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El tradicional "entierro de la sardina" puso fin a los carnavales madrileños

Sollozos festivos, responsos carnavalescos y sangría generosamente repartida sirvieron para oficiar el entierro de la sardina, último acto de los carnavales, organizado por la Alegre Cofradía del Entierro de la Sardina, esa tradicional y entrañable agrupación que un año más -ellos no dejaron de celebrar su fiesta ningún año- han conseguido auténtica participación popular a lo largo del recorrido.

Alrededor de las cinco de la tarde, cientos de personas, mayores y niños, con los atuendos que exigía la ocasión (riguroso y festivo luto), esperaban junto a la ermita de San Antonio de la Florida el inicio de la alegre procesión. La protagonista de la fiesta, la sardina, estaba preparada para su fin en un pequeño ataúd que los irreverentes cofrades mostraron para que pudieran apreciarse los preciosos tules y lentejuelas con que la habían engalanado para llevarla hasta su última morada.Numerosas hermanas sardinas la acompañaban desde los lugares más inverosímiles: disfrazadas de espumas en un cochecito infantil, colgadas de las varillas de un paraguas negro, exhibidas de la caña de pescar de un enano con bigote y en mil formas más.

Los gigantes y saltimbanquis, junto a los inevitables hombres de la Alegre Cofradía de capa y botella, rodeaban a la difunta, mientras tiraban caramelos y confetis entre los numerosos niños que asistieron con ganas de divertirse.

A las 17.30 horas se puso en marcha el cortejo y, detrás de todos, el carrito con el organillo, que interpretaba chotis y pasodobles, a la vez que Paco servía sangría en vasos de plástico a todo el mundo.

Pasado el Manzanares, en San Pol de Mar, primera parada para rezar unos responsos y echar más tragos. Desde las ventanas, las vecinas lanzaban caramelos y papelitos. Unos pasos más y vuelta a parar. Parecía que el soleado día hubiera producido mucha sed. Y si es de sangría, más. Y así, con ese mismo ritmo, todos por la calle del Comandante Fortea. Nadie tenía prisa, y parece que la sardina tampoco. Se termina la sangría y Paco se queda un poco atrás preparando más. Los de la Alegre Cofradía muestran orgullosos sus capas de esconder vergüenzas, a la vez que algunos se lamentan, entre ellos el concejal del distrito, de que el Ayuntamiento haya organizado otro entierro en la plaza Mayor. «No se puede ignorar esto», dicen indignados, «por más que nos quiera convencer el concejal de Cultura de que a él se le ocurrió primero».

Ya cerca de la Casa de Campo se van notando los efectos de la sangría, pese a que un, un poco por el frío, los responsos se hacen más espaciados. La gente del barrio, acostumbrada a asistir a esta fiesta pagana año tras ano, continúa sumándose a la comitiva. Al entrar a la Casa de Campo, se redoblan los sollozos y se agotan las botellas. Junto a un gran árbol, en un pequeño hoyito, es enterrada la sardina, no sin antes ser mostrada de nuevo entre sus coquetos tules y destellantes lentejuelas.

El entierro de la plaza Mayor

A las siete y media de la tarde organizado por la delegación municipal de Cultura, se celebró una fiesta paralela del entierro de la sardina, amenizada por un grupo de lloronas enlutadas que intentaron ambientar y animar con este acto oficial la clausura de los carnavales. Después de que el cortejo recorriera las calles próximas al punto de partida, regresaron a la plaza Mayor. Luego se entregaron los premios de este año a las mejores carrozas y comparsas, dotados con 100.000 pesetas cada uno. El jurado estaba compuesto por el concejal Enrique Moral y el periodista Luis Carandel, entre otros.La fiesta de ayer es la última de los carnavales, que comenzaron el pasado viernes.

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