Libertad para la policía
Las polémicas y acontejimientos surgidos en el seno de la corporación policial tras la muerte del etarra José Ignacio Arregui Izaguirre son hechos que inducen a la opinión y comentarios por quienes de alguna manera se ven afectados.Así, el proyecto de searación del servicio activo de dos policías con lana trayectoria profesional de reconocida solvencia y una acreditació democrática incuestionable, por, eI simple hecho de pretender ejercitar un derecho, el de la libertad de expresión por niás señas, reconocido en la recientemente amenazada Constitución, a través de dos tribunas libres en EL PAÍS, el pisado día 19, es sencillamente reprobable.
Por mucho que les dilela a personas añorantes del pasado, cuyo estilo literario sería idóneo para libretos bufonescos medievales, la situación de vergüenza yiolicial que denuncian los articulistas Merino y Ledesma era algo que desde hace tiempo se preveía en fase irreversible.
Lástima que el exceso hormonal almacenado por el firmante de otra tribuna libre del pasado día 21 en el mismo rotativo -que a buen seguro sí goza de inmunidad- se haya visto afectado por algún extraño mecanismo biológico con evidente alteración de las funciones neurológicas vitales localizadas en determinadas áreas del hipocampo cerebral impidiéndole ver que determinados «métodos de trabajo» -con trágico desenlace- atentan contra los más elementales derechos humanos. Lástima también que el articulista pretenda encubrir actitudes u omisiones de personas que no han querido, podido o sabido adoptar medidas encaminadas a erradicar semejantes vejaciones, escudándose en aureolas profesionales de dudosa existencia, por un compañerismo mal entendido.
El intentar justificar la violencia física en aras de un mejor servicio a la sociedad no tiene otro nombre que el de un verdadero dislate y equivale indirectamente a dar la razón a quienes, siguiendo iguales planteamientos, utilizan aquélla en favor de la causa contraria.
También siguen sendas paralelas a la suya quienes, con una postura híbrida y manipulando -según su costumbre- «campañas de desprestigio» contra la institución policial, se vuelven ahora «dolorosamente silenciosos» ante una situación en la que sólo cabe pedir un esclarecimiento total y absoluto de los hechos, con depuración de responsabilidades, y de una manera especial hacia esos mandos que en su día amenazaban con plantarse, pidiendo de esta manera una solución de recambio.
Sirva esta carta para aclarar que el desenlace a las polémicas suscitadas no está en utilizar tácticas de distracción sancionando a miembros de la USP con la aplicación de un reglamento orgánico policial que constituye una tangible espada de Damocles suspendida sobre el policía que osa pIasmar gráficamente sus ideas./
Secretario de Relaciones Internacionales de la Comisión Ejecutiva Nacional de la USP.
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