autoridades de Damasco no verían mal esta ayuda, de gran importancia estratégica, que con certeza contribuiría a limar las diferencias entre los dos regímenes baasistas de la región.

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