La familia, cuesta abajo
Las actividades de la Confederación Católica de Padres de Familia da qué pensar a quienes hemos sufrido, durante los últimos cinco lustros, la desintegración, no del ente familiar en abstracto, sino de miles de familias, empujadas por la miseria, el paro y los señuelos desarrollistas a la inmigración interior y/o el exilio Iaboral. Mientras en España no se pusieron en cuestión la familia indisoluble, el matrimonio patriarcal ni la libertad de privilegio de la Iglesia en la enseñanza, ¿quién se levantaba para denunciar la situación de la familia trabajadora?En los años cincuenta y sesenta vemos al ínclito falangista, tan ufano en las fotos de Prensa, aquí junto a su excelencia, allá rodeado de su señora y dieciocho hijos: familia unida, en paz y con su premio a la natalidad. Envejeciendo en algún pueblo de Soria o Cáceres, tenemos a la «tía» María y al «tío» Paco: dos hijos en Francia, una hija y dos nietos en Bilbao y otra de chacha en Madrid. En 1981, obispos y asociaciones católicas se alborotan por el hecho de que los nietos mayores de aquellos viejos campesinos estén en paro, sean drogadictos o delincuentes, mientras los pequeños corren el «inmenso peligro» para sus almitas de que se les suprima la enseñanza religiosa. Se escandalizan ante la posibilidad de que el Mariano, quince años en Francia, y la Juana, en Valdecucos, y que se ven un mes al año, se puedan divorciar legalmente. ¡Menos demagogia, por Dios! /
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