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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Europa en Madrid

LA ÚLTIMA guerra de europeos contra europeos terminó en 1945, los últimos tratados de paz se firmaron hace apenas treinta años. Y sólo una mera abstracción política nos hace relegar el hecho de que países intrínsecamente europeos están separados hoy mismo por dos pactos militares adversarios entre sí y por algo todavía muy sólido que se llamó telón de acero. Todos los siglos anteriores, desde el principio de los tiempos, son una sucesión. de matanzas, invasiones, hostilidades de todas clases y defensa de las diferencias. La idea del europeismo es todavía muy frágil, casi enteramente infantil. Ronda a las vanguardias intelectuales desde, por lo menos, el siglo XIX y, como muchas de las ideas innovadoras y con posibilidades positivas, trata de institucionalizarse cuando ya ha perdido muchas de sus posibilidades. Europa ya no es hoy el conjunto de máximos que definía Paul Valéry (de necesidades, de trabajo, de capital, de rendimiento, de ambición, de potencia, de modificación de la naturaleza exterior, de relaciones y de cambios); han surgido potencias exteriores que la sobrepasan y, al mismo tiempo, movimientos interiores que no sólo tienden al retraso de la internacionalización, sino incluso a la fragmentación nacionalista.Todo ello indica que el esfuerzo por lograr algo que se asemeje a una idea de Europa tiene que ser mayor, pero no que haya que abandonarlo. Las reuniones que se están celebrando en Madrid entre una comisión del Parlamento Europeo y otra de las Cortes españolas requieren el esfuerzo máximo de España para la integración en dos sentidos: la ruptura de su propio aislamiento, por una parte, y la perfección e impulso del Parlamento Europeo y del europeísmo en general, por otra. En España, el sentimiento del europeísmo general ha formado parte de una eterna y secular guerra civil, fría o caliente, larvada o expresada. Una parte de la población ha entendido siempre que en el conjunto europeo se producían unas ideas y unas modificaciones de la sociedad más adecuadas y más benéficas para el conjunto de las poblaciones, y que al amparo de esas ideas -cultura, enseñanza, igualdades de derechos- se entraba en un reparto de riqueza y pobreza, en una acumulación de beneficios técnicos, científicos y económicos, a los que había que adscribirse; mientras otra parte de la población consideraba a España como una finca privada a la que defendían, junto a alambradas y escopetas, ideologías tradicionales, de sociedad en forma de pirámide y de verdades qué no necesitaban contraste con la realidad. Si la institucionalización del europeísmo ha llegado tarde y mal en el conjunto del continente, la de la suma a Europa ha llegado aún más tarde, y peor en España. En estos mismos días -meses, años- vemos cómo el complejo de valores que representa -al que damos el nombre común de democracia- está siendo combatido con toda clase de armas, legales e ilegales. Hasta el punto de que la reunión de Madrid tiene también el carácter de repulsa a los acontecimientos antiparlamentarios y antieuropeos del 23 de febrero y a su continuación visible e invisible.

En éstos momentos, el tema está repleto de asperezas y dificultades. La incorporación técnica -económica- de España a la Comunidad es, como se sabe, complicada, por nuestra propia estructura, heredada de cuarenta años diferenciales, y por la colección de disputas sectoriales y nacionales del propio mercado. Hay también, desde el punto de vista político, diferencias considerables en la concepción del occidentalismo. Pero caben muy pocas dudas de que la opción europea, con todo lo que representa, es una baza imprescindible para España y una de las cosas que la separan de lo que podría ser una caída en el Tercer Mundo, de cuyo abismo estamos peligrosamente próximos. Es una forma también de asentar los principios doctrinales, humanistas y filosóficos de la ideología democrática. La vía del Parlamento Europeo, precisamente por su condición de Parlamento compuesto por diputados elegidos en cada país por sufragio universal, y en representación de unos partidos políticos cuyos conceptos de la vida, sin perder de vista las peculiaridades de cada país, tienen un ideario común en Europa, es una ocasión importante. Los parlamentarios españoles que participan en esta comisión mixta y el ministro de Asuntos Exteriores, que asiste a ella, harán bien -y ese es, sin duda, su estado de ánimo- en profundizar en todo aquello que conduzca a la más rápida y más posible incorporación de España al contexto europeo, al que, por espíritu y realidad, ya pertenece y, legal y jurídicamente, debe pertenecer cuanto antes.

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