La pena de muerte
En el editorial La ley del Talión, que aparece publicado en EL PAIS del 15 de mayo, se hacen determinadas afirmaciones respecto a mi posición ante la pena de muerte que, con independencia de su tono ofensivo -poco compatible con un periódico que se define independiente y abierto al diálogo-, ni responde a la realidad de los hechos, ni respeta el principio de la verdad responsable que es norma ética elemental de los medios de comunicación.En primer lugar, no es cierto que haya cambiado de criterio en el transcurso de estos años porque he sido y sigo siendo partidario de la abolición de la pena de muerte como declaración programática de carácter general. Pero lo que sí es cierto es que, al discutirse en la comisión mixta el texto definitivo de la Constitución, expuse mi preocupación por la ambigüedad en que quedaba el artículo 15. Dije entonces y reitero ahora que la excepcionalidad prevista para «tiempos de guerra» es algo arcaico y absolutamente inútil si no se precisa de alguna manera su alcance en relación con la guerra subversiva más inhumana y cruel que se practica por grupos terroristas.
Creo inequívocamente en el principio de la primacía de la ley y de la preeminencia del derecho, y pienso también, como muchos españoles, que la abolición de la pena de muerte no puede suponer ni la supresión de sanciones ni la renuncia de la sociedad a su legítima defensa, ya que sería tanto corno promover su desarme moral y jurídico.
Desde otra perspectiva, no me parece inútil ni fuera de lugarhacer una reflexión sobre la hipocresía de quienes, probablemente, pretenden tranquilizar su conciencia con grandes declaraciones abolicionistas para desentenderse del desarrollo de la guerra sucia a la que normalmente conduce toda subversión terrorista. Ante el cinismo de algunos sectores que exigen de las fuerzas de seguridad eficacia a cualquier precio, pienso en la garantía de la ley, aun con toda su dureza.
Llevo algunos años en la política. Los temas que más me han preocupado han sido siempre los relativos a derechos humanos. He trabajado para Amnestv International y por su encargo ha viajado a los lugares más conflictivos del mundo, aquéllos donde menos se respetan estos derechos, y lucho por la liberación de estos pueblos oprimidos. Me conmueven su dolor y su entereza. He sido siempre un infatigable defensor del humanismo.
Pienso que nadie que me conozca me verá retratado en su editorial del viernes. He afrontado con mayor o menor acierto todas mis responsabilidades públicas. Sin miedo y sin jactancia. Puedo estar equivocado, porque no me considero infalible ni pretendo dar credenciales de democracia.
En todo caso, sin ira, sin sectarismo, sin descalificar a quien piense lo contrario, creo que sería para todos interesante conocer la
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opinión del pueblo español, al que intentamos servir./
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