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RELIGION

El Papa anima a Bárbara Engl, la joven alemana que le criticó en Munich

Los alemanes acaban de enterarse que sólo cuestiones organizativas impidieron al Papa, muy a su pesar, entrar en diálogo con Bárbara Engl, la joven alemana que no se mordió la lengua cuando Juan Pablo II visitó Munich. Como se recordará, la intervención de Bárbara Engl provocó una riada de condenas jerárquicas. Hasta el nuncio en España criticaba, recién llegado, «la falta de responsabilidad de quien ha empeñado una palabra y no la respeta». Las crónicas de aquel viaje del Papa a la RFA hablaban de que Bárbara Engl habla alterado el discurso previamente negociado y había puesto al ilustre visitante en un aprieto.

El periódico alemán Süddeutsche Zeitung ha reconstruido entre tanto los hechos. Parece cierto que el cardenal de Munich, Joseph Ratzinger, conocía el texto con las correcciones introducidas con el acuerdo de la subcomisión correspondiente; seguro es igualmente que Ratzinger sólo añadió un par de correcciones secundarias, dando por bueno el texto, aunque no lo considerara muy feliz. Un funcionario de la Conferencia Episcopal eliminó por su cuenta y riesgo diecisiete líneas del texto, lo que contribuyó a pensar que la representante de los jóvenes se había inventado el resto.Cuando Bárbara Engl pronunció su discurso estaba segura de obrar conforme a todo el reglamento, incluso al transmitir a Juan Pablo II «la impresión de muchos jóvenes que ven a la Iglesia de la República Occidental anclada miedosamente en las relaciones existentes», y que esa misma Iglesia, «en temas de amistad y sexualidad, reacciona con excesivas prohibiciones». El Papa agotado, y «como si estuviera rezando el rosario», no reaccionó. Sólo poco después supo que esperaban de él una respuesta, pero ya era demasiado tarde. Los alemanes, que habían planeado todo minuciosamente desde Bonn, habían calculado un espacio para la «conocida espontaneidad» del Papa polaco en Munich, pero éste no se entero la espontaneidad programada.

Muy a su pesar, la asistenta social de veintinueve años se encontró en todas las lenguas de la información. Para el citado periódico alemán, lo más significativo ha sido el abanico de reacciones que este hecho, fruto de un malentendido, ha puesto de manifiesto. En primer lugar, el talante de una jerarquía alemana que, conociendo al dedillo el tema, dejó indefensa a la joven Engl. Muchos prelados, por el contrario, aprovecharon el incidente para saldar sus cuentas con la juventud: el portavoz de la diócesis muniquesa hablaba de que la joven «había jugado sucio».

La opinión pública alemana ha podido conocer hace unos días en qué sentido Juan Pablo II ha entendido todo aquel revuelo. Su punto de vista queda recogido en una carta del cardenal Casarolli, dirigida al obispo auxiliar de Munich. Aquí no se habla de desfachatez ni de desvergüenza; se dice más bien que el Papa valora el diálogo franco y las cuestiones críticas de la juventud. Sólo un despiste de los organizadores impidió que las preguntas planteadas por Bárbara Engl tuvieran sobre el terreno su respuesta dialogante. La carta que ha alegrado a los jóvenes, ha puesto en un aprieto «a quienes se empeñan en llevar la pesada carga de ser más papistas que el Papa», concluye el diario alemán.

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