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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El candidato

LA PROPUESTA por el Rey de Leopoldo Calvo Sotelo como candidato a la Presidencia del Gobierno, a fin de que someta su persona y su programa político al voto de investidura de la Cámara baja, se ajusta por entero a las formas previstas en el artículo 99 de la Constitución y responde fielmente a las características de la situación política actual. UCD continúa siendo el grupo parlamentario más numeroso, con sus 165 diputados en el Congreso y la mayoría absoluta en el Senado, y la convención centrista recientemente celebrada en Palma de Mallorca ha ratificado, con el viejo estilo de la aclamación plebiscitaria, la designación de Leopoldo Calvo Sotelo, anteriormente realizada por la Comisión Ejecutiva del partido. Era, pues, lógico que el Jefe del Estado designara candidato al hombre sugerido por la principal fuerza parlamentaria.Como apuntábamos ayer, sobre Leopoldo Calvo Sotelo se puede decir políticamente todo excepto que ofrezca una imagen progresista. Utilizando los discutibles enfoques que dividen a UCD en dos campos cualitativamente distintos, poblados por tribus irreconciliables, según su pasado de colaboración o de oposición al franquismo, Leopoldo Calvo Sotelo caería por su propio peso del lado de los que participaron en la vida oficial bajo el anterior régimen -aunque en cotas que pueden calificarse de comedidas-. Presidente de la Renfe en la época en que Federico Silva Muñoz era ministro de Obras Públicas, fue procurador de las Cortes cirgánicas por el tercio sindical durante la legislatura iniciada en 1971, en la que presidió la Comisión de Obras Públicas y fue miembro de la Comisión de Leyes Fundamentales. A partir de 1968, Leopoldo Calvo Sotelo colaboró también con Laureano López Rodó en el II y en el III Plan de Desarrollo. Entre sus amistades políticas durante ese período destacan los hombres procedentes de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, orientada por el cardenal Herrera y por Fernando Sánchez-Juliá, y que nutrió las filas de la corriente democristiana que colaboró con el anterior régimen. Para nadie es tampoco un secreto su vinculación con Fraga, iniciada durante los tiempos de FEDISA y de Reforma Democrática y concluida o suspendida con su incorporación al primer Gobierno Suárez y a Unión de Centro Democrático. La biografía de Calvo Sotelo es, por eso, en mucho similar a la del propio Adolfo Suárez: azul, éste; monárquico tradicional y nacional-católico, el primero.

No creemos, sin embargo, que esa división de UCD según los odgenes, tenga una significación tan decisiva como algunos críticos -ahora compañeros y aliados, sin embargo, de antiguos cuadros del anterior régimen tienden a postular. Tampocb la distinción entre azules y nacional-católicos, dentro del anterior régimen, posee, a la postre, demasiada relevancia. Unos y otros coincidieron en buscar una salida democrática, tras el fallecimiento de Franco, a la conflictiva política española. Azules y propagandistas llegaron a la cita con la oposición democrática y a los pactos que hicieron posible las elecciones dejunio de 1977 con el mismo equipaje político, en el mismo tren y a la misma hora, con la única excepción de los que se inscribieron en Alianza Popular. No es casual así. que Leopoldo Calvo Sotelo fuera ministro de Obras Públicas en el primer gabinete Suárez y el jefe de la patrulla de desembarco gubernamental en el extinto Centro Democrático.

En la democracia, las biografías políticas no necesitan ser desfiguradas, maquilladas o censuradas para continuar en la vida pública. Entre otras cosas, porque en un sistema pluralista el futuro no está contenido necesariamente en el pasado, y nadie tiene por qué proyectar sobre etapas anteriores las luces y las sombras que convienen a las necesidades del presente. Con respecto a Leopoldo Calvo Sotelo, dejando a un lado a los grupos interesados pro domo sua en regalarle un historial que no es el suyo, lo único notable es la imposibilidad de señalar a lo largo de su biografía política gestos públicos que permitan inequívocamente señalar sus racionales y fundamentales opciones políticas.

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Tal vez aquí resida el secreto de que en estos momentos las diferentes fracciones y capillas de UCD aspiren a que Leopoldo Calvo Sotelo sea un hombre suyo o, al menos, incline la balanza del poder dentro del Gobierno en su favor. Los críticos, aunque molestos por la forma en que el Comité Ejecutivo procedió a su designación tras la dimisión de Suárez, lo consideran de su bando, aunque susurren a quien quiere oírles que necesita tomarse algún tiempo antes de romper el cordón umbilical, que se une todavía a Suárez. Los oficialistas fueron los muñidores de su candidatura, en la seguridad de que Leopoldo Calvo Sotelo les será fiel y en la confianza de que, convencido de la importancia electoral de los retratos, deje a Adolfo Suárez el papel de líder de UCD en los próximos comidios. Incluso los socialdemócratas, siempre entre el miedo y la esperanza, no pierden la ilusión de que el incoado presidente del Gobierno acepte sus condiciones para seguir en el Gabinete; esto es, que no se modifiquen los proyectos de ley, ya dictaminados en comisión, sobre el divorcio y la autonomía universitaria.

Podría ocurrir así que este mediador, en el que todos los sectores confían -aunque llenos de recelos-, se alzara a esa situación de caudillaje personal de la que tan acerbamente habló Miguel Herrero en su conferencia precongresual en el Club Siglo XXI. Regresaríamos de esta forma, aunque cambiando de nombres y apellidos, a ese poder personal que, a diferencia del poder institucional, no puede ser controlado y compartido, sino sólo influido. «E influye en el poder», como graciosamente apuntó el portavoz centrista en la Cámara baja, «quien habla ante el poderoso influido, incluso el bufón».

Tal vez, el único conjuro del que puede disponer Leo poldo Calvo Sotelo para ahuyentar el fantasma del poder personal -que es un espectro, por lo demás, de difícil representación- sea extremar la claridad y huir de las ambigüedades en la formulación de su programa político y en sus ofertas de acuerdos parlamentarios. Con Fraga se puede pactar o no, pero sería desorientador un apoyo público desde fuera de Alianza Popular que encerrara pactos secretos que comprometieran a UCD para su programa de gobiemo, e incluso para la futura campaña electoral. Los votos de la Minoría Catalana cuentan con el precedente del Pleno de confianza de septiembre, y su repetición en la sesión de investidura no sería ninguna novedad. Y más allá del programa de gobierno y de la política de alianzas se encuentra la formación del nuevo Gobiemo, dato que, aunque cronológicamente posterior, precede lógicamente a los pasos anteriores. En este sentido, sería un mal precedente que Leopoldo Calvo Sotelo hubiera heredado de Adolfo Suárez el gusto por el secreto y por mantener en la zozobra tanto a sus eventuales ministros como a la opinión pública respecto a los perfiles políticos e ideológicos de su Gobierno, especialmente en lo que concierne a las funciones y compromisos de las diferentes familias y capillas centristas.

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