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El miedo, gran ausente tras el atentado contra el Papa

Juan Arias

El hecho innegable de que el atroz atentado al papa Juan Pablo II en la plaza de San Pedro ha descompuesto menos a Italia que al extranjero está siendo objeto de análisis por parte no sólo de observadores políticos, sino también de diplomáticos, de sociólogos y hasta de psicoanalistas. Los primeros enviados especiales que llegaron a la capital, horas después del atentado, esperaban encontrar a Italia de rodillas, temblando, movilizada en sus calles y plazas, desorientada y descompuesta. Y se asombraron de que no fuera así. Hubo, por ejemplo, mucho menos miedo que cuando fue secuestrado Aldo Moro y asesinada su escolta. Aquella mañana la gente sí salió espontáneamente a la calle con banderas y pancartas. Todo el país se hacía una sola pregunta: «¿Ahora qué va a pasar?»Tras el atentado a Juan Pablo II ha sido distinto. La condena fue unánime, se le llegó a llamar sacrilegio, hubo indignación y rabia. Mucha gente lloró ante la imagen de un papa con su túnica blanca ensangrentada. Pero no hubo miedo político y la vida continuó normalmente. Aquella noche no hubo, como había previsto la policía, ninguna manifestación espontánea ante la basílica de San Pedro. La plaza estuvo toda la noche desierta. Y quien pensó que la respuesta masiva al vil atentado iba a reflejarse en el resultado de los referendos sobre el aborto, también se equivocó. Eso fue lo que hizo decir a los principales líderes progresistas del país que había vencido «la razón sobre el fanatismo».

La explicación que están dando los observadores a este fenómeno, una Italia que no ha temblado ante un Papa que estuvo a punto de ser asesinado por el terrorismo, es que, a pesar de todo lo que se diga, la madurez política de Italia es mayor de lo que se piensa. Fue muy criticado, por ejemplo, el hecho de que la huelga de media hora convocada por los sindicatos en las fábricas fuera un fracaso. Uno de los mayores expertos de economía del país comentó que no se había tratado de una falta de respeto por parte de los obreros hacia el Papa, a quien siempre han aplaudido. Lo que ha sucedido, comentó, es que la clase trabajadora ha entendido muy bien que «el modo mejor de oponerse al terrorismo no es abandonar el trabajo, sino seguir produciendo para no acrecentar os motivos de desestabilización, uno de los cuales es, sin duda, la crisis económica».

Pero no ha sido sólo esto. Italia es un país más laico y secularizado de lo que pueda parecer externamente. Aquí la separación entre Iglesia y Estado se va haciendo cada vez más real, pero no por anticlericalismo, sino por respeto a las diversas competencias de cada cual. Ello coincide con un mayor diálogo entre laicos y católicos, y entre creyentes y no creyentes. El mismo presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, Anastasio Ballestrero, arzobispo cardenal de Turín, ha declarado, por ejemplo, «que muchos de los católicos que han votado a favor del aborto lo han hecho por respeto hacia quienes no piensan como ellos, pero no porque ellos estén de acuerdo».

Lo que más desean los italianos es que el Papa no se mezcle en los asuntos políticos del país. Por eso habían recibido con los brazos abiertos al nuevo Papa «no italiano» y por eso habían sido también tan críticos con él en las últimas semanas, cuando les pareció que en el tema del aborto había ido más allá de lo que le permite el Concordato.

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