Una bacteria nueva produce la "enfermedad del legionario"
La enfermedad del legionario, como se la conoce popularmente, saltó a los medios de comunicación de todo el mundo en el verano de 1976, a raíz de la celebración de la 58ª Reunión de la Legión Americana, en Filadelfia. Poco después, 221 de los ex legionarios asistentes a la misma contrajeron una neumonía, que presentaba algunas características poco corrientes, consecuencia de la cual morían 34 de ellos.Pero ya varios años antes, concretamente en 1968, ocurrió el extraño caso de unas oficinas, en la ciudad Canadiense de Pontiac, en las que el 95 % de los empleados de la misma fueron víctimas de una enfermedad similar, aunque en aquella ocasión no se produjo víctima alguna. También en 1973 se dio otro caso epidémico en Benidorm, el mismo lugar donde, en marzo de 1981, resultaban afectados varios turistas ingleses, hospedados todos en un mismo hotel. Anteriormente se habían detectado numerosos casos más, repartidos por España (Bilbao, Deusto, dos más en Cataluña) y en el resto del mundo.
La alarma de las autoridades, estadounidenses por la muerte de los 34 ex legionarios motivó una investigación exhaustiva de la enfermedad, hasta que se logró aislar la bacteria causante de la misma, desconocida hasta entonces, a la que se denominó Legionella pneumophila, subdividida a su vez en cuatro seriotipos, de cepa común pero con particularidades diferentes, lo que hacía aún más complicado detectarla en un principio. Hoy, se cree que muchos de los fallecimientos por procesos de neumonía que en su momento no se consideraron suficientemente explicados, se debieron en realidad a la acción de esta bacteria.
Un estudio publicado en octubre de 1980 en la revista médica Jano por los doctores A. Urbano y R. Estruch señalaba que su principal medio de transmisión es aéreo, aunque relacionado con el agua: «En este sentido, cabe destacar el papel que las torres de refrigeración desempeñan en la difusión y localización de las diferentes epidemias. La Legionella crece en el agua que queda en el circuito de refrigeración y contamina el ambiente exterior al ser impulsada por el aire frío, que se inyecta por la parte inferior de los refrigeradores». Sin embargo, el hecho de que algunas epidemias no hayan podido relacionarse con este proceso indica que alguna de sus variantes podría transmitirse también por medio de basuras, estiércol y escombros, además de otros medios transmisores de los que se sospecha, pero que hasta ahora no han podido ser comprobados fehacientemente.
La sintomatología de la enfermedad presenta cuadros muy variados, como fiebre superior a 39 grados durante más de cuatro días, diarreas, vómitos, afectación en el estado general del cuerpo, escalofríos, tos seca y obnubilación. mental.
La existencia conjunta de al menos cuatro de los síntomas anteriores debe bastar para pensar que el enfermo en cuestión haya contraído la enfermedad. El citado artículo señala que la mayoría de los casos se resuelven favorablemente en diez o quince días, y el porcentaje de mortalidad se sitúa entre el 15% y el 20%, según los casos, pues puede llegar al 50% alcanzado en la epidemia de Burlington, o a ningún fallecimiento, corno el caso de la epidemia de Pontiac. La muerte suele sobrevenir por fallo respiratorio (ya que los pulmones se llenan de líquido, y hay que recurrir con urgencia a la oxigenación mecánica) o por shock séptico.
Pensando en el medio aéreo como transmisor de la enfermedad, las medidas a adoptar para atajar el mal consisten en el tratamiento del agua de refrigeración con productos como el hipoclorito cálcico.
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