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CUARTA CORRIDA DE LA FERIA DE SEVILLA

Un bravísimo Carlos Núñez pone en ridículo a Manzanares

ENVIADO ESPECIALEn tauromaquia es axioma que los toros bravos descubren a los toreros, y así ocurrió ayer en la feria. Para su desgracia, a Manzanares le correspondió un toro bravísimo, que le dejó en ridículo.

Ese toro, sexto de la buena corrida de Carlos Núñez, terciado, escurrido, cornalón y astifino, en cuanto descubrió de lejos al caballo se arrancó como una flecha y durante la interminable vara lo levantó tres veces en vilo. La reacción del público fue impresionante: puesto en pie estallaba en una ovación cerrada y pedía a voces que lo pusieran en suerte a distancia. La banda de música rompió a tocar. Dos veces más se arrancó el Carlos Núñez, pronto y alegre, desde la mismísima boca de riego. La gran fiesta del toro bravo se producía allí, con la Maestranza enardecida y alborotada.

Plaza de Sevilla

Cuarta de feria (lunes). Toros de Carlos Núñez, desiguales de presencia, bien armados, encastados. Al sexto, muy bravo, se le dio una clamorosa vuelta al ruedo. Chicuelo: media pescuecera, dos pinchazos bajos y rueda de peones (algunas protestas). Pinchazo, estocada atravesada, que asoma, y rueda de peones (silencio). Curro Romero: bajonazo (gran ovación y dos salidas a los medios). Estocada trasera (ovación y salida al tercio). Manzanares: pinchazo y estocada perdiendo la muleta (oreja). Estocada perdiendo la muleta y rueda de peones (oreja protestadísima y almohadillas cuando da la vuelta al ruedo).

Por si fuera poco, Curro dejó escapar tres gotas de esencia en dos verónicas y media cadenciosas, dibujadas en los medios. En banderillas, Arruza II se lució con los palos. La fría atardecida presagiaba el apoteosis, un faenón para la historia, cuando Manzanares cogió los trastos y se encaró con el bravo animal.

En su toro anterior, también muy noble, había cortado oreja por una faena de las suyas; es decir, construida con pases muy largos, muy templados, ligado ninguno y con un descarado abuso del pico de la muleta. Pero ahora había de ser distinto. Con un toro como el Carlos Núñez, bravo y noble, un torero de verdad debía dejar las ventajas a un lado, sentir la emoción del encuentro con la casta pura, crear arte.

El reto era importante. El público contenía la respiración. Y he aquí que Manzanares, puesto por la fortuna sobre el altar de una hora excepcional en la historia de la Maestranza, se dedicó a la vulgaridad de pegar pases. Aun conociendo su trayectoria, costaba creerlo. Entre muletazo y muletazo pasaba un verano. Adelantaba el pido en descarado abuso. A veces, hasta se agarraba al toro para trucar los remates. Mejoró un poco en dos series de naturales, pero en seguida cayó de nuevo en la insoportable cantilena del unipase. El alicantino fue mediocre hasta para matar: salió del volapié tirando la muleta. Llegamos a sentir vergüenza ajena. En la vuelta al ruedo el público vitoreó al toro, para el que antes había pedido el indulto. Y a Manzanares, cuando paseaba la oreja que le había regalado la presidencia, le tiró almohadillas. La afición sevillana es difícil que olvide tamaño fracaso. Y es difícil también que perdone. Aquí se perdona todo, menos la falta de sensibilidad. Aquí pueden pasar en medio del respetuoso silencio los miedos de un Chicuelo -reaparecido, él sabrá para qué-, que temblaba como un flan delante de los toros; que llegó a caerse en la cara del primero sin que ocurriera nada (simplemente, por puros nervios), y que era incapaz de ver los pitones a menos de dos metros de distancia. Pero lo que no perdona es la renuncia deliberada al arte de torear, principalmente si todas las posibilidades están de cara.

Esto explica a Curro. Curro no es sólo un capricho del Baratillo. Curro es para Sevilla toda una filosofía del gusto, del detalle y de la belleza. Tuvo ayer toros para cuajar faenas, y la verdad es que no se atrevió a tanto. Pero bastaron las pinceladas mágicas de unos redondos impecables en el segundo y una serie de trincherillas, ayudados rodilla en tierra y pases de la firma en el quinto, para que todos, tanto curristas con votos y supernumerarios como paganos ajenos a la causa nos sintiéramos transfigurados. Y es bueno que así sea. Si el torero sólo fuera el pegar pases y cortar orejas, muchos ya nos habríamos cortado la coleta. Lo bochornoso es que a estas alturas aún haya matadores, algunos con fama de figuras, que estén convencidos de que el toreo empieza y acaba ahí. Y así les ocurre que cuando sale el toro bravo hacen el ridículo. Como Manzanares ayer.

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