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Reportaje:Suráfrica: una nación surgida de un naufragio / 3

La mayoría de los negros sólo cree en la violencia

Desde el final de la segunda guerra mundial, en que el Partido Nacional llegó al poder en Pretoria, hasta nuestros días, Suráfrica ha vivido concentrada en sí misma primero, rechazada por la comunidad internacional luego y convencida hoy de que existe un «asalto total y global» de inspiración comunista contra ella. Un enviado especial de EL PAIS visitó recientemente Suráfrica.

«Por sus riquezas minerales, su posición estratégica y su capacidad de producir alimentos», afirmaba en 1977 un libro blanco sobre defensa elaborado por el ministro del ramo, general Magnus Malan, «el comunismo se ha lanzado al asalto final de Suráfrica. Pero el comunismo se ve objetivamente apoyado por los países occidentales, que ven corno única forma de preservar sus intereses en Africa la necesidad de llevar al poder en Pretoria a un Gobierno negro que les sea favorable».La elección del presidente Ronald Reagan a la Casa Blanca ha constituido un evidente alivio para el primer ministro, P. W. Botha, y su Gobierno ha reevaluado rápidamente la situación. Las elecciones anticipadas del pasado día 29 de abril se situaron probablemente en ese contexto.

El plan de doce puntos que fue la base de la campaña del Partido Nacional ganador rompe abiertamente con la rigidez del sistema de segregación racial implantado por Verwoerd. En cualquier caso contiene los elementos básicos alrededor de los cuales articula el plan, que piensa, ha de servirle, con la ayuda de Reagan y Thatcher, para integrar gradualmente a Suráfrica en la comunidad internacional.

Consejo Presidencial, independencia política y consolidación geográfica de los bantustanes y eliminación de los aspectos más «irritantes e innecesarios» del apartheid son los tres elementos con que se pretende contentar a todas las razas de Suráfrica.

El Consejo Presidencial, innovación constitucional que añadirá al presidente, siempre un blanco, un consejo consultivo integrado por mestizos e indios, considerados objetivamente aliados de los blancos, se completaría con un Parlamento tricameral, blanco, mestizo e indio, que le daría a estas dos comunidades, por primera vez en la historia dé Suráfrica, la posibilidad de votar, un voto cualificado, no obstante.

Con la independencia de los bantustanes y la consolidación geográfica de los mismos se trata de forzar y sancionar institucionalmente la diferenciación étnica y tribal de los negros, que viven en la periferia del mundo blanco. Será, según P. W. Botha, una independencia política dentro de una interdependencia económica de todos los Estados de Suráfrica.

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Por último, la eliminación de los aspectos «irritantes e innecesarios» del apartheid intenta contentar a los cerca de ocho millones de negros urbanizados que viven en los town-ships de las grandes ciudades industriales y mineras blancas, mejor cualificados e imprescindibles para que opere convenientemente la ley de la oferta y la demanda en el mercado del trabajo.

La ventaja de este designio multífacético, elaborado exclusívamente por el Partido Nacional, es que sólo cuenta con el respaldo de sus promotores. Los veinte millones de negros, moderados o radicales, lo rechazan unánimemente. La extrema derecha blanca lo considera el comienzo del fin, del fin del apartheid. La izquierda liberal lo combate porque entiende que viene con tres o cuatro estrategias de retraso para lo que la situación actual exige.

Para el Partido Progresista Federal, claramente apoyado por los surafricanos de habla inglesa y el gran capital industrial, la solución del futuro de Suráfrica ha de ser elaborada conjuntamente por blancos y negros en una convención nacional a la que puedan asistir todos los grupos o partidos verdaderamente representativos, incluidos los ahora proscritos Congreso Nacional Africano, Congreso Popular Africano, Organización Popular de Azania, más el Comité de los Diez de Soweto, que preside el doctor Nthato Motlana, y, desde luego, el Movinúento Cultural y Nacional, INKATA, del poderoso jefe zulú Gaisha Buthelezi.

Uno de los guetos más importantes de Suráfrica, decía el obispo Desmond Tutu a EL PAIS, es el de la indiferencia total del blancopor el negro.

Pero los negros, aunque nadie les consulte, tienen una visión del futuro. El doctor Nthato Motiana, presidente del Comité de los Diez de Soweto, explicaba así la suya a EL PAIS: «Lo único que queda a los negros para resolver el problema de Suráfrica es la violencia. Los blancos no van a cambiar nada por sí mismos. Y esto lo digo con profundo pesar. Este país no tiene solución política; militar, probablemente, tampoco. Todos sufrirán mucho y las personas como yo volveremos a la cárcel. Por otra parte, los blancos sólo están preocupados con su seguridad y protección de su identidad. En este terreno no podemos prometerles nada especial. No cabe duda de que Africa es un continente negro y que, al fin y al cabo, este país fue conquistado y colonizado por los blancos. La única protección que veo para los blancos, igual que para los negros, es la promulgación de una carta de derechos».

«Nuestra única esperanza a largo plazo es ese enorme potencial que puede representar la fuerza de trabajo negra. Dentro de quince o veinte años, los blancos estarán todos en la Administración, el Ejército, la policía, la seguridad y los cargos superiores. Pero los obreros serán todos negros. El problema es saber si habrá tiempo para alcanzar ese día».

Una buena parte de la intelligentsia blanca surafricana comparte la creencia de los negros de q u.e el Gobierno no se encamina hacia reformas sustanciales del apartheid. David Willers, un estudioso liberal de la South African Foundation, que financia el poderoso industrial Harry Oppenheimer, ve de esta manera descarnada el futuro: «La situación internacional favorece la rigidez de las posturas de Suráfrica».

«Sin embargo, los militares surafricanos consideran que estamos ante una situación prerrevolucionaria y piensan que la revolución no se vence con las armas, sino eliminando las causas que la originan; es decir, introduciendo reformas económicas y sociales. Por eso, el primer ministro tratará de involucrar cada vez más a los negros en el circuito productivo, les garantizarán una mayor movilidad, que los industriales exigen, y tratará de crear una aristocracia obrera. Esa burguesía obrera será atraída por el Gobierno, si es que éste no se la enajena con una represión innecesaria. Pero si por casualidad se llega al enfrentamiento, el Gobierno lo reprimirá duramente y los negros sufrirán mucho más».

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