España: 16º miembro de la Alianza Atlántica / y 2
A pesar de todo lo expuesto en el artículo anterior de esta serie, tanto Luns, secretario general de la Alianza Atlántica, como Haig, hasta hace dos años su general en jefe y ahora flamante secretario de Estado de EE UU, insisten en la conveniencia del ingreso de España en este bloque militar.Tienen poderosas razones, la más importante de las cuales se señaló en el punto c): La Península Ibérica (España y Portugal) constituye una excelente base logística para la OTAN. Menos amenazada que Inglaterra y Francia por los aviones de gran radio de acción soviéticos (los célebres Backfire), y sin los condicionantes del canal, para la primera; y de las pejigueras políticas impuestas por De Gaulle, para la segunda (actualmente la OTAN no puede almacenar ningún material en territorio francés).
En la estrategia de la OTAN, el refuerzo del frente europeo con tropas procedentes de EE UU (y en menor medida de Canadá) es un factor importantísimo. Los planes actuales establecen que unos 100.000 hombres llegarían por vía aérea, mientras sus materiales y armamentos lo harían por vía naval.
Para paliar la mayor lentitud de este último medio, se han organizado ya depósitos de tanques, blindados, cañones, municiones etcétera, en territorio europeo. Se pretende ahora ampliar esto depósitos hasta completar el material de cinco divisiones. Esto implica multiplicar por cuatro los ya existentes. Y ningún lugar más adecuado, con más posibilidades con menores engorros y con más espacio disponible que la Península Ibérica.
Por otro lado, la utilización de los puertos de Lisboa, Cádiz Oporto, Coruña, Ferrol, etcétera como punto de arribada de los convoyes que atraviesan el Atlántico en pleno conflicto, permitiría a éstos hacerlo por una ruta situada mucho más al Sur, y por tanto menos amenazada que la tradicional (la amenaza aeronaval soviética actuaría desde las bases de la región de Murmansk).
Y en su ficción sobre la tercera guerra mundial, el general inglés Hackett hace depender del éxito de esta nueva «Batalla del Atlántico» (según él, los convoyes llegarían a puertos franceses con pérdidas mínimas tras rechazar, con ayuda de la segunda flota de EE UU, a los Backfire y a los submarinos enemigos) el definitivo triunfo de la OTAN en el frente europeo.
Según este esquema, las inversiones de la Alianza y las del Estado español se verterían en la infraestructura varia de la península: ferrocarriles, carreteras, oleoductos, puertos, telecomunicaciones y un largo etcétera. Incluso en detrimento del batallón Tromso y de las brigadas Estambul, Tracia o Tesalónica (licencia literaria para designar las unidades militares españolas que reforzarían Noruega y los estrechos del mar Negro).
Estas inversiones en infraestructura han sido citadas ya, por la propaganda oficial, como la principal ganancia para la sociedad española, en caso de que acepte el ingreso (y aquí caben toda clase de chascarrillos sobre la actual capacidad de la red de ferrocarriles y las escasas probabilidades que tendrían los jóvenes soldados americanos y canadienses de llegar hasta Hendaya a tiempo y con vida)
Pero quizá en las recientes presiones ejercidas sobre el Gobierno español desde Washington y Bruselas se oculte otra intencionalidad además de la expuesta. Al fin y al cabo, el ingreso de un nuevo país en la Alianza, con 38 millones de habitantes, 350.000 de ellos sobre las armas, y con 370.000 millones de pesetas de presupuesto militar, es un impacto político formidable.
Es evidente que los dirigentes occidentales están intentando reaccionar de alguna manera ante la creciente amenaza de la URSS: el incremento de su potencial militar, nuclear y convencional, sus aventuras en Africa y especialmente en Afganistán, su presencia en todos los mares (¡ahora en Villacisneros!) y, sobre todo, esa especie de inflexibilidad en la prosecución de sus objetivos.
En respuesta a esta actitud, EE UU y sus aliados han elaborado varias estrategias, pero todas ellas o bien son muy costosas o bien están plagadas de dificultades políticas. Por ejemplo: se acordó en 1978 que todos los miembros de la OTAN incrementarían sus presupuestos militares en un 3% (valor real teniendo en cuenta la inflación)... para el año fiscal 1981; sólo Noruega (además de EE UU) ha hecho honor a este compromiso.
También se programó, en diciembre de 1979, desplegar en varios países de la OTAN 464 misiles crucero y 108 misiles Pershing 2 para contrarrestar la amenaza de los misiles soviéticos de alcance intermedio SS-20, y de los aviones Backfire..., pero empieza a dudarse de que alguna vez lleguen a entrar en servicio ante el cúmulo de dificultades económicas y políticas.
Otro programa, el misil M-X, está entorpecido por su descomunal costo: entre 30.000 y 50.000 millones de dólares. Y los anunciados planes del presidente Reagan para dotar de seiscientos navíos (de combate y auxiliares) a la US. Navy no serán realizables a no ser que restablezca el servicio militar obligatorio (selectivo) para los jóvenes de dieciocho años... lo que va contra las bases de su electorado.
En medio de toda esta serie de contrariedades, el ingreso de España como 16º miembro de la Alianza Atlántica, es una medida contundente y... barata. Casi gratis. Y sin riesgos. En el juego estratégico de la renovada «guerra fría», una envidada perfecta.
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