Pertenezco
al clero -bajo- de la Iglesia católica. Durante dieciséis años, la práctica no ha hecho sino confirmarme lo que ya aprendí en los libros. Hay una Iglesia de los sabios y otra de los profetas. Los sabios hablan públicamente de cuando en cuando (es su oficio), pero sólo sobre determinados temas, hacen afirmaciones tajantes que no justifican, suelen poner las doctrinas por encima de las personas y no reconocen jamás sus errores ni sus contradicciones, a pesar de lo caras que con el tiempo suelen salirles a la fe.Ultimamente suelen presumir de inoportunos, porque saben que ese es un rasgo de los profetas. Pero, a diferencia de ellos, su inoportunidad es inoportuna, valga la paradoja. Finalmente, en otros tiempos a los profetas los mataban sin más (Lc. .11,49). Ahora los sabios se han vuelto más civilizados: los matan a disgustos
Que quede, en todo caso, claro que no estoy en contra de la iglesia de los sabios. Solamente me quejo de su predominio. Porque, desgraciadamente, como decía una frase sin duda apócrifa que se atribuía a Rahner en mis tiempos de estudiante en Innsbruck, la mitra suele ser el apagavelas de la ciencia./
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