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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Que no nos falte la ilusión

Hay veces que uno se detiene a pensar cuál es el maleficio funesto al que este país parece estar históricamente condenado, cual pudiera ser, remontándonos en el tiempo hacia atrás, el hecho pecaminoso por el que las fuerzas del destino le han castigado a no levantar cabeza desde tiempos inmemoriables, no reflejado en los índices de los manuales o de las enciclopedias, pero probablemente lo suficientemente grave como para arrojamos a la irracionalidad más oscura, ya que de otro modo no encuentro respuesta para una explicación razonada o racional con la cual pueda entender cómo un país deseoso de futuro haya sido, sea, maltratado, vilipendiado, zarandeado, por un destino, canalla a veces, sumiéndole en el más absoluto desgobierno, en la más histriónica de las historias, aunque, a la vez, amarga, incluso grotesca, rozando el ridículo. Valle-Inclán decía que España era una deformación grotesca de la civilización europea, y no pienso que estuviera muy desencaminado al hacer tal afirmación esperpéntica. simplemente fue un eslabón más de esa cadena de hombres célebres que la generosidad imaginativa y genial de lo español ha dado, uno más junto a Cervantes, Quevedo, Goya, Unamuno, Machado, etcétera..., por citar algunos de los más populares, que con gran profundidad de análisis descubrieron la verdadera realidad de España, y, lo que es más triste, hoy, en 1981, no creo que variaran mucho sus opiniones.Me duele, en mi condición de español, ver cómo después de 2.000 o 3.000 años de historia este país no ha evolucionado, y no es porque hayamos estado escasos de hombres y gentes que lo han intentado con toda su alma. Este país sigue teniendo tentaciones decimonónicas, llevadas a cabo por hombres de espíritu vil, estancados en el tiempo, tristemente saturados de odio y sinrazón; hombres que deshonran a España, a esa España de paz y progreso que tantos, tantísimos, deseamos; hombres que se autocalifican como portadores de los valores patrios, y que, como bien dijo Machado en su Juan de Mairena, en los trances más duros la invocan y la venden, siendo el pueblo el que la compra con su sangre y no la mienta siquiera. Pero me duele más aún escuchar a personas sencillas, que no tienen nada que ganar y sí mucho que perder, afirmaciones en favor de la irracionalidad pistolera y en contra de la libertad, que tanto trabajo nos está costando conseguir; probablemente, afirmaciones fundamentadas en esa especie de desesperanza que se respira últimamente en el ambíente. desesperanza en cierta manera comprensible, pero en ningún caso justificable, ya que no debemos dejarnos atrapar por la desidia y el abandono a la hora de construir la sociedad que durante siglos las voces de progreso, como un solo grito, han reclamado de una vez por todas para este país. Esta es una de tantas oportunidades históricas de dar el definitivo portazo a la oscuridad, a la negrura ideológica, a la sinrazón vengativa que nos ha gobernado. Hay que enterrar definitivamente el despotismo, el silencio y las pistolas, contestar a cada acto criminal contra la libertad y el bienestar con una actitud más firme de voluntad democrática, pero no sólo en manifestaciones, millonarias o declaraciones coyunturales, sino que día a día, rebosando comprensión y amor hacia los demás, reclamando justicia cuando haya que hacerlo, porque la construcción diaria de una democracia no consiste en poner la mejilla, liarse la manta a la cabeza y ¡ahí me las den todas! ¡No! La democracia se tiene que basar en la discusión abierta y la crítica constante, para que las instituciones y el pueblo no nos anquilosemos, cayendo por ello en el inmovilismo y la degeneración democrática hacia la demago

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